miércoles, 19 de septiembre de 2018

"El último gin-tónic", de Rafael Soler.


Editorial Contrabando, 2018.
Rafael Soler

212 páginas.

Rafael Soler (Valencia, 1947), es poeta y novelista y, en ambos campos se ha caracterizado por su audacia en el uso del lenguaje.
En 1978 publicó El grito, reeditada en 2014, una novela corta excelente que nos habla del fracaso de una pareja. Fue bien recibida por la
crítica que la calificó de ejemplo de la "nueva novela española".
En 1982 publicó El corazón del lobo, reeditada en 2012, una novela singular por su estructura y por el lenguaje que consigue hacer original un tema manido como la decadencia de un matrimonio tras más de una década de casados y la necesidad de introducir estímulos para reavivar el amor.
Otras novelas suyas son El sueño de Torba (1983) y Barranco (1985).
 En la biografía literaria de Rafael Soler viene un período de veinte años de silencio, en los que no publica nada, para reaparecer en 2009 como poeta: Maneras de volver, Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2016, Premio de la Crítica Valenciana) y No eres nadie hasta que te disparan (2016).
En 2018, treinta y tres años más tarde desde su última novela, regresa a la narrativa con El último gin-tonic (Editorial Contrabando), una obra en la que, en palabras del autor, convierte al lenguaje en protagonista esencial.
La novela se estructura en cuatro partes que se corresponden con cuatro días del mes de febrero de 2018 (la novela salió al mercado en marzo y me ha sorprendido este detalle), cuatro fechas consecutivas que van a revolucionar la saga familiar de los Casares al morir Moisés, el patriarca, un hombre mayor, dependiente por su salud, aunque no lo suficiente como para dejar de espiar a las mujeres a través de un catalejo, y con dinero, el elemento que lo hace poderoso y respetable. Una muerte tomada con cierto desenfado, con naturalidad, incluso con sentido del humor, aunque no exenta de sentimientos.
Estamos ante un relato que se sumerge en el núcleo familiar desde una perspectiva muy masculina. Moisés tiene dos hijos, Alberto y Lucas, mellizos y de caracteres diferentes que pugnan por la misma mujer, María que, a su vez, no lo es de ninguno de los dos. Lucas tiene tres hijos, Marcos, Mateo y Juan, nombres bíblicos que algún crítico ha interpretado como una evocación a la última cena. Estos son los personajes que sostienen la trama de la novela, seis hombres, diferentes y bien diseñados, con sus ambiciones, vicios, anhelos, fracasos y deseos.
La muerte de Moisés los convocará a todos, pero cada uno seguirá con su vida, sus negocios, sus amores transitorios, sus trampas y malas relaciones, sus soledades. Pura vida.
Lenguaje irónico que arranca con frecuencia la sonrisa del lector para mostrarnos situaciones trágicas que pasan a ser cómicas al mostrarnos las debilidades humanas en un tono más condescendiente que punitivo.
En cierta forma, la novela respeta una estructura circular, pues empieza con una carta, un correo electrónico propio de nuestro tiempo, y acaba con otra. Esta relación epistolar es excelente y atrapa la curiosidad del lector de inmediato. Una correspondencia entre Lucas, el personaje con mayor presencia en el texto, y Diego Wiekman, guía turístico en Puerto Madryn, Argentina, especialista en elefantes marinos. Estos animales se caracterizan por su comportamiento sexual, pues un solo macho acapara a todas las hembras, como si de un harén se tratara, mientras al resto se les denomina los periféricos, y se mantienen al acecho para arrebatarle por la fuerza al sultán su privilegiada posición. En ese momento, haciendo una analogía, tanto Diego como Lucas pueden considerarse periféricos en relación con María.
Nos encontramos ante una novela visual y, por tanto, cinematográfica (al estilo de Pedro Almodovar, por ejemplo). Precisamente, aprovechando que uno de los personajes, Mateo, es guionista, mezcla realidad y ficción (dentro todo de la ficción, claro), al tomar algunas secuencias la forma de guión escrito desde el punto de vista de Mateo que en esos momentos es la voz narrativa, sustituyendo a la omnisciente.
Lenguaje directo, en el que los silencios cobran importancia, con escasas metáforas pero preciosas y llenas de sensualidad, como esta que sirve para describir a Paola, un personaje secundario: “del cuello a los talones era toda fruta”. El poeta Rafael Soler surge como la espuma entre las olas de la prosa novelística.
Una novela, El último gin-tónic, moderna, imaginativa, sin remilgos, con una visión tolerante y bien humorada de los perdedores, de esos periféricos con los que podemos identificarnos todos en períodos más o menos largos de nuestra vida.
Es lo que la hace recomendable.

María García-Lliberós.

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