Traducción del inglés de Jaime Zulaika.
199 páginas.
16,90 €, en papel.
Julian Barnes (Leicester, 1946) ha construido un personaje inspirado en la biografía del compositor de música ruso Dmitri Shostakóvich (San Petersburgo, 1906 - Moscú, 1975). La elección es adecuada porque Shostakóvich, además de ser un músico ruso de reconocimiento mundial, vivió (mejor sería decir que sobrevivió) bajo el régimen totalitario de Stalin, y su biografía es controvertida manteniendo la suficiente oscuridad y los suficientes elementos contundentes para que a un novelista le tiente husmear en el interior de su psicología e imaginar las luchas contradictorias, agónicas, que tuvo que mantener con su conciencia.
Julian Barnes |
La novela se ocupa del Poder en la Unión Soviética y su relación con el Arte, de un Poder totalitario que se inmiscuía en las vidas de los particulares hasta niveles insoportables. Y si éstos eran artistas o intelectuales, con mayor ahínco. Debió ser difícil poseer talento, destacar, y resistir las presiones que el Poder ejercía para apropiarse de su trabajo de compositor al servicio de los mensajes propagandísticos del régimen, o de su persona de músico de éxito como correa de transmisión de los mensajes políticos. En ocasiones sucumbió.
Para algunos de sus biógrafos Shostakóvich fue un disidente y para otros un esbirro del totalitarismo. Lo cierto es que su obra fue prohibida en la Unión Soviética durante veintiséis años mientras podía escucharse en el resto del mundo. Pero también es cierto es que se le concedieron varios premios Lenin, tuvo privilegios especiales, representó a su país en el Congreso Cultural por la Paz en Nueva York, acabó afiliándose al PCUS y formando parte de sus órganos decisorios. ¿Por qué, en la época más dura del terror de Stalin a Shostakóvich se le presionó, se le denigró y humilló y, al mismo tiempo, se le permitió vivir y seguir componiendo?
Julian Barnes no es un historiador, tampoco un biógrafo, es un novelista y nos cuenta una versión verosímil. Tal vez lo mejor de este relato intenso es la forma en la que consigue que el lector sienta esas garras claustrofóbicas del Poder sobre la libertad creadora y existencial del artista. La imagen de un hombre, padre y esposo, vestido en mitad de la noche con un maletín en la mano, esperando en el rellano del ascensor a que vengan a por él, para evitar que su familia vea cómo es sacado de la cama por la fuerza y apresado en pijama para ser llevado a un lugar ignoto del que no se vuelve, resulta estremecedora. Shostakóvich representa al individuo normal en circunstancias de pánico. Barnes, con habilidad, a través de un relato en tercera persona desde el interior de su protagonista, nos muestra su lucidez, su indefensión, su falta de heroísmo, incluso su cobardía o, su necesidad de proteger su vida y la de los suyos, incluso proteger su obra, aunque para ello deba someterse a los dictados extravagantes y necios de los mensajeros de Stalin, deba leer en público los aborrecibles discursos que le escribían o firmar cartas contra intelectuales que admiraba. Tal vez lo mejor de esta novela sea que, a pesar de ello, el lector renuncia a juzgar a Shostakóvich (¿qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros en su lugar?) porque lo condenable fue el régimen en el que tuvo que vivir.
Una novela corta, demasiado corta para el tema que aborda, con muchas frases para la reflexión, una recreación sutil del lenguaje sibilino del Poder, muy interesante, en la que hay ironía, incluso sarcasmo, también compasión, y que mantiene la figura del compositor entre los claroscuros que seguirán alimentando la controversia.
Dmitri Shostakóvich |
Julian Barnes no es un historiador, tampoco un biógrafo, es un novelista y nos cuenta una versión verosímil. Tal vez lo mejor de este relato intenso es la forma en la que consigue que el lector sienta esas garras claustrofóbicas del Poder sobre la libertad creadora y existencial del artista. La imagen de un hombre, padre y esposo, vestido en mitad de la noche con un maletín en la mano, esperando en el rellano del ascensor a que vengan a por él, para evitar que su familia vea cómo es sacado de la cama por la fuerza y apresado en pijama para ser llevado a un lugar ignoto del que no se vuelve, resulta estremecedora. Shostakóvich representa al individuo normal en circunstancias de pánico. Barnes, con habilidad, a través de un relato en tercera persona desde el interior de su protagonista, nos muestra su lucidez, su indefensión, su falta de heroísmo, incluso su cobardía o, su necesidad de proteger su vida y la de los suyos, incluso proteger su obra, aunque para ello deba someterse a los dictados extravagantes y necios de los mensajeros de Stalin, deba leer en público los aborrecibles discursos que le escribían o firmar cartas contra intelectuales que admiraba. Tal vez lo mejor de esta novela sea que, a pesar de ello, el lector renuncia a juzgar a Shostakóvich (¿qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros en su lugar?) porque lo condenable fue el régimen en el que tuvo que vivir.
Una novela corta, demasiado corta para el tema que aborda, con muchas frases para la reflexión, una recreación sutil del lenguaje sibilino del Poder, muy interesante, en la que hay ironía, incluso sarcasmo, también compasión, y que mantiene la figura del compositor entre los claroscuros que seguirán alimentando la controversia.