martes, 21 de noviembre de 2017

"El cuento de la criada", de Margaret Atwood

Editorial Salamandra, 2017                 
Traducción de Elsa Mateo Blanco.
416 páginas.
19,00 € ; 11,99 € en ebook.
Premios: Arthur C. Clarke Award y el Governor General's Award, Los Angeles Times Prize, Commonwealth Literary Prize, todos en 1985,

Margaret Atwood empezó a escribir El cuento de la criada en la primavera 1984, y no es ajeno a la obra de George Orwell titulada 1984. Junto con Un mundo feliz de Aldous Huxley constituyen un conjunto estremecedor sobre el futuro posible. Algunos la han calificado de ciencia-ficción, pero yo, en el caso de Atwood, no lo comparto (no utiliza ninguna tecnología que no esté disponible y se inspira en hechos que han sucedido). Distopía es el término opuesto a utopía. Designa un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine, que se considera indeseable. La introducción a la edición de 2017 en español, elaborada por la autora, clarifica las intenciones de la misma, y es de lectura obligada, aunque recomiendo hacerlo después de haberle leído la novela.                          
Margaret Atwood
Margaret Atwood imagina unos EE.UU., víctima de un ataque terrorista perpetrado por un grupo extremista religioso que se hace con el poder absoluto, con un gobierno teocrático, dictatorial, fanático, puritano y machista, totalitario en extremo, en la que el papel de las mujeres fértiles es procrear y ser madres para garantizar el crecimiento demográfico, ante un preocupante descenso de la fertilidad atribuido a la contaminación ambiental.
Una consecuencia es el establecimiento de una nueva estratificación social: los Comandantes constituyen la élite gobernante, y son varones. Los Ángeles, Guardianes y Ojos forman las fuerzas de seguridad, espionaje y represión, y son varones. Las Esposas son las cónyuges de los Comandantes, pueden tener hijos o no. Las Criadas son hembras fértiles, a las que tienen derecho los Comandantes para procrear, mediante unas ceremonias regladas. Los hijos pertenecerán a las Esposas. Las Tías son las educadoras de las Criadas. Las Martas son mujeres dedicadas al trabajo doméstico. El resto, las No Mujeres, las que son muy mayores o se rebelan, son enviadas a las temibles colonias para desaparecer o trabajar en la agricultura. El escenario físico es el actual Cambridge, Massachusets, donde se ubica la Universidad de Harvard, en la novela sede del servicio secreto. El microcosmos lo constituye la casa del Comandante Fred, donde se refleja con exactitud el cometido de cada uno de sus habitantes.
Nos encontramos ante un relato en primera persona desde el punto de vista de Defred, Criada del comandante Fred, una mujer que mantiene recuerdos de su vida anterior cuando los EE.UU. eran una democracia liberal, ella estaba casada y tenía una hija. La forma de contarnos su historia no es lineal, mezcla el presente con retazos del pasado, aparentemente sin orden, pero el lector no pierde el hilo y capta el proceso al que se ha visto sometida. Ha perdido a su marido, del que no sabe si está muerto o vivo, sólo que fue capturado en su huida en la frontera con Canadá, al igual que ella y su hija, de la que tampoco sabe su paradero. Antes fue desposeída de su trabajo y su dinero. Una Ley ordenaba la confinación de las mujeres en los hogares, el bloqueo de sus cuentas bancarias y el traspaso de su dinero a las cuentas de los maridos o familiares varones más cercanos. La Ley se ejecutó de la noche a la mañana. El marido (como el resto de maridos) no se rebeló ante la medida injusta, pero ella pensó: “ya no somos el uno del otro. Ahora soy suya”. La independencia económica, esencial para la libertad de las mujeres, fue eliminada de un plumazo. Al igual que lo que era susceptible de ello: trabajo, dinero, posición social, libertad, sexo, placer, cultura, educación (se les prohíbe leer). Recuerda la experiencia real de los talibanes en Afganistán.
La educación de las Criadas para su nuevo cometido, en el Centro Rojo, muestra escenas escalofriantes. Las Tías, mujeres adictas al régimen, son las responsables de llevar a cabo el adoctrinamiento, utilizando la persuasión, el castigo físico y el silencio (“dejad que la mujer aprenda en silencio, con un sometimiento total”). Empiezan por cambiarles la identidad y obligarles a aceptar que su nombre nuevo sea “propiedad de”…, el Comandante que te asignen. Tienen su teoría para vender este nuevo mundo feliz, ordenado, porque la violencia contra las mujeres se ejercita de forma reglada, mientras las calles son seguras y ellas, intocables, pueden pasear con cierto porte de humildad digna.
En la novela hay varios momentos clave que ponen los pelos de punta: la Ceremonia mensual compartida por el Comandante, su Esposa y Defred para dejar preñada a ésta, aséptica, en ausencia de lujuria (por parte de las mujeres. Es obvio que el papel dominante del macho es suficiente para provocarle la erección necesaria). Los Exhibirrezos para llevar a cabo casamientos en grupo de matrimonios previamente concertados. La ceremonia del Alumbramiento, lo único que puede salvar a la Criada, en la que de nuevo participan ella y la esposa del Comandante de turno que se apoderará del bebé. A esta ceremonia asisten un enjambre de esposas y criadas como público invitado a un acto festivo que provoca agotamiento, envidia, frenesí, cotilleos. El Salvamento es otro acto social pero éste de castigo, público, con un protocolo puntilloso, en la que los cuerpos de los ejecutados/as quedarán expuesto colgados del Muro, de forma ejemplarizante. Tampoco esto es nuevo y la Historia aporta numerosos precedentes. Más terrible es la Particicución, un desahogo consentido a las Criadas para que durante un tiempo limitado hagan lo que se les ocurra con el cuerpo de un delincuente violador, unos minutos para descargar el odio, la furia, la venganza. Cuando terminan, a pito de silbato de una Tía, Defred, al ver cómo ha quedado el cuerpo del hombre, apunta “no parece una cara, sino una especia de vegetal, un bulbo despedazado o un tubérculo deforme que se ha estropeado al crecer”.
Tampoco faltan las hogueras para quemar libros o ropa sexy de la época liberal, mientras los fabricantes, importadores y comerciantes de la misma, se mantienen de rodillas con capuchas con la palabra “vergüenza” que nos evocan, sin duda, los Autos de Fé de la Inquisición.
En la novela hay bastante reflexión que contribuye a hacer su lectura inquietante: “La humanidad es muy adaptable. Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación”. Es una historia sobre pérdida de derechos humanos y cómo las mujeres son las primeras en perderlos cuando los hombres acaparan todo el poder, y cómo ciertas mujeres (las Tías) se alinean con éstos y son cómplices de la opresión sobre el resto de las mujeres. Nada más cercano a la realidad.
El libro es valiente, estremecedor, provocativo y está muy bien escrito con una prosa, la de Margaret Atwood, precisa, clara y armónica. Favorece que el relato se lea con avidez porque interesa y nos afecta. El cuento de la criada es una síntesis de hechos terribles que se han dado en diversas latitudes no tan lejanas en el tiempo. Y el hecho de que Atwood haya situado a Gilead en el corazón de los EE.UU., no lo hace menos creíble, al contrario, inquieta aún más. ¿Quién iba a suponer que en la Alemania de 1940, el país más culto de Europa, triunfara el nazismo y la persecución racial?
Un acierto la reedición de este texto treinta años después de su primera publicación. La serie de TV inspirada en el mismo, accesible en HBO está siendo un éxito por la calidad de la misma y el trabajo de sus principales intérpretes. Ambas creaciones artísticas son recomendables.

María García-Lliberós

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