Sobre DIARIO DE UNA
SOMBRA, de María García-Lliberós
(Extractos de la presentación.
L’Eliana)
|
José Antonio Vidal Castaño |
María
García-Lliberós tiene, como consumada novelista que es, un estilo propio muy
trabajado que viene dado por su conocimiento del oficio, el tesón y la
imaginación para transformar en novela, en carne y sangre de literatura, lo que
era pura vivencia o evanescente experiencia.
El gran
tema de María ES LA FAMILIA, o mejor, como diría Michael Foucault, las
relaciones de familia. Recordaré que el filósofo francés prefería no hablar
directamente del poder -su gran tema-, sino de las relaciones de poder. Así
ocurre con las relaciones de familia en el caso de nuestra novelista; hilos que
maneja a la perfección. Hilos complicados que tejen y destejen las relaciones
de padres e hijos, de matrimonios, divorcios, reconciliaciones, odios
ancestrales o empatías emocionales… Un mundo complejo, donde el desconocimiento
de las leyes y de los componentes jurídico-legales que regulan estos
comportamientos se paga literariamente muy caro. María García-Lliberós domina
estos aspectos de la vida familiar, tanto si escribe sobre los conflictos
cotidianos, domésticos, como si lo hace sobre problemas familiares más
peliagudos y complejos, como pueden ser divorcios o herencias. Buen ejemplo de
ello es su estupenda novela Babas de
caracol donde sus conocimientos sobre los temas legales llega a abrumarnos
por la precisión mostrada en los más nimios detalles.
Todo
ello viene a reforzar la confianza del lector al detectar el conocimiento y la
investigación necesarios para narrar historias; no se puede fallar acerca de la
necesaria verosimilitud, tanto de la estructura como del entorno en los que se
desenvuelve el relato.
En Diario de una sombra, destaca, a mi
entender, la más que notable habilidad para describir y trazar el perfil psicológico de sus personajes, en
particular de los protagonistas, a los que a lo largo de la narración va dotado
de certeras observaciones y perspectivas insospechadas…
No
les voy a revelar la trama humana y sentimental, esta decisión sobre contar o
no lo argumental debe ser una decisión
–en mi opinión- de la propia autora; de la hacedora de sus criaturas novelescas,
pero si veremos, aunque someramente y con gruesas pinceladas, algunos de los
perfiles trazados acerca de los personajes sobre los que pivota esta
apasionante novela…
El personaje masculino más fuerte es, sin
duda, Gabriel Pradera Blasco, un
abogado éticamente poco escrupuloso, que contrae un matrimonio de conveniencia con
Nuria Ribazo, una mujer cuya
principal cualidad es la de ser la hija de una poderosa familia de banqueros,
con acceso a los principales resortes del poder económico; poder asesor y
cómplice, en demasiadas ocasiones, de la corrupción política.
No
menos interesante es Gonzalo Núñez, el personaje incómodo, inesperado para Gabriel Pradera; el que
irrumpe, el que aparece en escena, actuando como en buena medida como un
resorte que desencadena ciertos acontecimientos.
Elsa, primer amor o amor de juventud de Gabriel, es la mujer
deseada, seducida y abandonada; pieza esencial en la estructura de Diario de una sombra, personaje
femenino, que pronto gozará de la mayor estima para el lector; personaje que sustenta
la arquitectura cuadrangular de la novela. Elsa es la autora de un diario y de
unas cartas que darán la clave para un final tan tierno y sutil como inesperado.
Los personajes
nos conmueven, predisponiéndonos a una aceptación o un rechazo… diría que
relativo, de cada uno de ellos. Sabíamos
los lectores de la habilidad de María García-Lliberós para retratar a los
personajes femeninos. En esta novela esa habilidad logra ponernos a los personajes
masculinos al mismo nivel. Y así gozamos de una serie de figuras novelescas, dotadas
de vida y personalidad propias; personajes en busca de sí mismos y de la humana incapacidad para superar,
lealtades y traiciones, para tensar hasta el límite, en ocasiones, el lado más
inhumano de las relaciones familiares, y en otras, el más tierno.
