560 páginas.
18,50 €, en papel; 9,49 €, en ebook.
Abordo esta
segunda entrega de la “trilogía del Baztán” sin haber leído la primera (El guardián invisible) y sin haber leído
nada de Dolores Redondo. La primera impresión es que me encuentro ante una
autora sólida, que trabaja bien los argumentos y tiene el don de absorber al
lector con la historia que nos cuenta.
Hay muchos
aspectos interesantes en esta novela negra que la hacen diferente del resto. En
primer lugar, la protagonista es una mujer que ocupa el cargo de inspectora
jefe de homicidios en la Policía Foral de Navarra y que es respetada por su
equipo de subordinados, todos hombres. Amaia Salazar es una super woman, sin duda, valiente,
inteligente, con capacidad deductiva, autoritaria, preparada y, también, con
sus vulnerabilidades, su punto de orgullo casi al límite de la arrogancia, su
fragilidad, su conciencia de culpa por no ser una buena madre, ni una buena
esposa al haber supeditado su tiempo a la entrega al trabajo. Una heroína de
nuestra época que conecta enseguida con el lector.
El segundo
aspecto es la ubicación geográfica: en el valle del Baztán, en Navarra, de una
belleza enorme, un lugar propicio para mantener creencias atávicas en fuerzas
malignas que contemporizan con una sociedad avanzada. La misma Amaia, tan
racional, cae en ciertos ritos para alejar el mal de su familia. La mitología
vasca adquiere importancia protagónica.
El argumento descansa
en dos cadenas de hechos que aparecerán conectados entre sí: las profanaciones
sucesivas con la aparición de huesos humanos sobre el altar de una iglesia en
Arizpun y por otro los asesinatos de mujeres maltratadas por sus parejas y el
suicidio posterior del asesino dejando un mensaje escueto, la palabra Tarttalo
(nombre de un monstruo de un solo ojo que era caníbal). Un tercer pilar se
encuentra en la familia de Amaia, en su torturada infancia y el misterio en
torno a su nacimiento.
Una trama compleja,
sinuosa, bien llevada, que genera ansiedad en el lector, necesidad de seguir
sabiendo y le hará devorar las 560 páginas y más si tuviera por delante, prueba
de que el libro funciona de maravilla. Interesante la figura del asesino
inductor, separada de los ejecutores, y el poder de la siquiatría para dominar
voluntades, elementos que cumplirán una importante función en la trama
argumental. Aunque el personaje en que se concreta este inductor aparezca demasiado al final, como salido de un sombrero de copa, y se perciben demasiados encajes de bolillos literarios para atribuirle todos los males.
El libro está
muy bien escrito. Por esto, precisamente, consigue ser adictivo. Es obvio que
leeré El guardián invisible y Ofrenda en la tormenta y eso que odio
las trilogías anunciadas.
María García-Lliberós
María García-Lliberós
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