Ed. Círculo de Lectores, por cortesía de Anagrama, 2011.
378 páginas.
Traducción de Jaime Zulaika.
Premio Goncourt, 2010.
378 páginas.
Traducción de Jaime Zulaika.
Premio Goncourt, 2010.
Es lo primero que leo de este autor porque, lo reconozco, tenía cierta prevención contra él. Sin apenas argumentos, lo había clasificado entre los autores pijos franceses. Empezaré confesando que he leído "El mapa y el territorio" con enorme interés, que en ningún momento me ha aburrido, al contrario, he admirado algunos pensamientos brillantes y, también, me ha producido cierto desconcierto y asombro.
Jed Martin es uno de los personajes cuya biografía sirve de hilo conductor de la historia. Es un tipo raro que triunfa en el mundo del arte casi sin proponérselo, con una serie de cuadros inspirados en fotografías de trozos de los mapas Michelin y otra sobre los oficios de los hombres, que se cuida mucho de expresar sus sentimientos o es incapaz de ello, que muestra cierta apatía y se adapta, con mansedumbre, a lo que el mundo va dándole: el amor y el abandono por la persona amada, el éxito y la soledad, el dinero y el sexo, obsesionado con su trabajo, una burbuja perfecta que lo aisla de los demás. El autor habla mucho de la obra artística de Martin, del fervor que despierta entre los críticos y de la forma extravagante en la que el mercado alza sus precios, pero el lector acaba el libro y tiene el sentimiento de que sigue sin conocerle. Tal vez porque su principal característica sea la opacidad. Su forma de ser es un reflejo de su desconfianza respecto a los otros. Sólo una vez Jed Martin se enfurece y se muestra violento cuando descubre la muerte de su padre, por eutanasia, practicada en una aséptica y cara clínica suiza. Un tema, éste, que Houellebecq trata con valentía y lucidez.
El otro personaje fundamental es, precisamente, Houellebecq, a quien Jed Martin le pide, a cambio de una buena remuneración, la redacción de un texto para el catálogo de su segunda exposición. Ambos entran en contacto y, a su manera, congenian. Tienen muchos rasgos comunes destacando el éxito y el aislamiento social. Resulta audaz la forma cómo el escritor Houellebecq maneja al personaje que lleva su nombre y a quien atribuye las novelas que él ha publicado en la vida real. Un individuo que vive solo, alcoholizado, en compañía de su perro y sus pensamientos, con una visión negativa de la evolución del mundo.
En la tercera parte el relato da un vuelco absoluto y lo que parecía una novela realista y sociológica ambientada en la Francia actual, pasa a otra de género negro. Houellebecq y su perro aparecen asesinados, macábramente, en ese escenario idílico rural. Unas muertes refinadas por la técnica utilizada en su ejecución, de una crueldad extraordinaria que dará pie a indagar sobre los móviles de la conducta humana para matar y otros pormenores sobre el ambiente que se respira entre la policía judicial y científica. El crímen, con el tiempo, acabará resolviéndose de una manera que conectará con las partes anteriores.
La novela atrapa, está escrita con un ritmo endiablado, provoca, en el sentido amplio de estimular el pensamiento, que no es poco, analiza las extrañas relaciones de intereses en el mundo desarrollado y también contagia un enorme escepticismo respecto al individuo como ser social, algo que en mayor o menor grado, se comparte.
En fin, Houellebecq está lejos de ser un pijo, como mucho, en algunas entrevistas, le gusta aparentar serlo. Es inteligente, escribe bien y se ha ganado mi respeto. Seguiré leyéndolo, incluso recuperaré otros de sus libros anteriores.
Jed Martin es uno de los personajes cuya biografía sirve de hilo conductor de la historia. Es un tipo raro que triunfa en el mundo del arte casi sin proponérselo, con una serie de cuadros inspirados en fotografías de trozos de los mapas Michelin y otra sobre los oficios de los hombres, que se cuida mucho de expresar sus sentimientos o es incapaz de ello, que muestra cierta apatía y se adapta, con mansedumbre, a lo que el mundo va dándole: el amor y el abandono por la persona amada, el éxito y la soledad, el dinero y el sexo, obsesionado con su trabajo, una burbuja perfecta que lo aisla de los demás. El autor habla mucho de la obra artística de Martin, del fervor que despierta entre los críticos y de la forma extravagante en la que el mercado alza sus precios, pero el lector acaba el libro y tiene el sentimiento de que sigue sin conocerle. Tal vez porque su principal característica sea la opacidad. Su forma de ser es un reflejo de su desconfianza respecto a los otros. Sólo una vez Jed Martin se enfurece y se muestra violento cuando descubre la muerte de su padre, por eutanasia, practicada en una aséptica y cara clínica suiza. Un tema, éste, que Houellebecq trata con valentía y lucidez.
El otro personaje fundamental es, precisamente, Houellebecq, a quien Jed Martin le pide, a cambio de una buena remuneración, la redacción de un texto para el catálogo de su segunda exposición. Ambos entran en contacto y, a su manera, congenian. Tienen muchos rasgos comunes destacando el éxito y el aislamiento social. Resulta audaz la forma cómo el escritor Houellebecq maneja al personaje que lleva su nombre y a quien atribuye las novelas que él ha publicado en la vida real. Un individuo que vive solo, alcoholizado, en compañía de su perro y sus pensamientos, con una visión negativa de la evolución del mundo.
En la tercera parte el relato da un vuelco absoluto y lo que parecía una novela realista y sociológica ambientada en la Francia actual, pasa a otra de género negro. Houellebecq y su perro aparecen asesinados, macábramente, en ese escenario idílico rural. Unas muertes refinadas por la técnica utilizada en su ejecución, de una crueldad extraordinaria que dará pie a indagar sobre los móviles de la conducta humana para matar y otros pormenores sobre el ambiente que se respira entre la policía judicial y científica. El crímen, con el tiempo, acabará resolviéndose de una manera que conectará con las partes anteriores.
La novela atrapa, está escrita con un ritmo endiablado, provoca, en el sentido amplio de estimular el pensamiento, que no es poco, analiza las extrañas relaciones de intereses en el mundo desarrollado y también contagia un enorme escepticismo respecto al individuo como ser social, algo que en mayor o menor grado, se comparte.
En fin, Houellebecq está lejos de ser un pijo, como mucho, en algunas entrevistas, le gusta aparentar serlo. Es inteligente, escribe bien y se ha ganado mi respeto. Seguiré leyéndolo, incluso recuperaré otros de sus libros anteriores.
A mí me ha gustado mucho la novela. Lo que más me ha sorprendido es que no deja tema por tocar. Es impresionante: habla sobre todas las cosas. Yo también quiero leer más obras suyas y la poesía, que también tiene.
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