lunes, 1 de septiembre de 2014

"Cuida de Chester", de Guillermo Galván

Ediciones Evohé, 2013
230 páginas.

     Esta novela fue escrita entre junio de 2001 y enero de 2013, durante casi doce años, aunque sospecho que de forma discontinua pues el autor, en ese período ha dado a la luz otras obras. Las fechas evidencian un proceso de escritura difícil lo que se ha traducido, también, en una lectura compleja. Su temática se aleja del resto de las obras de Guillermo Galván como un verso suelto que ha ido a su aire e incluso la prosa, siempre correcta del autor, ha de adaptarla al terreno vaporoso, inconcreto, confuso que requiere sumergirse en la mente enrevesada de una mujer aquejada de esquizofrenia.
     La estructura descansa, en principio, en dos voces narradoras: la de Bea, a través de sus manuscritos enviados por correo y la de la amiga periodista, receptora de las mismas. Las cartas proceden, aparentemente, de Praga y, luego, de Budapest, lugares a los que ha ido Bea obsesionada en obtener respuestas a su fobia a los espejos. El recorrido por estas ciudades permite al autor describir rincones interesantes y utilizar la música como elemento del escenario novelesco y presentar personajes que viven en la mente de Bea. Ella busca un libro, El durmiente, escrito por un húngaro, que trata del ser que vive en los espejos y nos revela nuestro otro yo cuando “cae la máscara” con la que nos cubrimos. A Bea le aterrorizan los espejos porque cuando se mira no se reconoce. Necesita matar a su durmiente para liberarse. Es una mujer con tendencias autodestructivas, obsesionada con la literatura y la muerte, víctima de la creencia de que su padre la espiaba desde pequeña a través de un espejo en su dormitorio que era una ventana desde la habitación colindante, que deseó la muerte de su padre, que poseía el don de prever el futuro exterior a ella.
     La novela, aunque el editor en la portada la califique de intriga, es un relato muy intimista, un análisis psicológico de la mente enfermiza de Bea, una mujer rebuscada, insatisfecha con su vida y sin ganas de cambiarla, cautiva de un pesimismo vital, con un final sorprendente en el que las dos voces narrativas se confunden tal vez porque cada una se encontraba a uno de los lados del espejo.
     Una novela que contiene pensamiento sobre la identidad y la imagen con un exceso de retórica que ralentiza la lectura. Ésta, sin embargo, a pesar de exigir al lector mayor esfuerzo del habitual, obliga a saber cómo acaba.

      María García-Lliberós

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