viernes, 25 de mayo de 2018

"Las defensas", de Gabi Martínez


Editorial Seix Barral, 2017.

496 páginas.

El interés de esta novela se encuentra sobre todo en lo que nos cuenta: la locura relatada por un neurólogo que se volvió loco. Porque Gabi Martínez, el autor, convierte al doctor Escobedo en personaje protagonista y relator en primera persona de esta historia real con escasas probabilidades de volver a repetirse.
¿Qué desencadena un ataque de locura? El doctor Escobedo se pondrá a la faena para desentrañar las causas de su caso particular. Con sus conocimientos científicos tratará de encontrar un diagnóstico, y nos hablará de su entorno familiar, la falta de amor a su madre en justa correspondencia, la frialdad con su padre, la complejidad de su matrimonio con Sol, la relación con sus hijas, el sentimiento de falta de libertad que le provoca su familia, su afición a las mujeres y su éxito con ellas, su forma de amar, su debilidad autodestructiva con el alcohol y el tabaco, el estrés laboral y el acoso por parte de su jefe, un tal doctor Subirats, experto en prácticas de mobbing que lleva a cabo con calculada exactitud. Todo esto y sus consecuencias –frustración, victimismo, descreimiento, ironía caústica- se encuentra en esta novela que no respeta la sucesión cronológica de los hechos y consigue, sin embargo, que el lector siga sin problemas el hilo argumental.

La voz narrativa es única, la del doctor Escobedo, si bien hace frecuente uso del relato indirecto: “Sol dirá que…”, “Diana dirá después …”, con lo que, respecto a diferentes situaciones, nos aporta las opiniones de otros personajes esenciales interpretadas desde su punto de vista, lo que enriquece el texto.
Surgen muchas cuestiones inquietantes al leer este libro, cuestiones que afectan al lector en cuanto a posible futuro paciente, como las relaciones, no siempre fluidas, entre neurólogos, psiquiatras y psicólogos. La hipótesis de la enfermedad mental con causa siempre en una patología física y sean las variables sociales y las circunstancias personales (estrés, víctima de mobbing, etc) sólo coadyuvantes para su activación, incluso violenta, como es el caso que nos ocupa. De hecho, se descubrirá que el doctor Escobedo tiene una enfermedad de las llamadas autoinmunes (anticuerpos del sistema defensivo que atacan al organismo en lugar de defenderlo), de ahí el título metafórico de la obra.
Estos son los motivos por los que pienso que esta novela merece leerse, porque entretiene e interesa, aunque su prosa sea mejorable y acuse un exceso de páginas que le restan intensidad al relato.
María García-Lliberós

miércoles, 23 de mayo de 2018

"El legado de los espías", de John le Carré



Editorial Planeta, 2018 
362 páginas.
21,50 €, en papel.

En esta novela John Le Carré regresa a dos de sus mejores obras: El espía que surgió del frío y El topo. En la primera, la necesidad de proteger a un agente infiltrado en la cúpula de la Stasi, requirió urdir un engaño –la operación Carambola- y sacrificar la vida del agente Alec Leamas, responsable del espionaje inglés en Alemania Oriental, y a Elizabeth Gold, su amante. Cincuenta años más tarde, un hijo de Leamas y una hija de Gold denuncian a los servicios secretos británicos y exigen responsabilidades por esas muertes, lo que provoca la creación de una Comisión Parlamentaria y una investigación interna que persigue culpabilizar a Peter Guilliam, sucesor de Smiley y a sus órdenes, como responsable final.
John le Carré
La novela arranca con un primer párrafo y un primer capítulo insuperable: Lo que sigue es una relación verídica –la mejor que puedo ofrecer- de mi participación en la operación británica de desinformación, de nombre clave Carambola, organizada a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta contra el servicio de inteligencia de Alemania Oriental (Stasi), y que tuvo como resultado la muerte del mejor agente secreto británico con el que he trabajado y de la mujer inocente por la que dio su vida.
Una frase potente de Peter Guillam, el relator, en primera persona, en la que nos adelanta el argumento y con la que consigue agarrar al lector con fuerza.
El andamiaje de esta novela es complejo y sigue el curso de dos fuentes: por un lado el relato de Guillam –un agente retirado, beneficiario de una pensión y, por tanto, susceptible de extorsión, que vive en la Bretaña francesa- del proceso al que es sometido por los actuales ocupantes de Circus ansiosos de encontrarle culpable y, por otro, la mirada a lo que sucedió hace muchos años, ayudado por la lectura de los informes que se redactaron con ocasión de Carambola y del caso de Bill Haydon, agente doble al servicio de los soviéticos y Jefe del Circus que durante tres décadas estuvo pasando información al enemigo (trama de El topo), y los recuerdos y emociones que le producen. Ambos cursos permiten mostrar al lector los procedimientos propios del oficio de espía, los métodos para interrogar empleados o de persuasión, de hace cincuenta años y los de ahora, y los elementos que envuelven ese mundo en una atmósfera de misterio tan novelesca.
Los personajes son esenciales. A Georges Smiley lo describe Guillam como “barrigón, con gafas y en estado de permanente preocupación” que cuando su captación como espía “se estaba ofreciendo para ser la figura paterna que más adelante llegaría a ser para mí” al tiempo que concretaba su oferta con “No pagamos mucho y aquí las carreras tienden a interrumpirse abruptamente. Pero nos parece que es un trabajo importante, siempre que creas en los fines y no te preocupen demasiado los medios”. También aparece como el “portador de mensajes falsos”, retorcidos, sofisticados y sin límites, pero que siempre ha tenido un problema: ”ver las cosas desde el punto de vista del otro, y eso acaba con cualquiera”. “Sabía de la fragilidad de los demás, pero se negaba a reconocer la suya”. Es un personaje frío, duro, que antepone el cumplimiento de lo que cree su deber a la salvación de una vida, pero que tiene convicciones morales y sentido de la lealtad y, de ahí, sus problemas de conciencia.
Las novelas de Le Carré son buenas porque, además de ser enrevesadas y oscuras como pide el género, no se quedan en el relato de los hechos, en lo que es la acción, sino que siempre entra en los conflictos morales que se plantean los espías. Guillam confiesa en el segundo párrafo que “Un funcionario profesional de los servicios de inteligencia no es más inmune a los sentimientos que el resto de la humanidad”. En las novelas de Le Carré hay sexo, parece algo que forma parte del oficio, pero también hay pasión y amor, como el que surge entre Tulipán y Guillam, que el autor describe con una prosa llena de lirismo. Otra característica de su narrativa es que hay reflexión sobre la geopolítica mundial, análisis de una realidad que nos concierne. 
El compañerismo entre los viejos espías, la solidaridad entre los que saben la verdad y saben que no será comprendida en la época actual, la piedad y generosidad a su manera, todo eso está en esta novela que te atrapa porque la prosa de Le Carré es precisa, limpia, escueta y directa y porque nos devuelve a la etapa en la que el autor se consagró como el mejor escritor de ficción sobre el tema. El legado de los espías tiene un final un tanto brusco, que, tras el encuentro entre Guillam y Smiley, deja bastante a la aportación del lector, pero cumple con creces el principal objetivo de una novela: hacer disfrutar al lector, relamerse de gusto con sus palabras. No hay que perdérsela.
María García-Lliberós

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