Colección Max (bolsillo).
Junio 2015 (12ª edicion)
765 página.
10,95 € en papel; 6,99 € en ebook.
A través de tres líneas narrativas
que van entrecruzándose, la novela se adentra en las vidas y personalidades de Leon
Trotski durante la última década de su vida, o desde que fue expulsado de la
Rusia soviética, las de Ramón Mercader, su asesino, y las de Iván, el narrador,
un escritor cubano frustrado por la política censora del régimen castrista. La novela es mucho más que esto: es un ajuste de cuentas a los
regímenes comunistas, del de Stalin fundamentalmente, y una crónica del
envilecimiento de un sueño utópico que no contaba con la maldad existente en
los seres humanos. También es una descripción magistral, de unas sociedades
sometidas a unos gobiernos que han sustituido la capacidad de convencer por el
uso arbitrario de la represión violenta y han convertido al terror en la
auténtica autoridad.
Especial interés tiene el diseño de
los personajes. Entre ellos, Caridad del Río, la madre de Ramón Mercader, y África, la mujer
de la que se enamoró. Ambas muestran unos perfiles semejantes. Son
fanáticas y están dispuestas a poner su vida al servicio del partido y sacrificar sus sentimientos. No permiten la flaqueza de sus compañeros, ni que
se dude de las decisiones adoptadas por Stalin, aunque no las comprendan ni las
compartan. Fueron las forjadoras de la primera personalidad de Ramón Mercader,
haciendo de un hombre débil un militante entregado, y las responsables de dirigir su
voluntad hacia la entrega total a la causa, con la expectativa quimérica de
evitar el miedo a la madre y merecer el amor de África.
Otro personaje impagable es Tom o
Kotov, el mentor y jefe de Mercader, un cínico empedernido porque él sí sabía
lo que estaba ocurriendo, los juicios sumarísimos amañados, las ejecuciones de
cualquiera que pensara por su cuenta, aunque también fuera consciente de la
imposibilidad de salir con vida de una renuncia que jamás sería admitida por la
cúpula estalinista.
El proceso de transformación de Ramón
Mercader en el soldado número 13 y, luego, en el belga Jacques Mornard destinado a llevar a cabo el asesinato de Trotski, incrustándole un piolet de alpinista en
el cráneo, es estremecedor, de gran profundidad sicológica y una de las partes
más interesantes de la novela.
Respecto a Trotski, el relato toma la
forma de crónica de su enfrentamiento con Stalin y las consecuencias del
ensañamiento de éste en su proceso liquidador de su figura como ideólogo, su
prestigio y su huella revolucionaria, incluyendo la eliminación física de
miembros de su familia. El texto se introduce con amabilidad en el entorno familiar de Trotski, muestra su lucidez
respecto al análisis de la política internacional, pero Leonardo Padura menciona muy de pasada los crímenes que Trotski cometió al comienzo de la revolución. Algo que Trotski no olvida al
reflexionar si no sería víctima de los métodos revolucionarios que él aplicó.
El hombre que amaba a los perros es un libro que interesa mucho y que está escrito con una
prosa maravillosa, aunque a algunos lectores les resultará demasiado largo. Las
páginas de la segunda parte en Moscú, cuando Mercader vive allí y se reencuentra
con Tom, se hacen pesadas y aportan poco. Sin embargo, hay algo que el libro no
explica y es importante: ¿cómo consigue Ramón Mercader salir de la URSS y
recalar en La Habana?
Este pequeño reproche no empaña que nos
encontremos ante una novela excelente, que descansa en una estructura compleja y bien trabada, que toca más temas no mencionados en esta
reseña de espacio limitado, y que pide una lectura atenta y sin prisas.
María García-Lliberós
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