Luis Veres
92 páginas.
Novela corta estructurada en cuatro capítulos que aborda, a modo de
monólogo, temas trascendentales que nos afectan a todos. Buen ejemplo de un
realismo intimista de clase media elaborado con cuidado.
La voz narrativa habla en segunda persona y se dirige a un hombre de más de 60 años, que más adelante se descubrirá como el padre, agonizante o ya muerto, pues el relato mantiene unos límites difusos entre realidad e irrealidad, para ayudarle a recordar su vida. Se trata de un fracasado aspirante a autor de teatro y buen cómico que quedó en profesor de instituto para sacar adelante a su familia. El lector atiende una voz implacable, crítica con la sociedad actual, decepcionada, convencida de que vivir es una sucesión de insensateces, errores, inseguridad, y miedo. Parece que de la derrota del padre eche la culpa a los otros y las circunstancias, una actitud que sólo ocurre en esta primera parte.
La voz narrativa habla en segunda persona y se dirige a un hombre de más de 60 años, que más adelante se descubrirá como el padre, agonizante o ya muerto, pues el relato mantiene unos límites difusos entre realidad e irrealidad, para ayudarle a recordar su vida. Se trata de un fracasado aspirante a autor de teatro y buen cómico que quedó en profesor de instituto para sacar adelante a su familia. El lector atiende una voz implacable, crítica con la sociedad actual, decepcionada, convencida de que vivir es una sucesión de insensateces, errores, inseguridad, y miedo. Parece que de la derrota del padre eche la culpa a los otros y las circunstancias, una actitud que sólo ocurre en esta primera parte.
En la segunda el hijo sacude al padre en un reproche continuo que, en
cierta forma, es un reproche hacia sí mismo, al comprobar que las decisiones
equivocadas se repiten a través de las generaciones. Le acusa de haberle
educado sin convicción ni creer que valiera la pena. Contrapone lo que
anhelamos ser en un momento y no pudimos, con lo que somos, profundiza en las
causas de la derrota, las contradicciones entre deseos simultáneos -¿por qué te
casaste tan joven, tuviste hijos en seguida y te cargaste de deudas?, ¿por qué
te pusiste la argolla al cuello, perdiste la libertad y, con ella, la
posibilidad de ser feliz?- rodeados de una atmósfera mentirosa, metidos
en un proceso liderado por el reclamo del dinero que nos va convirtiendo en
insignificantes.
En la tercera parte, recuerda épocas decisivas para ambos. La de la
muerte de la madre o esposa, los meses anteriores de enfermedad y deterioro y
los posteriores, anegados de la sensación de pérdida, desamparo,
irreversibilidad, sentimiento de culpa por no haber hecho más, de ira, de
impotencia ante el destino, de incomprensión.
Finalmente, cambia el punto de vista y su discurso adopta el
papel de padre para explicar que el olvido es una empresa imposible porque los
recuerdos, los que quieres enterrar, te asaltan de improvisto, como una penitencia
perpetua. Ahonda en el origen de la desgracia personal y la adversidad.
Una novela filosófica, intensa, con mucha carga de pensamiento y bastante
amargura. Densidad de la prosa acentuada por la ausencia de diálogos que, sin
embargo, te va atrapando y envolviendo como haría una araña habilidosa, porque
el lector, reconoce el hostigamiento de la conciencia,
pegada a la vida y, por tanto, a la muerte, ese asunto sobre el que preferimos
no pensar pero sabemos que anda al acecho.
Está muy bien escrita. Había leído dos de las novelas anteriores de Luis Veres –El hombre que tuvo una ciudad (1998) y El cielo de cemento (1998)- en las que,
a pesar de tratar temas dispares, en ambas fluye una visión pesimista sobre el
género humano. En ésta última profundiza y analiza con mayor rigor, como si el
autor se hubiera visto obligado a madurar de prisa. Recomendable, por supuesto.
María García-Lliberós