miércoles, 12 de octubre de 2016

"Los infinitos", de John Banville

Editorial Anagrama, 2014, 2ª edición; 1ª edición: 2010.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez.
290 páginas. 
19,50 €, en papel; 14,24 €, en ebook.

Los infinitos es una novela extraña, probablemente no la más idónea para iniciarse en la obra de este autor, porque es compleja al contener elementos simbólicos y mucho pensamiento. Una novela que necesita un lector predispuesto hacia las novedades de concepción argumental, diseño de personajes y estilo. 
Para empezar, el narrador es un dios del Olimpo, Hermes, hijo de Zeus. Esto, en principio, descoloca al lector aunque no tanto, pues una voz omnisciente, a la que sí estamos habituados, es una voz que lo sabe todo de sus personajes, de su pasado y su futuro y, en cierta forma, transmite la mirada de un dios. Pero Banville no se conforma con hacer narrador a un dios trasladándonos su punto de vista. Hermes habla también en primera persona para contarnos cosas de su mundo divino y su familia, de su padre Zeus, o para darnos su análisis de la conducta de los mortales, desde lo más recóndito de cada uno, porque penetra en su interior y, de vez en cuando, permite, que sean éstos los que, en primera persona, desvelen sus pensamientos. Además, sus dioses se inmiscuyen en la vida de los humanos, no sólo curiosean, sino que disponen y, aburridos en su eternidad inmortal, juegan con los mortales y opinan sobre nuestros comportamientos.
Y aquí está, creo, el mensaje contenido en la novela: nuestra cotidianidad depende de unas fuerzas numinosas (divinas, misteriosas), impredecibles, de apariencia casual, además de nuestra voluntad, conocimiento, naturaleza y aptitudes. Cabe deducir cierto optimismo irónico en Banville: la muerte, el amor y el dolor, son tres elementos envidiados por los dioses. Nuestra felicidad es frágil y, aún así, es envidiada por los inmortales, porque la de ellos es imposible. “Para los inmortales no hay cielo ni infierno, sólo el infinito”. Los dioses querrían morir.
La novela se estructura en tres partes. En la primera nos presenta el escenario, los personajes y el meollo. El escenario es Arden, una mansión enorme, laberíntica, en medio del campo, cerca de la vía de un tren y una estación solitaria bastante absurda. Allí vive parte de la familia Godley: Adam padre, un matemático famoso que se encuentra en coma, tras un derrame cerebral, “aguardando, en un estado de consciente pero incomunicada ataraxia, ante las puertas del olvido”. Está muriéndose pero su cerebro no deja de pensar. Le acompañan su segunda mujer, Úrsula, alcohólica -la primera, Dorothy, se suicidó-, su hija Petra, de 19 años, autista e insatisfecha con su existencia, la sirvienta Ivy Blount, anterior propietaria de la mansión, y Duffy, un campesino que se ocupa de la finca.
Durante la jornada en que transcurre la novela, se encuentra también, Adam hijo, de 29 años, una persona que esconde un secreto, creer que el bien puede existir, y su esposa Helen, bella actriz aspirante al éxito y objeto de deseo de los varones mortales e inmortales. Y llegarán dos visitas más, Roddy Wagstaff, un joven ambicioso que pretende  con malas artes ser el biógrafo oficial del moribundo, y Benny Grace, un gordinflón desaliñado y ladino, que parece ser una encarnación del dios Pan.
La novela desprende un aire teatral, y esta primera parte no deja de ser una puesta en escena en la que el paisaje y la casa tienen importancia para crear diferentes atmósferas. La familia unida ante la inminente muerte del padre y esposo. Una situación que estimula la memoria y el cálculo de intereses. Entran y salen del escenario, evitan estar demasiado tiempo con el moribundo, reflexionan en soledad, resultando un relato muy introspectivo que penetra en las realidades inconfesables de cada personaje. El miedo a la muerte incrementa el apego a la vida.
En la segunda parte hace su aparición en la mansión Benny Grace, la personificación del dios Pan (en Arcadia, mitología griega, era el dios de los pastores, perseguidor de ninfas y jóvenes, y con capacidad para profetizar), personificado en compañero de juergas de Adam padre, mientras éste, inmerso en su coma, transmite su pensamiento: recuerda un viaje a Suecia, dos meses después del suicidio de Dorothy, inmerso en una sensación de dolor y culpabilidad. Allí conoció a Benny y a otra mujer Inge. Adam, con su mente científica, siempre  ha albergado una vívida sensación de lo numinoso (poderes religiosos o divinos). Como científico, a través de sus ecuaciones, ha demostrado la existencia de una infinitud de infinitos, por lo que cree que deben existir entidades eternas que los habiten. Así, sus operaciones matemáticas acabaron dando con una fisura en el tiempo que permite abrir la cerrada línea entre dioses y hombres.
Desconocemos el proceso de morir y lo que ocurre en la mente en coma, ni en qué consiste el tránsito al más allá. Banville, a través de un dios, que sí lo sabe aunque no pueda experimentarlo, nos aproxima a él, y nos estremece.
La tercera parte vuelve a la concepción teatral: la comida en el cenador, con la familia, sirvientes e invitados, todos los vivos, observándose con desconfianza, en torno a un pollo con verduras, mientras Adam agoniza, una cuestión que Benny niega con su capacidad profética, y que la novela deja a interpretación del lector.
En algún momento el narrador usa a Rex, el perro de la familia, para darnos una panorámica de su opinión sobre los humanos. Unas páginas magníficas que no tienen desperdicio. 
Una novela que cuando se termina el lector se pregunta: ¿qué ha querido decirnos? Tal vez que el Destino de los humanos depende de fuerzas ajenas a su voluntad. Que nuestra naturaleza de mortales no es la peor situación, aunque el hecho de nacer para morir nos resulte inexplicable y ante el cual, incluso, nos rebelemos. Nos habla de la vida y de la muerte. Los infinitos, por temática, es una novela existencialista. Una novela para degustar cada frase, escrita en una prosa rica en matices, dejando que nuestra inteligencia vaya deglutiendo cada párrafo, fragmentando la historia para conseguir visualizar el conjunto. Las descripciones de los sucesos, de la casa, del terreno, incluso de ruidos y actos, son minuciosas. Una lectura difícil que necesita tiempo para aceptarla por completo.

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