221 páginas.
16,50 euros, en papel.
La
enorme grandeza de esta novela contrasta con la sencillez de sus elementos:
pocos personajes –un niño, del que ni siquiera sabemos su nombre o su edad, un cabrero viejo, también anónimo y un siniestro alguacil-; un
escenario rural que se describe pero no se identifica sobre la
geografía española –la llanura inmensa, azotada por la sequía y el
sol inmisericorde-; y una historia tremenda de desolación y violencia
hilvanada con brochazos gordos que impactan con dureza en la sensibilidad del
lector. Y, por encima de ello, el lenguaje, una prosa castellana directa, seca, precisa, esencial en cuanto al uso de las
palabras, las justas y necesarias y, al mismo tiempo rica, variada, culta y, en
ocasiones lírica. Un relato intenso y profundo. Una gran lección de
auténtica literatura.
Comienza
la novela con la imagen de un niño acurrucado en su escondrijo, un agujero de
arcilla, y voces de sus perseguidores. Y a partir de entonces se ciñe
a la historia de esa huida a través de una naturaleza salpicada de
olivos, almendros e higueras en un llano de secano. La España interior atrasada, sedienta y agreste
que parece unida a la violencia oculta y que solo proporciona una existencia
durísima. Una historia de supervivencia
llena de acción. Y de aprendizaje, de cómo extraer recursos en ese medio
adverso. En la novela, al igual que los personajes y el lugar no tienen nombre, tampoco se menciona la época en que se desarrolla, se supone
que en un tiempo pasado, anterior a la Guerra Civil (en algún sitio se menciona un
retrato de los reyes, seguramente Alfonso XIII y Victoria Eugenia).
El
niño huye del sometimiento del alguacil, consentido por su padre. Sabemos,
porque deducimos, que ha sido objeto de abusos sexuales, pero en
el texto no se describen porque no hace falta. El autor consigue
transmitir la violencia de la humillación sin necesidad de recurrir a imágenes
truculentas. En
la página 89 aparece la primera referencia. …el cabrero terminó de
orinar… cuando se dio la vuelta, el niño apreció la humedad en sus pantalones y
cómo, de la bragueta, asomaba rosado su glande. El chico salió corriendo y se
perdió en la oscuridad. Y en la 190: Dio por hecho
el tormento al que sería sometido y no lloró, porque ese era un lugar que ya
había visitado decenas de veces. Da a entender que los abusos han sido
continuados en el tiempo. En la 192: Al
chico se le aflojaron las piernas y se derrumbó con una sensación de desamparo
que nunca antes había experimentado. Ni siquiera cuando su padre lo llevó por
primera vez a la casa del hombre que ahora tenía delante, y lo dejó allí a
merced de sus deseos.
La estructura se apoya en
una voz omnisciente en tercera persona que relata los hechos
que se van sucediendo sin tomar partido. Los personajes se describen con pocas palabras muy definitorias, sin que al lector le quepa
error alguno de interpretación.
El perfil del padre es el de
un hombre tosco, servil e hipócrita. El del alguacil, el de un cacique que controla todo en el pueblo, vidas y haciendas. La
persona que provoca vergüenza en el chico. El tullido es otro
personaje secundario esencial, astuto, ambicioso que consigue que el
chico se vuelva violento dejándose llevar por la rabia y el dolor.
Al niño lo conocemos a
través de sus recuerdos y al cabrero por sus actos. Un hombre que antes de
morir imparte justicia.
El aspecto más lírico y
humano de la novela lo encontramos en la relación entre el niño y el cabrero
viejo. De la desconfianza y estar a la defensiva el muchacho pasará a la
aceptación de ayuda, al respeto y reconocimiento de una autoridad con origen en
la sabiduría, a la amistad, la ternura y el amor. El cabrero actúa como si
supiera lo que le pasa al chico. Está de su lado. Sabiendo que se muere le
enseña a ordeñar las cabras, a buscar agua para aplacar la sed, y alimentos
para paliar el hambre (impactante la cena de una rata desollada cazada dentro
del cadáver de un buey), le transmite sus saberes para sobrevivir en aquel
llano que impone unas especiales condiciones de vida. Porque la tierra y
el paisaje son tan protagonistas como los personajes principales.
La novela
se lee sin aliento, no da un momento de tregua y nos muestra una lucha desigual
y desesperante de un muchacho desamparado contra la naturaleza y los hombres.
Contada con una prosa perfecta y un lenguaje propio del mundo rural. Un relato
épico que pasará a la historia de la literatura española y que termina con un último párrafo excelente lleno de belleza.
María
García-Lliberós
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