“El viajero del siglo”
de Andrés Neuman.
Ed. Alfaguara, 2009. Premio Alfaguara de Novela 2009.
531 páginas.
Premio Nacional de la Crítica 2009.
“El viajero del siglo” tiene mucho de novela realista e histórica y, también, de literatura fantástica. Escrita con una prosa de gran calidad, lírica, trufada de metáforas creativas, evoca en algunos momentos, el lenguaje de los cuentos, con numerosas referencias cultas y se apoya en un selecto grupo de personajes con carácter.
Wanderburgo, el escenario de esta novela, es una ciudad centroeuropea imaginaria,de habla alemana, que no sabe bien dónde están sus fronteras (ha sido sajona, prusiana, medio francesa, casi austriaca, representa la tragedia de los ciudadanos que a causa de la desintegración del imperio austro-húngaro, la revolución rusa, las guerras balcánicas, etc. a lo largo de su vida han pertenecido a diferentes naciones), sigilosa, con poca luz nocturna, habitada por gente ordenada y que parece que sus calles se desplazan de un día para otro. Los hechos que nos cuenta podrían ubicarse en la primera mitad del XIX.
Hans, el protagonista, de oficio viajero y traductor, llega para pasar una noche y proseguir camino, pero algo lo mantendrá atrapado en Wanderburgo durante el año en que transcurre la novela.
Conocerá al organillero (un outsider), con el que tejerá una extraña amistad. Entre ellos conversan “como si ya se hubieran dicho todo lo que no se habían contado”. El organillero, un filósofo y crítico social sin proponérselo, sabe escuchar, posee un pensamiento puro, ajeno a cualquier interés, razona con una lógica aplastante y choca con los valores establecidos. Su filosofía está llena de esperanza y poesía. Vive en una cueva en la que recibe a sus amigos, entre ellos a Hans, y se producen tertulias sobre los problemas de los jornaleros y los pobres.
Se enamorará de Sophie, una feminista convencida de que los cambios en la intimidad de los individuos llevarán a un cambio en las funciones públicas. Razona con inteligencia y encanto, es una maestra de las relaciones públicas y una seductora que toma iniciativas. Con buenos modales consigue engañar a todos. En ocasiones fría y experimentada y en otras, apasionada. Una adelantada a su tiempo, capaz de separar placer y sentimiento, racionalista que, a diferencia del organillero, reflexiona basándose en los conocimientos aprendidos. En su salón, se discrepa sin levantar el tono.
Hay otros personajes interesantes: el párroco, que escribe un libro delirante sobre el “estado de las almas” de sus feligreses, Rudi Wilderhaus, prometido de Sophie y el mejor partido de la comarca, Álvaro de Urquijo, el empresario español instalado allí, el señor Gottlieb, padre de Sophie. Estos tres últimos, junto a otros menos relevantes, son asiduos al salón de Sophie. El salón toma una importancia enorme en la novela porque el autor, a través de los debates, desgrana su pensamiento sobre múltiples asuntos que tiene que ver con la formación de la personalidad europea (si es que ésta existe), que podrían pasar por actuales, cuando están contextualizados en el XIX. Como ahora, Europa sale de sus crisis volviendo al pasado (la solución conservadora), como si los países se pusieran de acuerdo para no cambiar nada. Son conversaciones vivaces, irónicas, de posiciones contrapuestas, bien documentadas. El autor hace un auténtico juicio a la historia de Europa, cuestionándola desde el sentido común, con suavidad y lucidez. Especial interés tiene para nosotros, las referencias a España.
La relación clandestina entre Sophie y Hans ocupa buena parte de la novela. Es una relación entre iguales que aman la poesía (el idioma de las emociones) . Son deshinibidos y las escenas de sexo se describen con frescura, elegancia y atrevimiento. “El viajero del siglo” es otra novela que cuenta la historia de un amor imposible (sin traicionar los intereses familiares ni las convenciones sociales), pero lo hace de una manera muy intelectualizada.
Deliciosa la primera aparición de Sophie ante el anhelante Hans -“la falda susurraba por el pasillo”-, la conversación, sin palabras, en presencia del padre, interpretando los movimientos del abanico en manos de Sophie que reaccionaba ante cada una de sus frases -“el abanico se desplegaba como una baraja que había empezado a mezclar la suerte”-, una páginas magistrales (la 45 y 46) en la que Neuman muestra auténtico talento.
La novela tiene una trama densa y ambiciosa. El lector que comience a leerla debe saber que exige atención, constancia y cierta lentitud para extraerle el goce y la sabiduría que contiene.
Pero no es perfecta. Sorprende que un autor de 32 años escriba una obra tan erudita y eso, el exceso de erudición, merma agilidad a la lectura que, en algunos pasajes, se hace pesada. Asimismo, hay una intriga policial sobre un violador enmascarado en serie que de tanto en tanto salpica el texto, prescindible por completo. Por contra, despierta curiosidad sobre el pasado de Hans que éste oculta con celo y que no llega a descubrir al lector, generando frustración (revelar que no estudió en la universidad de Jena no parece de suficiente entidad para tanto misterio). Asimismo, los encuentros clandestinos diarios en la habitación de Hans en la posada, con la hija del posadero entrando sin llamar para llevarles el té, no se sostienen -¿qué tipo de discreción o clandestinidad es ésa?- aunque debo reconocer que he disfrutado mucho con ellos, con su sentido del humor y la mezcla de picardía e inteligencia de los diálogos.
A pesar de estos reproches, estamos ante una gran novela, con páginas magistrales, en las que hay pensamiento y acción. Neuman nos habla del mercado literario del XIX con una perspectiva crítica actual, de política e historia, de la amistad, el amor, el enamoramiento y la función de la infidelidad, y de la muerte (un acorde oscuro, que oyes, sientes y vas reconociendo lentamente, como explica el organillero moribundo), aportando siempre un punto sensato, como si lo extraño fuera no habernos dado cuenta antes. Lo hace con una prosa bella y se nota que hay detrás muchas horas de trabajo porque esa sencillez formal cuesta de conseguir.
“Las despedidas nos devuelven al único territorio que de verdad nos pertenece: la soledad”, frase se encuentra en la última parte. Sintetiza la esencia del individuo. Sophie se irá de Wanderbugo, al igual que Hans, pero el lector ha de adivinar si lo hacen juntos.
María García-Lliberós