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Prólogo de Claudia Piñeiro.
Editorial Seix Barral, 2018.
313 páginas.
El
salto de papá es un libro difícil de etiquetar que está
teniendo un éxito extraordinario en Argentina porque, entre otras causas, los Sivak son, o han sido,
una familia poderosa y con capacidad de influencia en los años terribles de las
dictaduras militares y primeros gobiernos democráticos. El autor es hijo de
Jorge Sivak, un financiero que se suicidó el 5 de diciembre de 1990, un día
antes de que su banco fuera declarado en quiebra, tirándose desde un piso
décimo sexto, de ahí el título, en el que vivía Samuel Sivak, patriarca de la
dinastía. Entonces Martín tenía 15 años y admiraba a su padre. El impacto de su
muerte fue brutal y encontrar una
explicación a ese suicidio se convirtió en algo obsesivo. El salto de papá es el resultado de su
investigación, una terapia intermitente en la que ha vivido durante casi
treinta años.
Cinco años antes, en 1985,
su tío Osvaldo, quien compartía con su padre la titularidad y gestión de los
negocios, fue secuestrado y asesinado tras cobrar el rescate, por un grupo de
policías corruptos que habían quedado en el paro tras la limpieza que hizo el
presidente Raúl Alfonsín al llegar al poder poniendo fin a la dictadura
militar. Osvaldo está considerado como uno de los “desaparecidos” de la época
de las dictaduras. Estos dos hechos, el suicidio y el secuestro, van a
condicionar en gran medida el desarrollo del libro, al igual que condicionaron la vida del autor.
El
salto de papá es, en primer lugar, un homenaje al padre,
hecho desde el amor filial más puro. Se concreta en una recuperación de su
personalidad y es, en este afán, donde el autor crea un gran personaje
literario: el de Jorge Sivak. Surge como un hombre contradictorio que vive con
sinceridad esas contradicciones. De convicciones comunistas, admirador de
Stalin por su lucha contra el nazismo, militante del Partido Comunista de
Argentina, y presidente, al mismo tiempo, de una entidad bancaria del entramado de un sistema capitalista. Una combinación pintoresca, sin duda, que
debió crearle problemas. Un hombre de personalidad arrolladora, caótico,
desastrado, con encanto a pesar de ello, generoso, leal a sus amigos y a su
equipo de fútbol, pésimo gestor económico –intentó negocios con los países del
bloque soviético para traer un poco de socialismo a su país y no salió bien
ninguno-, atormentado por el secuestro y asesinato de su hermano y el curso de los
acontecimientos posteriores, por los reproches de Marta, su ambiciosa cuñada
que le acusó del desenlace del mismo. Martín Sivak no oculta los grandes
defectos de su padre y, sin embargo, consigue despertar en el lector cariño por
él, comprensión, tolerancia y simpatía.
Martín Sivak (Buenos Aires, 1975) |
El
salto de papá es también una crónica social y política de
la Argentina durante las dictaduras militares y de cómo “el horror se filtró
por distintas fisuras durante los primeros años de la democracia”, según
palabras del acertado prólogo de Claudia Piñeiro que abre el texto. Martín
Sivak, para llevar a cabo su investigación, se entrevista con decenas de
personas que tuvieron alguna relación con su padre, y deja constancia de ellas.
Políticos, editores, periodistas, militares, empleados suyos que le robaron,
personas conocidas en la sociedad de allá, que aparecen con sus nombres y apellidos,
pues el libro tiene también su parte importante de ajuste personal de cuentas,
una cuestión que, sin duda, le guste o no al autor, haya sido o no su objetivo,
ha debido contribuir en el incremento comercial del libro. Estas múltiples
referencias locales despiertan menos interés en España donde la mayoría son
actores desconocidos.
Finalmente, El salto de papá es un ejercicio de
introspección en torno a los sentimientos del autor hacia su familia y, en
especial, hacia su padre. También respecto al dolor y su superación, a la muerte y la
ausencia. Martín Sivak nos habla de sí mismo o se habla sobre sí mismo y expone
su largo proceso de duelo hasta que supo encontrar su punto final.
Un libro emotivo que se lee
con gusto. Un acierto de la edición el haber mantenido el lenguaje, el español
de Argentina, sin cambios.
María García-Lliberós