Editorial Sargantana, 2020.
150 páginas.
Hermanos de sangre es la segunda novela de Juan Vergara que leo y me ha sorprendido porque supone un cambio de registro absoluto sobre la anterior. Meridiano maldito (2011) trataba sobre la expedición que hicieron seis académicos franceses, acompañados por dos marinos españoles –Jorge Juan y Antonio de Ulloa- a Perú, entre 1734 y 1744, para medir un grado del meridiano terrestre y confirmar que la Tierra no era una esfera perfecta, sino achatada por los polos. Se trata de una novela de aventuras, viajes, científica, política, histórica y social, porque Vergara con un lenguaje cuidado, abre el relato a una infinidad de aspectos.
Hermanos
de sangre se aparta de esta senda, lo que indica que Juan Vergara va
definiendo su imaginario literario, amplio y variable, sin agarrarse todavía a
obsesiones fijas. La trama se desarrolla en la actualidad, en las primeras
décadas del siglo XXI, toma como escenario la Valencia
del ensanche, un barrio
de clase media, predomina la ficción, adopta como objeto literario
el interior de dos familias bien distintas si atendemos a su nivel económico y
otras cuestiones derivadas del mismo, y está protagonizada por tres jóvenes,
uno de los cuales asume la voz narradora.
Hermanos de sangre puede emparentar con el género negro, por eso de que un asesinato forme parte del núcleo central del relato, pero me ha parecido más una novela con interés en el diseño de los personajes dotándoles de la suficiente profundidad psicológica que justifique sus conductas. No sigue el curso de una investigación policíaca, aunque haya alguna referencia, pues el narrador, Marc, que escribe desde la cárcel, se presenta como el autor confeso del asesinato apresurándose a desvelar el misterio sobre la identidad del asesino. Hay en la novela cierta denuncia social, pues asuntos como el maltrato, la tiranía familiar y sus consecuencias, la codicia económica y el consumismo, aparecen como causas impulsoras de acciones delictivas, aunque estas se ejecuten con un afán justiciero o impulsadas por sentimientos amorosos. Motivos que dulcifican la cara del asesino.
La novela, de 150 páginas, se desarrolla en 16 capítulos. Es corta, y se hace corta, lo cual es bueno, y es de lectura ágil porque avanza a buen ritmo. El primer capítulo adopta la forma de apertura clásica de presentación del narrador y su situación: un joven de veinte años, condenado a quince de reclusión mayor por asesinato con alevosía. Ha matado al padre de sus amigos Raúl y Patricia. Ha abandonado los estudios y arruinado su vida, sin obtener nada a cambio, y no está arrepentido. ¿Cómo es eso?, se pregunta enseguida el lector, atrapado ya en la intriga.
Pero las cosas no son tan
sencillas como sugieren las apariencias. Y tras los hechos desnudos, descritos
así, por las consecuencias, se encuentra una madeja de relaciones que
impulsan sus conductas. Las familias de ellos habitan en el mismo edificio pero
mientras la de Marc ocupa, alquilados, la que fue estrecha vivienda de los
porteros en el último piso, la de Raúl y Patricia vive en el
amplio piso principal, en calidad de propietarios, con las connotaciones
propias de las diferentes clases sociales. Unos viven de un pequeño comercio de
mercería de barrio y los otros son hijos de un empresario hecho a sí mismo y
orgulloso de ello, constructor, especulador y sabedor de los
secretos que conducen a un pelotazo urbanístico y a engrosar la burbuja
inmobiliaria. Van a un colegio privado, Marc a un instituto público, veranean
en un chalet en Dénia mientras Marc los espera en una tórrida Valencia. Vidas
próximas y diferentes, a pesar de compartir la misma escalera y los elementos
comunes. Y les afectará de forma distinta la terrible crisis económica y
financiera de 2008.
Comento esto por el interés
que despierta la descripción, sin grandes honduras, las necesarias para una
novela, de la situación socioeconómica
de España en la primera década del siglo XXI, el aumento del desempleo, con
especial crueldad entre los jóvenes, el auge de los comedores sociales, el
incremento de la pobreza y las desigualdades. Saber contextualizar un
relato en sus dimensiones espacio-tiempo es lo que le aporta realismo y lo hace
creíble.
Otro aspecto primordial lo
constituye el diseño de los personajes. Y en este caso tiene una importancia
enorme, hasta el punto de que la credibilidad de la novela descansa en ello, en
que el lector acepte el motivo por el cual Marc se embarca, nada menos que en
un asesinato, para “hacerles un favor” a sus amigos, asumiendo el
destrozo en su propia vida, cuando no es un sicario. El difunto responde a un estereotipo del padre y esposo maltratador: un hombre con
capacidad para herir, desconfiado, cínico y violento, que controla los movimientos de la familia, veta amistades, y hasta la forma de vestirse, provoca miedo y es un elemento de conflicto que impide la paz intra
familiar. La madre, una mujer guapa chapada a la antigua, no se
plantea ni el divorcio, ni la denuncia del marido ante la justicia. Pensarlo le
produce pánico.
Raúl sufre las afrentas del padre, al que teme y del que ha sido
objeto de su ira en más de una ocasión, está necesitado de afecto y la amistad
con Marc surgirá como algo necesario, sedante y enriquecedora. E incluso como
una rebeldía ante el padre que tilda a Marc de don nadie. Una amistad que, por
su parte, se aproxima al enamoramiento. Patricia, fría y calculadora, tiene mente de estratega. Se sabe atractiva y le resulta fácil
manejar a Marc, consciente del deseo sexual
que le despierta. Pero el final, agridulce, nos deparará una sorpresa que
obligará al lector a redefinir al personaje de Patricia.
Una novela, por tanto, que,
en el marco de un crimen horripilante, navega por el interior de los
personajes, que nos habla de sentimientos encontrados, anhelos, pasiones, en el
contexto de una sociedad en derribo, que enfrenta problemas de gran actualidad
mediática que tienen que ver con el dominio de unas personas sobre otras y las
formas que las víctimas potenciales practican para intentar evadirlo, cuando,
sobre todo, falta el coraje para dejarse ayudar por la Justicia. Una novela que
consigue mucho más que entretener, obliga al lector a comprender las tragedias
que, hoy en día, tienen lugar en la intimidad de los hogares.
Léanla.
María García-Lliberós
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