Traducción de Jaime Zulaika.
210 páginas.
Una de las
características de Ian McEwan es que no pierde tiempo en introducir al lector
en la historia que quiere contar. El primer capítulo de esta novela constituye
una puesta en escena perfecta en la que el autor proporciona, en pocas páginas,
mucha información sobre su protagonista, su entorno doméstico y el nudo argumental: Fiona Maye es jueza del Tribunal Superior de Menores, tiene cerca de 60
años, sin hijos (el típico caso de mujer que ha ido subordinando la maternidad
a la carrera profesional hasta que se le ha hecho demasiado tarde), el trabajo
la absorbe con casos difíciles que plantean dilemas morales y conflictos
interculturales que atraen los focos de la opinión pública, y su matrimonio
atraviesa una fase de languidez rutinaria aburrida hasta el punto de que su
marido le plantea el deseo de, sin romper el vínculo ni hacer peligrar el statu quo privilegiado que poseen, vivir una aventura con
una mujer joven porque quiere volver a sentir la pasión sexual.
Ian McEwan |
La crisis
personal de Fiona se ve sacudida por un caso especial, el de un menor, Testigo
de Jehová, enfermo terminal de leucemia que se niega a recibir transfusiones de
sangre por motivos religiosos. La decisión, y por tanto la vida del joven, está
en sus manos. La novela muestra la dificultad del trabajo de un juez de familia. Se extiende en el procedimiento jurídico, la interpretación adecuada de
las leyes para proteger el bienestar del menor, la presión de la secta, a
través de los ancianos y los padres, sobre el joven Adam, inteligente y
sensible. Un tema inquietante y actual, la contraposición entre razón (la del
Estado) y fe. Y otro tema importante: ¿hasta dónde llega la responsabilidad de
la jueza, termina con la sentencia? (página 209).
Como siempre, la
prosa de McEwan es precisa, fluye con facilidad, remueve la conciencia del
lector porque lo coloca ante problemas que nos afectan y asume el rol de
conciencia moral de la sociedad. La intransigencia de la religión, tan presente
en nuestra época y tan temible, a nivel individual y colectivo. La convivencia
conyugal cuando el entorno es confortable, demasiado valioso
para echarlo a perder, aunque carezca de emoción. Genial la escena del regreso
de Jack, el marido, a casa, y la decepción de que lo haya hecho tan pronto y las
vacaciones matrimoniales de la esposa humillada hubieran durado tan poco. Le estaba cogiendo gusto a
la soledad (página 150-151).
En definitiva,
una novela bien documentada que se lee con avidez. No deslumbra como Expiación o Amor perdurable, títulos del autor, pero lleva el sello de uno de los grandes.
María
García-Lliberós