martes, 7 de diciembre de 2010

"Verano", de John Coetzee




Ed. Mondadori, 2010                 
255 páginas. 18,90 €

Acabo de terminar este inclasificable libro. En la contraportada el editor habla de autobiografía pero bien podría tratarse de una novela. Lo que está claro es que Coetzee, ese hombre tan serio, frío y distante, nos muestra su lado más humorístico, el que, tras la lectura de "Desgracia", "Elizabeth Costello" y "Hombre lento", por ejemplo, daba casi por supuesto que no tenía. Nos presenta a sí mismo, al futuro premio Nobel, nada menos, cuando tenía unos treinta años, como un ser pacato, incapaz para enfrentarse a la vida como un hombre, con poca gracia con las mujeres, solitario, rarito y lo hace con ese estilo de escritor de los grandes.
Me ha encantado la ingeniosa estructura de la novela (porque, está claro que, para mí, es una novela): se trata de cinco entrevistas a cuatro mujeres y un hombre que conocieron a Coetzee en esa época y tuvieron influencia sobre él. Las entrevistas las efectua un estudioso de la figura del Nobel, una vez muerto éste, y, a través de ellas, Coetzee imagina la proyección de su persona en otros y la opinión que éstos tuvieron sobre él. Se vale de inteligentes preguntas y hábiles respuestas para mostrarnos su pensamiento sobre su literatura, hace la observación de que, de alguna manera siempre ronda el tema recurrente de que la mujer no se enamora del hombre, tal vez queriendo explicarse su experiencia. Las mujeres entrevistadas manifiestan la incapacidad de sintonizar con él en la intimidad y, sin embargo, "vive de escribir informes sobre la intimidad, porque eso son sus novelas". También su relación con la realidad sudafricana, como hombre blanco, llegando a definirse como un fatalista antipolítico y como conservador cultural.
Un capítulo delicioso es el de Adriana, magnífico personaje, una brasileña madre de dos hijas, una de ellas, la más guapa, alumna de inglés de Coetzee. ¡Cómo se divierte el autor burlándose de sí mismo a través de ella! Consiguió que me riera a carcajadas.
En las notas finales aparece la mente de Coetzee en estado puro: su irritación ante la perspectiva de la muerte del padre o, lo que es peor, a tener que cuidarlo.
Un libro a tener muy en cuenta, candidato a releerlo dentro de un tiempo.

2 comentarios:

  1. Como creador de ficciones ¿está creando una ficción de si mismo?
    Coetzee está hablando de él, de su forma de ver y entender la vida, fiel al espíritu de la letra, fiel a sí mismo pero ficcionando la narración, ¿Por qué, para qué son los libros sino para cambiar nuestras vidas?
    Medita sobre la literatura y sobre su papel en la sociedad, se expresa a través de ella. La respuesta a para qué se escribe está realmente en lo que él escribe. En sus preocupaciones; la injusticia, la represión, las relaciones paterno-filiales, el sentimiento de culpa, el sistema de educación.
    Ha optado por pensar a través de la narrativa en lugar de hacer ensayo.
    Este libro, escrito desde la profundidad del yo íntimo, ha querido situarse como personaje biografiado en el que convergen historias noveladas de sus reflexiones, lo que desea, inquieta o lo que le obliga a sonreír.
    Denuncia todo lo que dice ser. A través de sí mismo, con la distancia del verbo en tercera persona y las voces de sus personajes se atribuye todo lo que pretende denunciar.
    Su narración tiene una dimensión ética o social, un sentimiento de náufrago insular, de colonialista, de solitario que necesita la distancia en sus comportamientos emocionales, docentes…
    Coetzee interactúa con los personajes, creando ingeniosos tiempos verbales (el “yo” es el “él” o “ella”). Funde el pasado y presente en una misma escena. En esa superposición transcurren diálogos, pensamientos y anhelos, que se suceden en distintos periodos temporales. Sus párrafos así unidos se convierten en un todo consecuente, creíble y contextualizado.
    No es una denuncia de un joven airado sino una autorreflexión a través del filtro de sus amantes. Se mete en la piel de estas mujeres que se expresan con gracia, con melancolía, con autoridad. Ellas son las que tienen iniciativa, dirigen, quieren ser protagonistas, opinan sobre John en particular y sobre los hombres en general pero siempre con un gran sentido del humor que las hace cercanas y entrañables contribuyendo a limar asperezas en la imagen que Coetzee quiere ofrecer de él. Llegan a hablar de John como un personaje cómico cuando sus principios se enfrentan con la realidad, una realidad que no le gusta y sobre la cual siempre se plantea preguntas. Siente un desgarro ante la injusticia humana, ante el quietismo de la sociedad, ante la competitividad agresiva. .
    La ironía forma parte del drama y este libro es sutil a la hora de conjugarlas, es dulce y amargo dentro de sus profundos postulados. Una delicia la escenificación de John hablando desde la mentalidad femenina y sus guiños a los libros autobiográficos o a las terapias ocupacionales.
    Es una narración muy cinematográfica, tiene colorido, claroscuro, profundidad, es muy ágil y directo, huye de la retórica y la grandilocuencia.
    Siempre el “yo” que intenta relacionarse con lo que le rodea o más bien huye de “él”. Ese “yo” que en los momentos más auténticos abandona el “él” y se responsabiliza de sus palabras.
    Le come el dolor de las casas que habita. Frías, sin luz, sin orden, establece una metáfora de la casa como refugio del “yo” interior, un “yo” magullado y tambaleante.
    Sus escritos, su búsqueda, siempre están centrados en la autorreflexión, en la denuncia social. Un grito desgarrado, una ironía del mundo detrás de la cual están las preguntas eternas ¿existe la justicia social?, ¿el destino fatalista?, ¿la idea de eternidad?

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  2. ¡Fantástico el análisis que has hecho! y con el que estoy muy de acuerdo. Me gusta sentir lo mucho que has disfrutado con esta lectura y cómo lo transmites. La genialidad de la estructura de esta obra de Coetzee está en su estructura y en esas mujeres geniales que diseña como personajes.

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