V. Javier Llop.
Narcea, S.A. de ediciones, 2021.
140 páginas.
La Wikipedia comienza hablando de Etty
de esta forma:
Ester
"Etty" Hillesum (Middelburg, enero, 1914 - Auschwitz, noviembre, 1943) fue una joven judía neerlandesa que mantuvo un diario durante la Segunda Guerra
Mundial.
Etty
escribió un diario entre los años 1941 y 1943, que
testimonia su propio fin en un campo de
concentración de Auschwitz. Se parece al diario
de Ana Frank, pero escrito por una mujer de 27 años.
El
libro tuvo gran resonancia en Países
Bajos y
es considerado un documento de gran valor. Ha sido traducido a varios idiomas.
Etty Hillesum fue una joven
inteligente, moderna, desinhibida y una original pensadora que inició la
escritura de sus Diarios para
conocerse mejor a sí misma, siguiendo los criterios y el método de R. M. Rilke,
su poeta preferido y porque desea ser testigo de su tiempo. Por eso, el autor
de este ensayo ha comenzado explicando, o interpretando, los principales textos
del poeta –El libro de las horas, Notas
sobre la melodía de las cosas, Cartas a un joven poeta- para
familiarizarnos con su pensamiento radical, complejo, y su lenguaje, que Etty
acabará por hacer suyos y llevar a la práctica.
Para Rilke, vida y muerte son un todo
indisoluble y nos anima a asumir con tal intensidad la vida que nada de ella,
ni sus peores horrores, se conviertan en objeto de rechazo. Conseguirlo no es
fácil y requiere ejercitar el silencio activo para poder escuchar la melodía
que nace del fondo de uno mismo y experimentar una transformación que conducirá
hacia una verdad interior que nos hará, a la vez, más solitarios y más
comunitarios, y tendrá el significado de una religión. La transformación de la
que nos habla Rilke permite invertir el sufrimiento en una energía que nos hace
fuertes como personas y nos permite crecer. Y esto es lo que intentará con
éxito Etty, y lo que sus Diarios nos relatan, su peripecia interior, una
autobiografía espiritual, y aconfesional, inaudita si consideramos la atmósfera
de violencia y maldad extremas en la que se movía: primero en el campo de
Westerwork, de tránsito hacia otros de exterminio donde, “entre sus barracones,
llenos de seres vivos asustados y perseguidos, encuentra la confirmación de su
amor por la vida” y, luego, en el de Auschwitz, en el que murió a los 27 años.
Experimentó el bien absoluto en medio del mal absoluto. Supo encontrar belleza
en cualquier pequeño elemento natural y nunca dudó de que la vida era bella y
justa, lo cual, en el contexto histórico que le tocó vivir, resulta asombroso y
admirable.
A su pensamiento le ayuda un gran
sentido práctico: convencida de que la situación de los judíos es inevitable y
que en los campos las posibilidades de resistencia efectiva son nulas, solo
cabe la transformación de sí mismo y la entrega y evitar, así, resentimientos,
odios y egoísmos para sobrevivir que únicamente supondrían dilapidación de
energía y debilitamiento personal. Pero se sabe sola en esta tarea. En su
proceso de transformación se irá despojando de afanes superfluos, creará su
propio Dios, que identifica con la voz interior que la corrige y critica, un
Dios al que habla -es su manera de orar- y le consuela en el terror, a pesar de
que nada espera de la omnipotencia divina ante el horror del Holocausto, cuya
responsabilidad atribuye íntegra de los humanos. Su espiritualidad, próxima al
misticismo, es ajena a la religión cristiana, judaica o budista, nace del fondo
de sí misma, del proceso de interiorización y aceptación de la vida sin alusión
a la fe o el más allá. Le conduce al olvido del yo, al ascetismo y al amor a
los demás, incluso a los alemanes nazis. No percibe inmolación como forma de
ganar el cielo, solo intento de poner orden en su caos interior, desbloquear su
mente, reorganizar sus energías, estar disponible para el Dios creado por ella
sin intermediarios, sin iglesias, sin pecado, sin redención, vía crucis o fe
alguna.
La lectura de Etty Hillesum y la transformación no es fácil, al menos no lo ha
sido para mí, desacostumbrada a adentrarme en ensayos filosóficos. Demanda una
atmósfera de quietud, bastante concentración y hacerlo despacio, incluso
tomando notas, reflexionando y cuestionando de continuo la coherencia del
discurso que nos expone. Sin embargo, una vez terminada, he sentido una emoción
gratificante intensa, me ha descubierto otra forma de mirar la vida, la del
poeta Rilke y la pensadora Etty Hillesum, positiva y lejos de optimismos
inconscientes, confortable, en definitiva, en la etapa vital en la que me
encuentro. Es el principal motivo por el que se la recomiendo.
María García-Lliberós.
Esta reseña fue publicada en POSDATA, el suplemento cultural de LEVANTE-EMV, el sábado 15 de mayo de 2021.
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