viernes, 18 de octubre de 2013

"El caso Wittgenstein", de Carlos Sebastián

Premio Ciudad de Valencia, 2012

Port Caso

Carena Editors, 2013.

438 páginas.

P.V.P.: 20,00 €



Nos encontramos ante una novela compleja que busca su inspiración en la biografía del filósofo Ludwig Wittgenstein (Viena, 1889 – Cambridge, 1951) y, sobre todo, en su doctrina en torno a la estructura sobre la cual se levanta nuestro lenguaje descriptivo y nuestro mundo. Pero no se trata de una novela histórica, ni biográfica, sino de ciencia ficción trufada por una trama criminal o policíaca con oscuros motivos políticos, a la que se añade grandes dosis de pensamiento filosófico. Un relato que te atrapa desde el principio y despierta en el lector un enorme interés.

Carlos Sebastián fantasea con la muerte de Wittgenstein: la ubica en octubre de 1946 en Cambridge, víctima de un sangriento asesinato. Lo cierto es que murió tres años más tarde en la cama y de cáncer de próstata. Nos movemos en el terreno de la ficción que toma de la realidad algunos elementos que sirven para contextualizar la historia. Así, Bertrand Rusell, por ejemplo, con quien coincidió en Cambridge y con el que mantuvo una tormentosa relación, se convierte en un personaje relevante, o Karl Popper. La ciudad de Cambridge, en plena decadencia y sumida en aquel tiempo novelesco en una extraña cuarentena, es el escenario inquietante en el que se suceden los hechos. Al igual que La Zona, espacio en el que, veinte años más tarde, tras una permanente huida, acaba residiendo el relator y auténtico asesino, desorientado en un principio hasta que aprende las reglas de convivencia que dan sentido al lenguaje de las personas que lo habitan y, con ello, va consiguiendo su transformación o pérdida de identidad paulatina. En La Zona nadie tiene nombre, como los Ausentes, ni historia, o no quieren tenerla.

La Zona en 1966, una playa tóxica bajo una apariencia de burbuja de armonía, o una prisión abierta, según se mire, y Cambridge en 1946, poblado por individuos sanos y por Ausentes –personas que han perdido el juicio, o muertos vivientes, o seres que hacen imposible la memoria- que requieren ser apartados del proceso de creación de Britania, la nueva nación para los nuevos ciudadanos deseosos de olvidar los traumas de la guerra, recuerdan otras utopías como “1984” o “La granja de los animales”, de George Orwell, pues no hay utopías bienintencionadas, sino modos de control social y Britania lo es.

En esta atmósfera se superpondrá la investigación policial, liderada oficialmente por el comisario Nagel y, de manera efectiva, por el poder gubernamental de la nueva Britania, cuyo auténtico desenlace se desvelará al final de esas más de cuatrocientas páginas de tensión continua, conseguida gracias a una prosa suelta, algunas dosis de humor fino, al estilo inglés, un ritmo del relato ágil, con especial atención a la secuencia de las escenas y una ambientación cuidada.

Una mezcla de elementos que permiten, además, la reflexión sobre el recelo que provocan ciertas personas, antesala del miedo, ya sea a la locura, a la muerte o a la delación, como impulsor de conductas; sobre la arquitectura y el urbanismo como instrumentos del poder, por su capacidad para imponer una determinada forma de vida mediante la persuasión para incorporarse a un sistema y compartir un lenguaje, cuestiones que fueron tratadas por Ludwig Wittgenstein en su Tratado lógico- filosófico publicado en1922.
      En definitiva, una novela muy recomendable. Aplaudo esta vez la decisión del jurado de otorgarle el Premio ciudad de Valencia. Un libro que merece una larga vida comercial y ojalá la tenga.

Reseña publicada en POSDATA, el suplemento cultural de LEVANTE-EMV, el 18.10.2013.

2 comentarios:

  1. Ludwig no se merecía ese final pero, personalmente, tenía motivos para cargármelo.
    Gracias. Un saludo.
    C. Sebastián

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  2. Carlos, me dejas intrigada pensando en esos motivos.
    La novela, ese género que puede permotírselo todo, me ha gustado, ¡felicidades!
    Sólo un reproche: hay que revisar el texto antes de entregarlo al editor, y éste también debe hacerlo antes de llevarlo a la imprenta. El libro está plagado de erratas que son un sufrimiento para el lector. Si haces una segunda edición, por favor, corrígelas.

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