miércoles, 20 de septiembre de 2017

"El último encuentro", de Sandor Màrai


Ediciones Salamandra (Letras de bolsillo), 2014 (1ª ed.: 2012)
Traducción del húngaro: Judit Xantus Szarvas.
189 páginas.
7,00 €.               



Estamos ante una novela corta de enorme intensidad, si tenemos en cuenta la cantidad de temas que aborda y la profundidad con que lo hace. Una novela que tuvo una acogida espléndida por parte de los lectores cuando se publicó en español por primera vez en 1999, y dispar por parte de la crítica. Me coloco con los lectores aunque la novela sea susceptible de algún reproche por mi parte.
Se estructura en 20 capítulos y aunque el autor no haya efectuado ninguna diferenciación, los primeros nueve forman una primera parte, y el resto la segunda. En la primera, el viejo general Henrik recibe en su mansión (“una enorme tumba donde se desmoronan los restos de varias generaciones”) el anuncio de la visita de su amigo Konrad, esperada desde 41 años y 43 días ("como el juez y la víctima, reunido en una misma persona, esperan al acusado"), y se dedica a prepararla a conciencia, una auténtica puesta en escena, y recordar que necesita arrancarle la verdad y ejecutar una venganza, una forma de incubar la intriga. En esta parte, el narrador es una voz omnisciente que, en la segunda, cuando aparece Konrard, se mantendrá en segundo plano, pasa a ser un oyente, para ceder la función narrativa a Henrik a través de un largo monólogo. La estructura narrativa es sencilla, efectiva y bastante teatral.
El último encuentro fue escrita en 1942 con Márai instalado en Budapest, Hungría inmersa en la Segunda Guerra Mundial, oficialmente unida al Eje (alemán-italiano) aunque negociando en secreto con Inglaterra y EE.UU. Ambiente de guerra, de cambio, de peligro, de despedida del antiguo régimen y de sus formas de vida, de decadencia, y de incertidumbre ante el futuro.
La novela recorre el período entre 1875, cuando Henrik y Konrad se conocen en la Academia militar de Viena con 10 años, época en que el emperador de Austria era el rey de Hungría y mantenía el orden, en que el ejército con la parafernalia de uniformes de gala y códigos de honor, acogía a los hijos de la aristocracia y alguno de procedencia humilde con suficientes méritos, hasta 1940. En medio todo un conjunto de hechos históricos creadores de una atmósfera social (revolución en Rusia, desmoronamiento del imperio, primera guerra mundial, e inicio de la segunda gran guerra) y una fecha novelística crucial, el 2 de julio de 1899, cuando tuvo lugar una cacería en la finca del general que dio lugar a la huida de Konrard.
Un relato de pocos personajes, media docena, no hacen falta más para alimentar una intriga, porque desde el primer capítulo el lector empieza a preguntarse qué pasó en aquella cacería que provocó esa separación tan larga y esa sed de venganza entre dos personas unidas por una amistad desinteresada.
Una novela con mucho pensamiento. El viejo general no ha hecho otra cosa sino meditar sobre diversas cuestiones que en la novela desarrolla como un ensayo filosófico. Es su forma de ajustar cuentas con Konrad, mostrarle sus reflexiones sobre lo que le ha obsesionado.
La amistad entre hombres es el tema central. La define como un servicio, como la relación más noble e intensa entre dos personas. Las ata en un mismo destino. “Éramos amigos, no compañeros, compinches o camaradas”. Se rige por una ley humana  severa. El sentido profundo de la amistad entre hombres es el altruismo. 
Las diferencias de clases sociales es otro de los temas que aborda. “Quizás la riqueza no se pueda perdonar”. Los pobres que se convierten en señores no perdonan. Konrad y Krisztina son de la misma clase social, inferior a la de Henrik.  Las ideologías y los grados de poder son los otros elementos que dividen la sociedad en dos.
La venganza es el otro asunto crucial. Alimenta las ganas de vivir. Los recuerdos nutren la espera y no le permiten perdonar hasta que tenga lugar el duelo sin sable, y “hablemos de la verdad”. Porque no es lo mismo realidad y verdad. Ésta se encuentra en la intención con que se actúa y en los motivos, y es lo que provoca, o no, la culpa.
La traición, la fidelidad son otros objetos de reflexión: “¿Cuándo exigimos a otro fidelidad, es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz (pag. 168).
La fatalidad y la vejez que se hace presente cuando se acaba el deseo de placer, sólo quedan los recuerdos, las vanidades, entonces envejece el alma.
Desde el punto de vista de la técnica literaria del relato, hay que destacar la forma magistral como va aportando al lector los hechos con frases cortas que intercala en una reflexión larga o al final teatralizado de un capítulo. Por un lado discurre el pensamiento filosófico y por otro, no más de diez frases cortas salpicadas en el momento preciso, nos relata la acción, lo que ocurrió. Lo cuenta de manera sincopada y, sin embargo suficiente. 
Durante toda la segunda parte Konrad se limita a escuchar y asentir con su silencio el discurso de su amigo. Al final hay dos preguntas pendientes, la primera sobre Krisztina que se resuelve como lo hacen los caballeros (quemando su diario sin haberlo leído) y la segunda más importante: “¿Crees que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que puede concentrarse en una persona para siempre?”. “Sabes que sí” es la escueta respuesta de Konrard que da fin al duelo. 
La cantidad de frases que he subrayado me ha dado la medida de la hondura de la novela. Es cierto que siendo una novela corta, todavía podría haberlo sido más si hubiera eliminado algunos pensamientos reiterativos, machacones, en la segunda parte, y la lectura ganado en intensidad y agilidad. Es mi único reproche. Leí por primera vez El último encuentro en 2001 y me pareció magistral. La he vuelto a leer ahora y me ha deslumbrado de nuevo aunque mi condición de lectora sea más exigente.


María García-Lliberós

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