lunes, 29 de noviembre de 2010

"El tiempo mientras tanto", de Carmen Amoraga


Finalista Premio Planeta 2010

Ed. Planeta, 2010.

La trayectoria literaria de la escritora valenciana Carmen Amoraga ha sido ascendente y a velocidad de cohete. Se dio a conocer en 1997 con “Para que nada se pierda”, novela en torno a una madre y una hija (tema al que vuelve con la que ahora comentaré) que poseen el don de predecir la muerte. Ganó el Ateneo Joven de Sevilla y se mostró ante el público como una voz nueva de original frescura, en la estela del realismo mágico, dotada para tratar los sentimientos y con un curioso sentido del humor. Este libro me cautivó y desde entonces la he seguido como lectora. Después publicó “Todas las caricias”, en la misma onda pero con menor capacidad de sorpresa. “La larga noche” supuso un cambio de registro, al decidirse por la novela realista sin más y abandonar la influencia de García Márquez. En 2007 fue finalista del premio Nadal con “Algo tan parecido al amor” sobre las relaciones obsesivas de dependencia respecto a los hombres de tres amigas demasiado inseguras. Sirva esta introducción para enmarcar el universo literario de Amoraga, ceñido a las relaciones afectivas en el entorno de la familia, la amistad y el amor. “El tiempo mientras tanto” se mantiene fiel a esta temática.

Comienza con esta frase: “La mujer que va a morir y no lo sabe, o quizá sí, tiene los ojos cerrados, el cuerpo rígido, las manos abiertas, los dedos extendidos”. Se trata de María José, una mujer sin suerte, que está en coma tras sufrir un accidente. El relato empieza con el desvelamiento del final, tomando una estructura circular en la que María José, inmóvil en el hospital, ocupa el lugar central al que van acudiendo las personas que tuvieron importancia en su vida: su madre Pilar, su padre Paco, su amiga Marga, se ex marido Joaquín.

Un coma que dura varios meses, preludio de una muerte segura, es una situación trágica que causa inmenso dolor, conmoción, sensación de irrealidad y desespero, y provoca, también, en las horas de compañía al lado de la moribunda, la inmersión en el recuerdo, el análisis de la relación de cada uno con ella e, incluso, el balance crítico sobre la existencia personal. Despierta las conciencias. Surge la culpabilidad, la impotencia ante el tiempo agotado, lo que, a su vez, incrementa el sufrimiento. De esto trata “El tiempo mientras tanto”, un título metafórico y adecuado, aviso de que, en cualquier circunstancia, el tiempo, tasado e inconmovible, sigue consumiéndose. Una historia triste (o varias historias tristes), humana, que evidencia la complejidad del individuo, la lucha titánica que tiene lugar en el interior de cada cual entre lo que siente y lo que manifiesta, lo que quiere y lo que consigue, la alegría que aparenta y las frustraciones que soporta, haciendo hincapié en la tendencia al empecinamiento en el error o abulia para cambiar de rumbo que es lo mismo que la desidia para reconocer ante otros el fracaso personal.

A los personajes mencionados, todos con la fatalidad y la infelicidad a cuestas (se echa de menos alguna persona que haya acertado en las decisiones esenciales de la vida), se añaden Cleopatra y Goomba, dos inmigrantes llegados a España con la ilusión del progreso y maltratados por el sistema, elementos circunstanciales que actuarán aportando otros puntos de vista y alguna oportunidad de redención.

Estamos ante la novela de madurez de Carmen Amoraga, por el tema que aborda –dolor, muerte, desamor- y la riqueza de pensamientos que va volcando a lo largo de sus páginas. No falta el humor agridulce y el erotismo, como la escena en la que Paco ve el pecho de la joven Cleopatra en el espejo brumoso del baño a través de la puerta entreabierta, muy lograda porque mezcla el deseo con una reflexión sobre las relaciones con su mujer ante la hija en coma como único testigo.

Novela de pocos personajes que comparten por igual el protagonismo y sobre cuya personalidad y conducta profundiza la voz omnisciente que nos cuenta sus vidas, con una prosa limpia, diálogos vivaces y escenario valenciano. Invita a la reflexión, otro ingrediente del placer de leer.


Reseña publicada en POSDATA, suplemento cultural de LEVANTE-EMV, el 03.12.10.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

"Tiempo de vida", de Marcos Giralt Torrente


“Tiempo de vida”,

de Marcos Giralt Torrente.

Ed. Anagrama, 2010

200 páginas. 17,00 €

En febrero de 2007 falleció el pintor Juan Giralt, padre del autor de este relato, atrapado en un período de desafecto oficial y comercial hacia su obra, tras conocer el éxito entre 1960 y 1980. Calculo, por los datos biográficos de la contraportada, que Marcos Giralt Torrente habría cumplido 39 años y, tras un tiempo de desconcierto creativo, sintió la necesidad de escribir sobre la relación con su padre, tal vez porque fue, desde los siete años y hasta pasados los treinta, escasa, obsesiva, y fuente permanente de reproches e incomprensión.

Abordar un tema tan personal y, sobre todo, exponerlo al público, tiene un gran mérito -le ayuda el hecho de carecer de hermanos- y aunque en alguna entrevista ha expresado que no cree en la literatura como terapia, es indudable que sacar fuera los conflictos internos y diseccionar, para intentar comprender, al principal causante de los mismos, debe haberle supuesto un alivio.

Este relato comienza con los recuerdos de la nostalgia infantil, adolescente y ya de adulto, debida a la ausencia del padre y la queja constante por su falta de atención unido al derecho a exigir lo que no se le ha dado. Motivos más que suficientes para abrir una enorme herida entre padre e hijo y un abismo de incomunicación. Pero a mí me ha interesado más la segunda parte, cuando la historia da un giro provocado por la enfermedad mortal del padre inmerso ya en la etapa de decadencia. Aquí el relato transmite la voluntad de ambos de luchar contra corriente, unidos, para, en el escaso tiempo de vida que el cáncer permita, recuperar el mucho tiempo perdido entre ellos. Ese año y medio antes de la muerte del padre, está lleno de voluntad de perdón, desesperación, ternura, complicidad. El autor describe con detalle el esfuerzo descomunal que le supuso atender a su padre, un auténtico desvivirse. Nadie importa en este libro más que él. No aparecen nombres propios. La segunda esposa del padre, por ejemplo, es mencionada como “la mujer que conoció en Brasil”, un hecho sintomático, porque la tal mujer, en cuanto a maldad, nada tiene que envidiar a la madrastra de Blancanieves.

“Tiempo de vida” tiene mucho de expiación, de exorcismo, de desahogo íntimo, y de homenaje filial hacia un padre recuperado y un artista con talento tratado con poca justicia. Está escrito con frases cortas, directas y resulta ágil. Además, con este libro, el lector, a través de la escritura reflexiona sobre la muerte y aprende a vivir, todo a la vez, como en alguna ocasión el Nobel Coetzee definió la esencia de la literatura.

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