jueves, 23 de noviembre de 2017

Isabel Barceló habla sobre "La función perdida", de María García-Lliberós

Presentación de la novela LA FUNCIÓN PERDIDA de María García-Lliberós
Lugar: Librería Soriano de Valencia
Fecha: 22 de noviembre de 2017                                           
Isabel Barceló

Como muchos de Vds. saben, María es autora de numerosas novelas y relatos cortos, algunas de ellas han recibido importantes premios, como el Premio Gabriel Sijé en 1992 con la novela “La encuestadora”, el Premio de la Crítica Valenciana, en 1999 con la novela “Equívocos”, el premio Ateneo de Sevilla, en 2002, con la novela “Como ángeles en un burdel” y, nos ha hecho disfrutar con otras novelas que han tenido un gran éxito de lectores y de críticas, entre ellas “Babas de caracol (2006 y 2014), o la más reciente “Diario de una sombra” publicada en 2015.
María nos tiene acostumbrados a una escritura solvente, sólida, con una prosa muy cuidada, personajes perfectamente construidos y con tramas y conflictos que jamás dejan indiferentes a sus lectores, pues responden a realidades cercanas, reconocibles.
Uno de los rasgos característicos de su obra es la hondura psicológica que otorga a sus personajes y los hace vivos, les da cuerpo y alma, defectos y virtudes, capacidad de reflexión y, sobre todo, los hace evolucionar, aspecto este último muy importante, pues constituye el núcleo central, el corazón, de la materia literaria.
Todas estas cualidades están presentes en grado sumo en su nueva novela, LA FUNCIÓN PERDIDA, y a ellas aún suma otra más que en mi opinión, estaba menos desarrollada en sus obras anteriores: el sentido del humor, a veces un tanto corrosivo, que aquí impregna de principio a fin toda la historia.
Debo confesar que, cuando empecé a leer esta novela, miraba con mayor interés y con cierto recelo a todos los jubilados que me encontraba por la calle. Me preguntaba ¿qué ideas se ocultarán detrás de sus apariencias inofensivas, debajo de sus palabras amables?. No me fiaba mucho. Hasta que caí en la cuenta de que yo también era una de ellos y, por tanto, capaz de desarrollar, al menos potencialmente, la misma mala baba que Emilio Ferrer, el protagonista absoluto de esta historia. 
He de decir, en descargo de Emilio, que no tenía ganas de jubilarse y no lo vive bien, porque en definitiva la pérdida del estatus profesional y social, del ejercicio de la autoridad , le abre un cierto vacío a sus pies, como si, al verse despojado de sus atributos laborales, se hubiera convertido de pronto en nada, en una cáscara hueca, con un presente insatisfactorio y negras perspectivas de futuro. Con el malhumor que le produce ese panorama y con la ayuda de un cinismo largamente cultivado, ya pueden imaginar que hay que andarse con mucho ojo con don Emilio.
Él nos cuenta su vida a partir de la jubilación con mucho desparpajo, sin ocultarnos nada, al menos en apariencia. Él mismo se describe así:
Me fui cuando las vacas gordas daban los últimos mugidos. He sido un hombre importante, respetado, temido, con influencia en los ámbitos económicos y políticos de los socialistas y de los populares, ninguno se atrevió a cesarme, y es que no todos los políticos son iguales, desde luego, pero en la distancia corta se parecen mucho. Supe adoptar un perfil de técnico bien informado que que no se casa con nadie y al mismo tiempo, de fiar, es decir, flexible ante los deseos del político de turno, y discreto. Una flexibilidad digna, sin aparentar que doblegas la cerviz. El funcionario que necesitan a su lado porque sabe vestir el expediente y dar cobertura legal a sus tejemanejes.
 Sin duda es un tipo hábil y diplomático. Pero, al mismo tiempo que conserva esas habilidades, la edad también lo ha vuelto más descarado, así que rara vez se calla u oculta sus opiniones acerca de las personas o de los asuntos que antes hubiera tratado con exquisita mano izquierda. El descaro es un rasgo característico de la edad.
Su historia está enraizada en nuestra realidad actual, de manera que los avatares de don Emilio reflejan muchos de los grandes temas que nos preocupan y nos acucian: las relaciones intergeneracionales y, en especial, con los hijos; las nuevas tecnologías y sus peligros; la actualización de los errores pasados, pues rara vez podemos librarnos definitivamente de nuestras viejas cargas y tampoco de las faltas, más o menos graves, que hayamos cometido a lo largo de nuestra vida; la necesidad de adaptarse a la jubilación, esa nueva situación que exige de nosotros redescubrirnos, despertar de nuevo a los pequeños placeres cotidianos y también a los afectos, al amor de pareja que muchos creen imposible o encuentran intolerable que nazca a partir de cierta edad.
LA FUNCIÓN PERDIDA nos ofrece una visión realista y, a la vez, optimista de esa etapa que nos conduce hacia el final de la vida. En nuestras manos está, en gran parte, el conseguir que sea hermosa y feliz, amable, ilusionante. Y no lo digo por quienes ya han alcanzado o están cerca de alcanzar la jubilación, sino por las generaciones más jóvenes que, quizá sin darse cuenta, pretenden gobernar, limitar o negar esa vida plena a sus mayores.
En resumen, estamos ante una novela muy interesante, divertida, de lectura rápida, que tiene una doble maestría: la de poner ante nuestros ojos un espejo y la de aunar la hondura de los temas con el humor, la fluidez y la ligereza de su prosa.
Solo me cabe felicitar a María por esta obra con la que, en mi opinión, ella misma inaugura su propia nueva etapa y lo hace con una fuerza, un confianza y una claridad de ideas que todos querríamos para nosotros mismos. Enhorabuena.
 Isabel Barceló Chico


Nota: Isabel Barceló ha publicado, entre otras, las novelas Dido, reina de Cartago (2009), La muchacha de catulo (2013)




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