Editorial
Contrabando, 2018.
Rafael Soler |
212
páginas.
Rafael
Soler (Valencia, 1947), es poeta y novelista y, en ambos campos se ha
caracterizado por su audacia en el uso del lenguaje.
En 1978
publicó El grito, reeditada en 2014,
una novela corta excelente que nos habla del
fracaso de una pareja. Fue bien recibida por la
crítica que la calificó de ejemplo de la "nueva novela española".
crítica que la calificó de ejemplo de la "nueva novela española".
En 1982
publicó El corazón del lobo,
reeditada en 2012, una novela singular por su estructura y por el lenguaje que consigue hacer original un tema manido como la decadencia de un matrimonio tras más de
una década de casados y la necesidad de introducir estímulos para reavivar el amor.
Otras
novelas suyas son El sueño de Torba
(1983) y Barranco (1985).
En
2018, treinta y tres años más tarde desde su última novela, regresa a la
narrativa con El último gin-tonic (Editorial
Contrabando), una obra en la que, en palabras del autor, convierte al lenguaje en protagonista esencial.
La
novela se estructura en cuatro partes que se corresponden con cuatro días del
mes de febrero de 2018 (la novela salió al mercado en marzo y me ha sorprendido
este detalle), cuatro fechas consecutivas que van a revolucionar la saga
familiar de los Casares al morir Moisés, el patriarca, un hombre mayor,
dependiente por su salud, aunque no lo suficiente como para dejar de espiar a
las mujeres a través de un catalejo, y con dinero, el elemento que lo hace
poderoso y respetable. Una muerte tomada con cierto desenfado, con naturalidad,
incluso con sentido del humor, aunque no exenta de sentimientos.
Estamos
ante un relato que se sumerge en el núcleo familiar desde una perspectiva muy
masculina. Moisés tiene dos hijos, Alberto y Lucas, mellizos y de caracteres
diferentes que pugnan por la misma mujer, María que, a su vez, no lo es de
ninguno de los dos. Lucas tiene tres hijos, Marcos, Mateo y Juan, nombres
bíblicos que algún crítico ha interpretado como una evocación a la última
cena. Estos son los personajes que sostienen la trama de la novela, seis
hombres, diferentes y bien diseñados, con sus ambiciones, vicios, anhelos,
fracasos y deseos.
La
muerte de Moisés los convocará a todos, pero cada uno seguirá con su vida, sus
negocios, sus amores transitorios, sus trampas y malas relaciones, sus
soledades. Pura vida.
Lenguaje
irónico que arranca con frecuencia la sonrisa del lector para mostrarnos
situaciones trágicas que pasan a ser cómicas al mostrarnos las debilidades
humanas en un tono más condescendiente que punitivo.
En
cierta forma, la novela respeta una estructura circular, pues empieza con una
carta, un correo electrónico propio de nuestro tiempo, y acaba con otra. Esta
relación epistolar es excelente y atrapa la curiosidad del lector de inmediato.
Una correspondencia entre Lucas, el personaje con mayor presencia en el texto,
y Diego Wiekman, guía turístico en Puerto Madryn, Argentina, especialista en
elefantes marinos. Estos animales se caracterizan por su comportamiento sexual,
pues un solo macho acapara a todas las hembras, como si de un harén se tratara,
mientras al resto se les denomina los periféricos, y se mantienen al acecho para
arrebatarle por la fuerza al sultán su privilegiada posición. En ese momento, haciendo
una analogía, tanto Diego como Lucas pueden considerarse periféricos en
relación con María.
Nos
encontramos ante una novela visual y, por tanto, cinematográfica (al
estilo de Pedro Almodovar, por ejemplo). Precisamente, aprovechando que uno de
los personajes, Mateo, es guionista, mezcla realidad y ficción (dentro todo de
la ficción, claro), al tomar algunas secuencias la forma de guión escrito desde el punto de vista de Mateo que en esos momentos es
la voz narrativa, sustituyendo a la omnisciente.
Lenguaje
directo, en el que los silencios cobran importancia, con escasas metáforas pero
preciosas y llenas de sensualidad, como esta que sirve para describir a Paola,
un personaje secundario: “del cuello a los talones era toda fruta”. El poeta
Rafael Soler surge como la espuma entre las olas de la prosa novelística.
Una novela,
El último gin-tónic, moderna, imaginativa, sin remilgos, con una visión tolerante y bien
humorada de los perdedores, de esos periféricos con los que podemos
identificarnos todos en períodos más o menos largos de nuestra vida.
Es lo
que la hace recomendable.
María
García-Lliberós.