Ed. Seix Barral, 2009
958 páginas.
El argumento de esta novela es tan viejo como la literatura: el amor obsesivo entre un hombre casado y con dos hijos, que ya ha cumplido los cuarenta, hacia una mujer joven, libre, hermosa, americana, universitaria y fascinante para cualquier español en 1936. El valor añadido surge al situar el arranque de esta historia en Madrid, semanas antes del comienzo de la guerra civil. La guerra y el amor darán un vuelco en la vida, hasta entonces apacible y llena de éxitos, de Ignacio Abel. La primera le convertirá en un escéptico y, superado por las circunstancias, el amor le proporcionará la coartada para su deserción.
Con estos elementos, Muñoz Molina, construye una enorme novela. Destaca la creación del personaje principal, Ignacio Abel, hijo de una portera y un maestro de obras que, con grandes sacrificios consigue ascender en la escala social. Obtendrá el título de arquitecto y se casará con una burguesa. Se mantendrá leal a los principios republicanos, al partido socialista y al sindicato UGT, mientras descubre la seguridad, el confort y los placeres que otorgan el dinero y el prestigio. Será siempre un desclasado y una persona sospechosa para ambos bandos en la contienda española. El lector conocerá su infancia, la relación con sus hijos y su mujer, su dedicación al trabajo y la pasión imprevista y absorbente hacia Judith Biely y los efectos que ésta última tendrán en su conducta. Descubrirá su desenvoltura para mentir y justificarse descuidos familiares, su nueva dependencia sexual y la capacidad para llevar una segunda vida. La noche de los tiempos nos relata una historia de amor, desde que surge hasta el comienzo de su desvanecimiento, y lo hace magistralmente, demostrando el autor, un conocimiento profundo de la conciencia humana.
Madrid y las convulsiones de julio del 36 son, a su vez, la otra pata que sostiene la estructura de la novela. Porque el autor nos muestra el ambiente prebélico y de desánimo generalizado por la marcha de
El texto tiene mucho de ajuste de cuentas, especialmente, con los intelectuales y artistas de izquierdas. Aprovechando la relación ficticia del protagonista con los habitantes de la mítica residencia de estudiantes (la novela se nutre de personajes ficticios y otros que existieron), Muñoz Molina, desde su perspectiva de hombre hecho a sí mismo de origen humilde como Ignacio Abel, se permite hacer una crítica inmisericorde de Dalí, rico y déspota como Picasso, de Alberti y María Teresa Leon viviendo como artistas de cine costeados por el gobierno, de Salinas que acumulaba cátedras, encargos y queridas, de Lorca, un autor de éxito que se vanagloriaba de ganar muchísimo dinero. Incluso María Zambrano y sus “tés, de los domingos a los que acudía gente de catadura dudosa”, es objeto de sus dardos. Tan sólo se salva la figura de Juan Negrín, científico metido a político, bon vivant y generoso, de cuyos labios surge el análisis más lúcido y demoledor de la realidad española del momento, de su partido político y de las contradicciones de
Una novela que le cuesta arrancar, o se me hizo morosa al principio para cobrar mejor ritmo conforme avanza. Y una curiosidad: ¿algún lector podría explicarme quién es el relator? El texto suena al de una voz omnisciente -ve todo lo que ocurre en la novela sin ser visto por ninguno de los personajes- que, sin embargo asume, en ocasiones, la primera persona (pág. 11, 812, 825, 954) y hasta se permite fantasear. Parece deducirse (pág. 575) que es alguien nacido veinte años después de que acaecieran los hechos que cuenta pero, ¿quién es?
La novela da para mucho más que este breve comentario y es buena, muy buena, hace pensar y desmitifica las revoluciones, "porque todas son iguales cuando se trata de matar". Una lectura más que recomendable.
Despues de leer los comentarios, creo que voy a retomar la lectura de esta novela. Estoy en las primeras hojas, pero no me engancha como otras novelas de Muñoz Molina. Veo que a ti tambien te costó engancharte a ella. Salomé
ResponderEliminarVale la pena que lo vuelvas a intentar porque recompensa.
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