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El 26 de agosto de 1987 el doctor Héctor Abad Gómez, padre del autor, fué asesinado en pleno centro de Medellín (Colombia), a la luz del día, con absoluta impunidad. La policía abrió un expediente y lo volvió a cerrar cinco años más tarde sin involucrar a nadie en el delito. Fueron los años de plomo en Colombia, en los que la vida humana valía nada, cuando gobiernos corruptos, apoyados por la clase social adinerada, junto a ejecutores grupos paramilitares, decidían en un casino la lista de las próximas víctimas.
Veinte años más tarde, Héctor Abad Faciolince escribe este libro con el hermoso título El olvido que seremos, un verso de Borges, precisamente para conjurar su significado, para que nada se olvide y, al tiempo, aprovecharse de las propiedades terapéticas de la escritura.
La obra tiene una primera parte bellísima en la que nos da a conocer la personalidad del doctor Abad en familia, la relación amorosa entre padre e hijo, el único varón entre seis hermanas, la alegría que contagiaba a su hogar de ese hombre enamorado de la vida, luchador nato contra las injusticias humanas, padre dispuesto a hacer felices a sus hijos, trabajador incansable para sensibilizar a las autoridades de la necesidad de velar por la salud pública, por la calidad del agua potable y el saneamiento de los barrios más pobres de la ciudad. Lo que a la larga lo enfrentará con las fuerzas económicas poderosas, incluso dentro de la universidad en la que era catedrático de salud pública.
La segunda parte intenta contarnos de la manera más objetiva posible, siendo consciente de que la herida sigue abierta, lo que ocurrió aquel día de agosto y los que lo precedieron en que unos sicarios al servicio de un grupo cuya identidad se supone, mataron a su papá. Es un relato interesante porque aporta información sobre el entramado social de Medellín, esa ciudad con la mala fama de haber llegado a tener el índice mayor de asesinatos por persona del mundo, las fuerzas vivas, la mentalidad de la época, el comportamiento de la Iglesia o de algunos curas, tan lejano y desconocido por nosotros.
También recrea la muerte natural de su hermana Marta, de dieciséis años, de cáncer, porque supuso un antes y un después en la familia. Sin duda debió conmocionar al autor que le seguía en edad, y afectó hondamente a su padre, pero este capítulo, en exceso largo y minucioso, debilita a la postre el núcleo principal de la obra.
Un libro muy valiente, pues el autor no duda en citar con nombres y apellidos a los enemigos de su papá, honesto, necesario como homenaje a todas las víctimas, clarificador, escrito con una prosa fluida que mezcla el estilo de la crónica con el intimista.
Muy recomendable.
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