387 páginas.
Me sorprende que este libro
se haya colado en la lista de los más vendidos y se mantenga en ella durante
más de diez meses. O los españoles hemos elevado la calidad de nuestras
lecturas a niveles impensables, o se ha producido un milagro, o nos están
engañando. Porque Ordesa no es un
libro fácil, ni está dirigido a los que solo buscan divertimento en las
lecturas que son los que hacen realidad los best
sellers, ni tiene una trama novelística de género. No, Ordesa es otra cosa, un libro de difícil clasificación, un largo
monólogo sobre la vida y la muerte, un desahogo del autor ante el dolor causado
por la pérdida de los padres, un paliativo para el remordimiento, una explosión
para la ira y la melancolía, una forma de recuperarlos en su memoria.
Ordesa se
publica en una colección de narrativa hispánica, un concepto amplio. ¿Es acaso una
novela poco convencional o se trata de unas memorias? Sabemos que la voz
narrativa en primera persona es la de un hombre que de niño le llamaban
Manolito, que nació en Barbastro en una familia sin dinero, que tiene un
hermano, datos que podrían identificarse con los del autor. Pero ello poco
importa, nos quedamos con que escuchamos la voz de un hombre que cuando escribe ha
cumplido cincuenta y cinco años, se siente solo, tiene un pobre concepto de sí
mismo, perdió a su padre en 2004 y diez años más tarde a su madre, se ha
divorciado y sus relaciones con los hijos son escasas. Un hombre que ha sido un
bebedor y que se sabe frágil. “Para un bebedor el sexo es solo un aditamento
del alcohol” llega a decir. Un hombre que se mueve por un escenario de
desolación y tristeza. En esas circunstancias se propone estrujar su memoria y
descifrar los enigmas de la vida de su progenitor.
El protagonista se da
cuenta, al morir sus padres, de cuánto los amaba, sobre todo al padre con el
que se identifica, porque de la madre habla menos y de forma mucho más crítica.
Escribir sobre ellos, sobre sus fantasmas, hablar con sus muertos, es una forma
de recuperarlos, porque es consciente de que nunca supo quien fue su padre y
por eso escribe este libro. Describe al padre como un ser tímido, elegante,
enigmático, jugador de cartas, representante de una empresa textil catalana
para la zona de Aragón (vendía telas a los sastres de la zona a comisión, actividad en declive). Filosofa sobre la importancia de la materia, de los
objetos que conservan en su interior el alma de los vivos que los poseyeron.
Por eso se arrepiente de haber incinerado a sus padres, por haber destruido la
materia ósea, una idea que repite con frecuencia. “La materia mantiene el
tiempo viejo metido en un espacio”. Nos muestra el proceso de escritura como
una forma de reconciliarse consigo mismo.
Un relato de 157 capítulos
cortos que se van correspondiendo con recuerdos concretos de la niñez y la
juventud, en esa España casposa de los sesenta y los setenta, con mucho
pensamiento bastante original y una prosa hermosa, incluso lírica por la que
asoma el poeta que es también Manuel Vilas.
Las primeras páginas de este
libro me desconcertaron. No lo esperaba así, sin una trama novelística, pensé
que no me iba a gustar y, sin embargo,
me vi interesada en esa lectura tan íntima, en esa exposición de sentimientos a
veces ruda, siempre de apariencia sincera que toca tu sensibilidad sobre todo
si ya has pasado por la experiencia de haber perdido a tus padres. Ordesa te atraviesa el alma con frases
tremendas, como esta: “Edificamos entre todos un escabroso camino hacia la
soledad” y muchas otras que te obligan a meditar.
Un libro diferente para
lectores que gustan de hacerse preguntas e intentar contestarlas.
María García-Lliberós