miércoles, 6 de mayo de 2015

"La tristeza del Samurái", de Víctor del Árbol

Editorial Alrevés, SL, 
Febrero de 2011 (1ª edición)
413 páginas.
20,00 €, en papel;   2,99 €, en ebook.                            

     Había leído muchos comentarios sobre esta novela y es lo primero que leo de Víctor del Árbol. Me alegro de haberlo hecho porque he descubierto a un autor interesante, capaz de construir tramas complejas con la precisión de un cirujano y mantener en tensión al lector hasta el final, sin dejarse seducir por la necesidad de que éste sea feliz.
     La tristeza del Samurái nos habla de nuestra propia historia, esa que no se cuenta en los libros de Historia. Nos habla de las heridas causadas en épocas feroces, cuando en la posguerra se estableció en España un régimen vengativo e implacable en la que unos personajes adictos al mismo se convirtiron en intocables amos de las vidas en ambientes rurales. Nos habla de los odios generados y la necesidad de ejercer la venganza, no la justicia, incluso sobre los descendientes ignorantes de aquellos que perpetraron los crímenes. En el fondo es ésta una novela sobe la maldad que anida en el ser humano.
     La estructura de la novela descansa en un continuo ir y venir de unos hechos sucedidos en la Extremadura de 1941 a un presente narrativo situado en Barcelona en 1981, el año del golpe de Estado del 23 de febrero, y en unos personajes que arrastran el peso de la culpa, el odio y la necesidad de desquitarse durante cuarenta años. Estremece reconocer una condición humana tan resistente al olvido cuando se ha sido víctima de una injusticia. En la historia que nos cuenta hay poco espacio para el amor y el perdón. Por contra, el temor a la llegada de un ajuste de cuentas pondrá en marcha otro reguero de crímenes en el que se verán involucrados personas inocentes instrumentalizadas cual marionetas por una mente diabólica, cuyo único fin es la posesión del poder.
     Una lectura que en ocasiones te revuelve las tripas y, desde luego, provoca la toma de postura por parte del lector.
      La prosa, en la última parte, me ha parecido menos cuidada que en la primera. Los personajes están bien definidos aunque hay alguna oscuridad en torno al padre de los hermanos Mola y su muerte, al odio que respira hacia sus hijos y respecto a la personalidad y forma de vida de Fernando el hermano mayor, pieza fundamental en la resolución del misterio. Con todo, una novela notable que no defrauda.
     María García-Lliberós
 
     
 

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