230 páginas.
Esta novela fue
escrita entre junio de 2001 y enero de 2013, durante casi doce años, aunque sospecho
que de forma discontinua pues el autor, en ese período ha dado a la luz otras
obras. Las fechas evidencian un proceso de escritura difícil lo que se ha
traducido, también, en una lectura compleja. Su temática se aleja del resto de
las obras de Guillermo Galván como un verso suelto que ha ido a su aire e
incluso la prosa, siempre correcta del autor, ha de adaptarla al terreno
vaporoso, inconcreto, confuso que requiere sumergirse en la mente enrevesada de
una mujer aquejada de esquizofrenia.
La estructura
descansa, en principio, en dos voces narradoras: la de Bea, a través de sus
manuscritos enviados por correo y la de la amiga periodista, receptora de las
mismas. Las cartas proceden, aparentemente, de Praga y, luego, de Budapest,
lugares a los que ha ido Bea obsesionada en obtener respuestas a su fobia a los
espejos. El recorrido por estas ciudades permite al autor describir rincones
interesantes y utilizar la música como elemento del escenario novelesco y
presentar personajes que viven en la mente de Bea. Ella busca un libro, El durmiente, escrito por un húngaro, que
trata del ser que vive en los espejos y nos revela nuestro otro yo cuando “cae
la máscara” con la que nos cubrimos. A Bea le aterrorizan los espejos porque
cuando se mira no se reconoce. Necesita matar a su durmiente para liberarse. Es
una mujer con tendencias autodestructivas, obsesionada con la literatura y la
muerte, víctima de la creencia de que su padre la espiaba desde pequeña a
través de un espejo en su dormitorio que era una ventana desde la
habitación colindante, que deseó la muerte de su padre, que poseía el don de
prever el futuro exterior a ella.
La novela,
aunque el editor en la portada la califique de intriga, es un
relato muy intimista, un análisis psicológico de la mente enfermiza de Bea, una
mujer rebuscada, insatisfecha con su vida y sin ganas de cambiarla, cautiva de
un pesimismo vital, con un final sorprendente en el que las dos voces
narrativas se confunden tal vez porque cada una se encontraba a uno de los
lados del espejo.
Una novela que
contiene pensamiento sobre la identidad y la imagen con un exceso de retórica
que ralentiza la lectura. Ésta, sin embargo, a pesar de exigir al lector mayor
esfuerzo del habitual, obliga a saber cómo acaba.
María
García-Lliberós
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