lunes, 19 de julio de 2010

El dios de madera, película de Vicente Molina Foix




Vicente Molina Foix es un estupendo novelista (ahí está "El abrecartas", publicada por Anagrama en 2006 como botón de muestra) y un intelectual al estilo renacentista, capaz de aproximarse y arriesgar en cualquier disciplina artística. Es también poeta, dramaturgo, cronista de viajes (su última aportación a la revista El Viajero de El País sobre Jordania era fascinante), colaborador de prensa y, además, guionista y director de cine. El dios de madera es su segunda película. Tuve la fortuna de poder asistir a un pre estreno en Valencia la semana pasada. Disfruté mucho porque la película está rodada en esta ciudad, que es la mía, tratando los escenarios urbanos escogidos (barrio de la Seu, la moderna Ciudad de las Ciencias) con enorme cariño e ironía. Además, las cuatro historias que cuenta y entrelaza tienen carga emotiva, son literarias, reflejan con acierto la soledad del individuo en el mundo moderno, la insatisfacción de los españoles con una rutina sin afectos y la de los inmigrantes ilegales, nostálgicos de los suyos y dispuestos a lo que sea por conseguir la integración. La relación que se forja entre una viuda próxima a los sesenta y todavía de buen ver, su hijo gay, un negro senegalés atractivo y bonachón, y un vivales marroquí, es, ciertamente, singular, muy rara aunque posible, en la que cada uno, a su manera, da y recibe en una instrumentalización mutua a varias bandas, consentida, generosa y egoísta que da pie a escenas de gran dramatismo y a otras cómicas.
Me acompañó mi sobrino, un chaval de 16 años, cinéfilo empedernido que, precisamente , quiere ser director de cine. Me gustó después hablar con él de la película, le pedí una opinión y me la envió por escrito. La reproduzco aquí porque contar con un crítico cinematográfico tan joven es un lujo para este blog.
Yo les sugiero que vayan a ver la película al cine.
María


"El dios de madera".
Director y guionista: Vicente Molina Foix. Intérpretes: Marisa Paredes, Jacobo Echevarría, Madi Diocon, Soufiane Ouaarab. Drama, 2010.

El segundo film de Vicente Molina Foix, después de Sagitario, contrapone la lucha de dos jóvenes inmigrantes ilegales por sobrevivir en nuestro mundo, con la cómoda y frustrante vida de una viuda burguesa y su hijo homosexual. Resalta la disección de la doble moral de cada uno de los personajes, todos con un lado oscuro que, en apariencia, es más visible en los protagonistas españoles, buscadores de afecto, que por parte de los imigrantes, aferrados a esa relación con la madre y el hijo como vía de obtener documentos de residencia. Marisa Paredes sostiene la película, tanto con sus dramáticos primeros planos como con su sentido del humor naturalísimo, y consigue situar la relación con el negro senegalés por encima de la manida aventura señora mayor con joven en dificultades. Entre los actores destaca Soufiane Ouaarab, el marroquí bisexual que mantiene una relación con el hijo. Sus apariciones son una bocanada de aire fresco para un film que más de uno calificará de transcendental y serio, porque ayudan a rebajar la tensión. La película, de 116 minutos, adolece de exceso de metraje y, compactándola, obtendría una agilidad que agradecería el espectador. En definitiva, un film con peso que no no se queda en lo superficial y ahonda en unas vidas que, estando a nuestro lado, vemos de lejos y de las que apenas conocemos nada en absoluto.
Víctor Devesa García-Lliberós *
*Director del corto "Otro punto de vista", en http://www.youtube.com/watch?v=maDM0lyyFGg

viernes, 16 de julio de 2010

"Sombras de mariposa", de Guillermo Galván


Ed. La Esfera de los libros, 2010.
784 páginas.

Según explica el autor en una nota final, esta novela se inspira en un documento antiguo conocido como "La crónica de Manoseca", escrito hacia el siglo VII y depositado en la biblioteca de la abadía suiza de San Gall.
Manoseca era el apodo de Wilya, sobrino de Leovigildo y primo de Recaredo, ambos reyes godos entre 569 y 601, testigo directo, como consejero de la Corte, de los acontecimientos más relevantes ocurridos en la época.
Aunque en la portada del libro, junto al título, aparece la frase explicativa "la epopeya de Leovigildo, rey de los godos", el libro sobrepasa en el tiempo este período y alcanza al de su hijo Recaredo despertando, precisamente, estas páginas gran interés así como la semblanza de este joven rey, convertido al catolicismo trinitario por cálculo estratégico y empeñado en extender su conversión a la totalidad de sus súbditos. Un rey cruel, tirano, ambicioso, de un nacionalismo excluyente, intolerante, que dio demasiado poder a los obispos y puso los pilares de los grandes males de nuestra historia. Un personaje que llega a resultar antipático al lector pero no por ello menos atractivo.
Guillermo Galván es un escritor meticuloso en el uso de datos históricos y ha efectuado un grandioso trabajo de investigación. Se nota y se agradece. Sin embargo, el protagonista de esta novela no es ni Leovigildo ni Recaredo, sino Wilya, el personaje con mayor carga de ficción, cuya biografía instrumentaliza el autor, con habilidad, como eje narrativo principal. Al convertirlo en un héroe literario permite, en esta gran mentira contenedora de grandes verdades que es toda novela y en mayor medida la histórica, el desarrollo de una vertiente fantástica. Amenas e interesantes resultan las ceremonias de iniciación a las que se somete para vencer el miedo, la vanidad, la codicia y el desaliento, de las que saldrá fortalecido el espíritu guerrero y la capacidad reflexiva de este ser con deficiencias físicas. Y no menos simpatía producen sus amores románticos, imposibles o a destiempo que perturbaron su existencia. Un testigo perfecto para, a través de él, hacernos llegar la grandeza de Leovigildo, como estratega (desvió el curso de un río para sitiar una ciudad en su guerra contra su primogénito Hermenegildo) y como administrador de justicia, y la ambición desmedida de su hijo Recaredo.

Una novela bien escrita que hará las delicias de aquéllos que gustan aprender con la lectura, además de disfrutarla.

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