“Invisible”,
de Paul Auster.
Círculo de Lectores, 2009 (Ed. Anagrama, 2009)
277 páginas.
Con las novelas de Paul Auster me ocurre algo curioso: disfruto leyéndolas, entonces creo que tengo entre manos algo importante y, al cabo de unas semanas, no consigo recordarlas por más que lo intento. Me ha pasado con La trilogía de Nueva York, La noche del oráculo, Brooklyn Follies, Viajes por el Scriptorium y alguna otra. Recuerdo mejor Un hombre en la oscuridad. Seguramente sea un mal síntoma. No sé qué me ocurrirá con Invisible, la acabo de terminar con buenas sensaciones y, tal vez por eso, me apresuro a escribir sobre ella para retenerlas al máximo en la memoria.
La novela se centra en dos personajes, Adam Walker y Rudolf Born que, aunque ellos lo desconozcan, tienen muchos aspectos en común: la capacidad de hacer daño, por ejemplo, el retorcimiento mental, la opacidad. A lo largo del relato Auster los ilumina y los ensombrece, porque tan importante es lo que cuenta como lo que calla o sólo sugiere. Es ésta una de las características de su literatura, la de no saciar nunca la curiosidad del lector. Invisible añade una estructura con diferentes puntos de vista -dividida en cuatro partes, con escenarios y narradores diferentes-, con relatos en primera, segunda y tercera persona que, juntos, permiten una aproximación a la verdad novelada.
La primeras 70 páginas son espléndidas y se leen sin aliento. Walker, en primera persona, cuenta unos hechos acaecidos en Nueva York, en 1967, cuyo recuerdo le perseguirá de por vida. El ritmo diabólico, la presentación de los personajes -Rudolf Born y Margot, su amante- que entran en acción sin preámbulos proponiendo y conduciendo la vida de Walker, un estudiante de
La segunda parte tiene una estructura mucho más sofisticada. Aparece otro narrador, Jim, amigo de Walker en su juventud y escritor consagrado en 2007, año al que nos traslada el relato. Aunque no han mantenido contacto en 38 años, será el encargado de ayudar a Walker (moribundo) a escribir la extraña historia de su vida y acabarla. Una biografía que tiene mucho de expiación (la culpa está presente en casi todas las novelas de Auster), porque Walker admite las verdades que el narrador le vomita en segunda persona. Precisamente este cambio de enfoque permite crear un espacio entre Walker y el tema a narrar, demasiado personal y desgarrador para tratarlo con objetividad en primera persona. La historia hurga en su pasado y en el de su extraña familia, con unos padres atormentados y ausentes, y una relación con su hermana Gwyn estrecha, anómala, que va más allá del amor fraternal para recorrer juntos las primeras experiencias sexuales. Pasión y secreto en torno a lo que hacen, amor y deseo al margen de la moral, en una escritura vibrante que transmite su complicidad indisoluble de por vida.
En la tercera parte, el relato regresa a 1967 pero a un nuevo escenario, París, donde reside Born, y escrito por Jim, voz omnisciente, en base a las notas del propio Walker, motivado, en aquella época, por un afán justiciero. Surgen nuevos personajes del entorno de Born. El encuentro entre los dos protagonistas, sus conversaciones y animadversión oculta, la relación que consigue entablar Walker con la prometida de Born y su hija, Cecile, al servicio de una estrategia perversa para destruir a Born. Walker nos va mostrando su lado oscuro. La partida quedará en tablas.
El final del libro lo aportará una nueva narradora, Cecile, con un diario sobre los cinco días pasados con un Born viejo en la isla de Quillia, un refugio perdido en el trópico, facilitando otra imagen de este personaje plural, la del hombre curtido en tareas de inteligencia de Estado, traidor, manipulador y sin escrúpulos, con una visión política del mundo, capaz de analizar la caída del muro de Berlín, las revueltas parisinas del 68, las cuestión racial y muchos otros temas -Auster da su visión de la realidad política a través de sus personajes- con consecuencias inmediatas en la cotidianidad personal.
Una novela, como se ve, compleja y bien entreverada. Se lee con interés, el ritmo no decae, el lenguaje fluido y preciso, también hermoso, los personajes poseen personalidades fuertes, dobles o múltiples vidas y, por tanto, contienen secretos, se mueven por motivos inconfesables, elementos todos para incrementar el atractivo de la obra. Pero, ¿qué ha querido contarnos Auster? Que el ser humano antes de morir necesita confesar sus culpas (por agnóstico que sea), o que el curso de la vida de cada cual depende de aquellos que, en momentos decisivos, se cruzan en tu camino más que de tu propia voluntad, o que la conciencia no permite que prescriba la culpa de ciertos actos u omisiones a pesar de que la impunidad del delito sea frecuente. Temas trillados que se convierten en material literario de calidad en manos del buen escritor.
Me ha gustado Invisible (un título un tanto ajeno), algunas páginas tienen magia, ninguna aburre, está lleno de sutilezas (¿por qué Walker se casa con una mujer de la misma raza y apellido de la primera víctima de Born, por ejemplo?), que reflejan lo alambicado del subconsciente y de la conducta humana. Ahora falta que el tiempo me diga si ha superado la prueba de la memoria dejando huella en mi conciencia de lectora.
María García-Lliberós.