Las cinco estaciones de Vivaldi es, pues, una novela de ambientación
histórica con personajes reales –el compositor y violinista Antonio Vivaldi, la
cantante Anna Giraud y su hermana Paulina, el músico Arcángelo Corelli,
conocido como el príncipe de los músicos, el caricaturista Pier Leone Ghezzi, el
arquitecto Giorgio Massari- y otros, los principales protagonistas –la familia
de Carlo Salvadore Ghezzi y su hija Anna Isabella-, de ficción. Y ahí se
encuentra la gracia de este relato: la ingeniosa manera de aprovechar parte de la
biografía de Vivaldi, el prette rosso,
como le apodaban, por su condición sacerdotal y el color de su pelo, durante la
época en que estuvo contratado por el Ospedale
de la Pietà, para desarrollar una intensa historia de amor y perdón.
El Ospedale de la Pietà
era un convento, hospicio, orfanato y escuela de música en Venecia, activo en los siglos XVII y XVIII, y Vivaldi trabajó allí como
profesor de violín y canto de 1703 a 1715 y de 1723 a 1740. Se trataba
del orfanato de Venecia con mayor prestigio, precisamente, por la calidad del
coro y la excelencia de algunas de las huérfanas como solistas de canto o instrumentistas. Vivaldi
compuso decenas de obras para que fueran interpretadas por sus pupilas que
alcanzaron un reconocimiento que transcendía los límites de la república de
Venecia. Sus conciertos se hicieron famosos y se convirtieron en eventos
sociales de primera magnitud que atraían a la sociedad más selecta, y la música
suponía un estímulo para las huérfanas y un trampolín social para ellas en
muchos casos.
Nos
lo cuenta una voz omnisciente en tercera persona, una voz extremadamente culta
que inicia su relato en julio de 1715 cuando una niña sin nombre, de tres años,
es entregada en el Ospedale de la Pietà.
Entonces,
Venecia era el centro turístico y
cultural de Europa, y no podía haber escogido la autora mejor escenario para
desarrollar la trama, porque uno de los mayores méritos de esta novela es la
forma como consigue que el lector se sumerja en la atmósfera cosmopolita,
brillante, imaginativa, fastuosa de la vida cultural veneciana, predispuesta a
celebrar la llegada de cada estación, con cantidad de apuntes interesantes
sobre las costumbres de sus ciudadanos. No en balde Vivaldi nos legó los cuatro
conciertos conocidos como Las cuatro
estaciones, escritos para violín, orquesta y declamador, y sus respectivos
sonetos, que recitaba antes de la ejecución musical, y que contenían las
emociones que la primavera, el verano, el otoño y el invierno le despertaban y
que él trataba de comunicar a través de la música. Me ha resultado muy hermosa
la interpretación que Emi Zanón hace de los mismos, pues incluye los sonetos en
la novela (en italiano y su traducción al castellano), hasta el punto que no he
podido resistirme a volver a escuchar el maravilloso concierto de Las cuatro estaciones con este nuevo
conocimiento que me lo ha hecho más conmovedor. Una novela, por tanto, que
despierta emociones en el lector.
Las
novelas de Emi Zanón, Su último viaje,
mencionada al principio, Yámana, Tierra
del Fuego, La hierba azul de Calíope,
y esta misma contienen, a pesar de la diversidad de su temática, un elemento
común: la filosofía de la autora, cuatro principios de convivencia que, sin
duda, si fueran practicados con mayor entusiasmo, la vida sería más dichosa y
que, en esta ocasión pone en boca de sor Consolata, una monja que poseía
conocimientos sobre las propiedades mágicas de las hierbas, que sufría, o
gozaba, de alucinaciones y que conservaba la sabiduría acumulada por sus
antepasados, el personaje más rico y misterioso de esta novela. Destaco
también otros femeninos, Anna Isabella Ghezzi y su madre, así como la cantante
Anna Giraud, mujeres innovadoras en su tiempo que quieren ser libres y tomar
decisiones por sí mismas, aún a riesgo de equivocarse y ser penalizadas por
ello.
Al
principio he definido esta novela como romántica, porque lo es. La heroína
principal Anna Isabella sufrirá de mal de amores y en la trama hay pasión,
traición, enredos familiares, secretos inconfesables y los tópicos propios de
la novela romántica que azuzan la curiosidad del lector, incluso lindando lo
folletinesco. Sin embargo, la corrección de la prosa de Emi Zanón, en ocasiones
muy bella, la bondad del discurso intelectual que transmite, así como los
conocimientos históricos, musicales y la perfecta contextualización espacio
temporal, hacen de Las cinco estaciones
de Vivaldi, una novela muy recomendable.
María
García-Lliberós.
Esta reseña ha aparecido publicada en POSDATA, el suplemento cultural de LEVANTE-EMV, el sábado 28 de noviembre de 2020.