Traducción
de Eugenio Guasta.
Prólogo
de Juan Tallón
432
páginas.
Prócida, una isla de cuatro
kilómetros cuadrados situada en el golfo de Nápoles que acoge en su parte más
alta un hostil presidio, es el escenario de esta historia y un personaje
más de la misma. El narrador y protagonista es Arturo, un adolescente asilvestrado
que vive sin normas, en absoluta libertad de movimientos. Su madre murió al
nacer él y su padre, Wilhelm Gerace, un tipo misterioso, egoísta y taciturno, se
ausenta con frecuencia dejándolo al cuidado de un ayo, Silvestro que, con el
tiempo será su único amigo. Su mundo, en el que no hay mujeres, se circunscribe
a un caserón antiguo y solitario de dos plantas, la playa, los campos, los
libros, su perra Inmacolatella y su fantasía.
Arturo nos habla en primera persona y lo hace desde el futuro en
relación a lo que nos cuenta, unos sucesos que comenzaron en 1938 cuando él
tenía catorce años y acabaron tres años más tarde, con la segunda Guerra
Mundial en el horizonte inmediato, tiempo en el que tuvo lugar su
transformación en adulto.
Novela de pocos personajes
que Arturo nos irá presentando a través de sus recuerdos. El padre a quien
tenía idealizado ocupa un espacio importante. Su autoridad era sagrada, lo que
decía lo elevaba a categoría de ley, encarnaba la grandeza humana, lo amaba y
admiraba a pesar del desdén al que lo sometía y, en cuanto abandonaba la isla,
lo convertía en leyenda, protagonista de múltiples hazañas. Alimentó la ilusión
de acompañar a su padre en sus viajes en cuanto fuera mayor. La primera parte
de la novela gira en torno a la isla y a esa relación desigual entre padre e
hijo en un mundo cerrado, extraño, ajeno a lo que sucede a su alrededor. Arturo
desnuda su alma infantil, muestra sus sentimientos, su dependencia afectiva, la
nostalgia de una madre, su arrogancia, y su soledad.
La aparición de Nunziatta,
una joven de 16 años con la que Wilhem se ha casado en Nápoles, vendrá a
revolucionar ese apacible interior. Su primer encuentro, lleno de recelo por
parte de él y de ingenuidad provinciana por parte de ella, está lleno de
encanto. Tiene lugar un diálogo conmovedor, con lenguaje casi infantil.
Nunziatta procede de una familia pobre, es una persona ignorante, crédula,
religiosa, de convicciones firmes, simple, que acepta resignada el rol de
esposa y madrastra, consciente de que ha pasado a ser propiedad del marido. Su
primitivismo la hace transparente. Sin proponérselo vendrá a cerrar un triángulo
de sentimientos encontrados.
La
isla de Arturo nos habla del nacimiento y evolución del amor, del que Arturo, en
contra de su voluntad y casi odiándose por ello, sentirá por Nunziatta; del que
fluye hacia su padre y los cambios en el mismo cuando consiga desenmascararlo;
del de Nunziatta hacia Arturo, una lucha en la conciencia entre la tendencia
natural y la represión religiosa, entre el deseo y el pecado; del de Nunziatta
hacia su bebé, fuente de una felicidad espontánea y natural; y del de Wilhem,
el padre, hacia un oscuro presidiario que le mantiene cautivo.
La novela tiene profundidad
psicológica. Arturo, en su proceso de recuerdo, se sumerge en lo más profundo
de su alma, y nos muestra su desconcierto ante los nuevos sentimientos a los
que aún no sabe dar nombre, sus pasos de la rabia al deseo, del odio al amor,
de la crueldad a la compasión, de la alegría al dolor y por encima de todos,
los celos, inmensos, por verse desplazado en la escasa atención de su padre, y de
la felicidad de Nunziatta producida por su hermanastro convertido en su centro
vital.
Elsa Morante muestra una
gran habilidad narrativa porque la novela contagia el ritmo lento de la vida en
esa bella isla de pescadores y, sin embargo, la tensión literaria no decae en
página alguna, es creciente y el lector, gracias al enorme talento de la autora
para el intimismo, participa por completo en la guerra interna que enloquece a
los protagonistas y los comprende, captura los movimientos de la conciencia con
sus errores y arrepentimientos. Porque cada uno tiene sus secretos, sus motivos
inconfesables que explican sus conductas. La prosa es rica y visual, mientras
leemos vemos la isla de Prócida y sus gentes, imaginamos a los protagonistas
con perfiles bien definidos, y hasta participamos del machismo de la sociedad napolitana
que impregna también el comportamiento de las mujeres.
Una gran novela.
María García-Lliberós