Diario
de una sombra es mucho más que otras novelas de su autora, una
narración de interioridades y sentimientos, donde la peripecia, el suceso, la
acción o la trama existentes quedan a menudo, a merced de los personajes,
capaces de guiar nuestra lectura y tirar de nosotros para ejercer de enganche;
el estímulo más potente para gozar de su lectura. Ello no significa que las
situaciones históricas no tengan su reflejo imprescindible. Lo tienen, así como
las preocupaciones sociales e incluso morales más notorias vigentes en los años
de más difíciles de la transición a la democracia entre 1970 y 1975, tiempo en
el que discurre el núcleo de la acción.
Leo unos
párrafos para reforzar lo dicho sobre la importancia concedida al minucioso
retrato de los protagonistas:
“El
señor Pradera apreciaba, por encima de
todo, el orden. Al trabajo acudía puntual y vestido con pulcritud. Trajes
hechos a medida de paños ingleses, corbatas seleccionadas para dar el toque de
color exacto, ni apagadas ni llamativas en exceso, que convertían el conjunto
en exclusivo.(…) Caminaba con el porte erguido y el paso ligero, silencioso,
propio de un hombre que odiaba molestar y ser molestado. De manos cuidadas, se
permitía un defecto: pertenecía al grupo de raras personas que cuando se cortan
las uñas (…) hacen una excepción con una del dedo meñique, él prefería el de la
mano izquierda, que mantiene algo más larga y redondeada tras el paso de la
lima (…) Gabriel Pradera siempre vivió el presente con un ojo puesto en el
mañana.”
Resulta
sorprendente que la descripción psicológica del sujeto no se apoye tanto en un
prejuicio, digamos moral y por ende excesivamente
subjetivo sino más bien en una precisa descripción de cómo es el sujeto por
fuera, de su atildamiento en el vestir, de su imagen pública. La autora consigue
con ello un doble efecto; el que, por un lado, veamos el interior del personaje
desde su exterioridad, y que, por otro, deduzcamos, con ella, aspectos de su
comportamiento y moralidad, cualidades.
Pero
no acaba ahí la cosa:
“Esa
uña indiscreta podría interpretarse como un hábito residual de una niñez
perdida. Entonces se mordía las uñas y, como era disciplinado, siempre mantenía
una de ellas a raya, es decir, un poquito larga en previsión de darse un festín
más tarde.” Un toque de sutilidad freudiana.
Diario de una sombra es una novela –y esto puede decirse de pocas- que admite
perfectamente una relectura. Resulta impactante el monólogo interior con el que Pradera hace examen de conciencia en las primeras trece páginas del libro, en
las que el yo narrador Gabriel, repasa con lucidez su vida de arriba abajo.
María
García-Lliberós tiene sentido del equilibrio
a la hora de narrar a sus criaturas literarias;
un estilo que respeta aquellos “principios” que señalaba Vladimir Nabokov como
necesarios para un buen lector. Ambos, estamos completamente de acuerdo en que un
escritor es, o debe ser, antes que nada, un buen lector. Decía Nabokov:
“… el mejor temperamento que un lector puede tener, o desarrollar, es el que
resulta de la combinación del sentido artístico con el científico. El artista
(...) propende a ser demasiado subjetivo en su actitud respecto al libro; por
tanto, cierta frialdad científica en el juicio templará el calor intuitivo.”
Aunque también es cierto que el autor de “Lolita” recalca que el lector que
carece de pasión y de paciencia “difícilmente gozará de la gran
literatura”.
Diario de una sombra es también una novela poseedora del
suave aroma del erotismo que desprenden unos personajes de clase-media alta; y muy atenta al tratamiento de los paisajes
urbanos –vistos siempre desde la interioridad de cada personaje- de las
ciudades que aparecen: Madrid, Londres, Lucerna, Valladolid y Valencia.
Especialmente encantadoras para el lector resultan las escenas vividas en
Londres.
Se ha
dicho también que Diario de una sombra
es una novela realista y sería muy largo, y seguramente inútil, extendernos en
consideraciones acerca de ello. Sin
dejar de serlo, sostengo que, Diario de
una sombra es, ante todo, una novela psicológica
que maneja la realidad al servicio de la ficción literaria para sintonizarla
con el espíritu evocador y humano de sus personajes y circunstancias.
©José A. Vidal Castaño
José Antonio Vidal Castaño es doctor en historia Contemporánea y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Además es autor de La memoria reprimida. Historias orales del maquis (2004), El sargento Fabra. Historia y mito de un militar republicano (2012) y el libro de relatos Asalto al tren pagador (2015), entre otros.