Editorial
Planeta, 2018
362 páginas.
21,50 €, en
papel.
En esta novela John Le Carré regresa a dos de sus
mejores obras: El espía que surgió del
frío y El topo. En la primera, la
necesidad de proteger a un agente infiltrado en la cúpula de la Stasi, requirió
urdir un engaño –la operación Carambola- y sacrificar la vida del agente Alec
Leamas, responsable
del espionaje inglés en Alemania Oriental, y a Elizabeth Gold, su amante.
Cincuenta años más tarde, un hijo de Leamas y una hija de Gold denuncian a los servicios
secretos británicos y exigen responsabilidades por esas muertes, lo que provoca
la creación de una Comisión Parlamentaria y una investigación interna que
persigue culpabilizar a Peter Guilliam, sucesor de Smiley y a sus órdenes, como
responsable final.
John le Carré |
La
novela arranca con un primer párrafo y un primer capítulo insuperable: Lo que sigue es una relación verídica –la
mejor que puedo ofrecer- de mi participación en la operación británica de
desinformación, de nombre clave Carambola, organizada a finales de los años
cincuenta y comienzos de los sesenta contra el servicio de inteligencia de
Alemania Oriental (Stasi), y que tuvo como resultado la muerte del mejor agente
secreto británico con el que he trabajado y de la mujer inocente por la que dio
su vida.
Una
frase potente de Peter Guillam, el relator, en primera persona, en la que nos
adelanta el argumento y con la que consigue agarrar al lector con fuerza.
El
andamiaje de esta novela es complejo y sigue el curso de dos fuentes: por un
lado el relato de Guillam –un agente retirado, beneficiario de una pensión y,
por tanto, susceptible de extorsión, que vive en la Bretaña francesa- del
proceso al que es sometido por los actuales ocupantes de Circus ansiosos de
encontrarle culpable y, por otro, la mirada a lo que sucedió hace muchos años,
ayudado por la lectura de los informes que se redactaron con ocasión de
Carambola y del caso de Bill Haydon, agente doble al servicio de los soviéticos
y Jefe del Circus que durante tres décadas estuvo pasando información al
enemigo (trama de El topo), y los
recuerdos y emociones que le producen. Ambos cursos permiten mostrar al lector
los procedimientos propios del oficio de espía, los métodos para interrogar empleados o de persuasión, de hace cincuenta años y los de ahora, y los
elementos que envuelven ese mundo en una atmósfera de misterio tan novelesca.
Los
personajes son esenciales. A Georges Smiley lo describe Guillam como “barrigón, con
gafas y en estado de permanente preocupación” que cuando su captación como
espía “se estaba ofreciendo para ser la figura paterna que más adelante
llegaría a ser para mí” al tiempo que concretaba su oferta con “No pagamos
mucho y aquí las carreras tienden a interrumpirse abruptamente. Pero nos parece
que es un trabajo importante, siempre que creas en los fines y no te preocupen
demasiado los medios”. También aparece como el “portador de mensajes falsos”,
retorcidos, sofisticados y sin límites, pero que siempre ha tenido un problema:
”ver las cosas desde el punto de vista del otro, y eso acaba con cualquiera”.
“Sabía de la fragilidad de los demás, pero se negaba a reconocer la suya”. Es
un personaje frío, duro, que antepone el cumplimiento de lo que cree su deber a
la salvación de una vida, pero que tiene convicciones morales y sentido de la
lealtad y, de ahí, sus problemas de conciencia.
Las
novelas de Le Carré son buenas porque, además de ser enrevesadas y oscuras como
pide el género, no se quedan en el relato de los hechos, en lo que es la
acción, sino que siempre entra en los conflictos morales que se plantean los
espías. Guillam confiesa en el segundo párrafo que “Un funcionario profesional de los servicios
de inteligencia no es más inmune a los sentimientos que el resto de la
humanidad”. En las novelas de Le Carré hay sexo, parece algo que forma parte
del oficio, pero también hay pasión y amor, como el que surge entre Tulipán y
Guillam, que el autor describe con
una prosa llena de lirismo. Otra característica de su narrativa es que hay reflexión sobre la geopolítica mundial, análisis de una realidad que nos concierne.
El
compañerismo entre los viejos espías, la solidaridad entre los que saben la
verdad y saben que no será comprendida en la época actual, la piedad y
generosidad a su manera, todo eso está en esta novela que te atrapa porque la
prosa de Le Carré es precisa, limpia, escueta y directa y porque nos devuelve a
la etapa en la que el autor se consagró como el mejor escritor de ficción
sobre el tema. El legado de los espías
tiene un final un tanto brusco, que, tras el encuentro entre Guillam
y Smiley, deja bastante a la aportación del lector, pero cumple con creces el
principal objetivo de una novela: hacer disfrutar al lector, relamerse de gusto
con sus palabras. No hay que perdérsela.
María
García-Lliberós
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