Ed. Denes, SL. Valencia 2013.
92 páginas.
En la segunda el hijo sacude al padre en un reproche continuo que, en
cierta forma, es un reproche hacia sí mismo, al comprobar que las decisiones
equivocadas se repiten a través de las generaciones. Le acusa de haberle
educado sin convicción. Contrapone lo que
anhelamos ser en un momento y no pudimos, con lo que somos, profundiza en las
causas de la derrota, las contradicciones entre deseos simultáneos -¿por qué te
casaste tan joven, tuviste hijos en seguida y te cargaste de deudas?, ¿por qué
te pusiste la argolla al cuello, perdiste la libertad y, con ella, la
posibilidad de ser feliz?- rodeados de una atmósfera mentirosa, cruel, metidos
en un proceso liderado por el reclamo del dinero que nos va convirtiendo en
insignificantes.
En la tercera parte, recuerda épocas decisivas para ambos. La de la
muerte de la madre o esposa, los meses anteriores de enfermedad y deterioro y
los posteriores, anegados de la sensación de pérdida, desamparo,
irreversibilidad, sentimiento de culpa por no haber hecho más, de ira, de
impotencia ante el destino, de incomprensión.
Finalmente, cambia el punto de vista y, al final de su discurso adopta el
papel de padre para explicar que el olvido es una empresa imposible porque los
recuerdos, los que quieres enterrar, te asaltan de improvisto, como una penitencia
perpetua. Ahonda en el origen de la desgracia personal y la adversidad.
Una novela filosófica, intensa, con mucha carga de pensamiento y bastante
amargura. Densidad de la prosa acentuada por la ausencia de diálogos que, sin
embargo, te va atrapando y envolviendo como haría una araña habilidosa, porque
el lector, convertido en oyente, reconoce la voz hostigadora de la conciencia,
pegada a la vida y, por tanto, a la muerte, ese asunto sobre el que preferimos
no pensar pero sabemos que anda al acecho.
Reseña publicada en POSDATA, suplemento cultural de LEVANTE, el 10 de enero de 2014.
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