285 páginas.
Colección de 30 micro
ensayos en torno a mujeres (y algunos personajes literarios femeninos) que, de
alguna manera, por su vida o por sus escritos, han influido sobre Elvira Lindo, de las que ha aprendido algo y con las que se ha sentido identificada. Rasgos comunes son la valentía, la rebeldía, el
inconformismo ante las actitudes que la sociedad ha atribuido a las mujeres
para que sean como “deben ser”, la tenacidad y el afán de justicia. El trigésimo
es un autorretrato de la autora en el que se califica como mujer inconveniente
y lo acompaña de un dibujo de ella como una payasa con chistera. Sin embargo,
en este libro Elvira Lindo, una escritora que domina los recursos de la
comicidad, no busca hacer gracia ni ser graciosa, porque aborda asuntos que no
la tienen y que, al contrario, le han provocado indignación o tristeza en su
momento por injustos, o admiración, piedad, y empatía por la mujer que los ha
protagonizado y sufrido.
Elvira Lindo |
En esta obra Elvira Lindo
evidencia varias cosas: que posee una amplísima cultura literaria al igual que
una enorme capacidad crítica y que sus valoraciones sabe exponerlas con una
prosa cuidada y rica. Me ha gustado, especialmente, el ensayo titulado Tristana o el amor libre, por la forma
cómo nos presenta el personaje y las conexiones con la biografía de su creador,
don Benito Pérez Galdós, reflejado en ese don Lope egoísta, mujeriego, alejado
de cualquier compromiso que trata a la mujer como pieza de placer sin
importarle su deshonra, y territorio en el que ejercer el dominio, mientras
respeta las formas exquisitas de su educación burguesa. Tristana fue escrita en 1891 cuando Galdós mantenía una relación
con la joven aspirante a actriz Concha Morell, en quien se inspiró. Incisiva la
conexión que hace con la película de Luis Buñuel inspirada en la novela de Galdós
y la interpretación que hizo el genial director del deseo erótico de don Lope. Un
análisis muy inteligente, de alto valor intelectual y ponderado pues muestra
también la parte feminista de Galdós que siempre se preguntó qué habría sido de
las mujeres si la sociedad no les hubiera cortado las alas.
El recorrido comienza con
otro personaje literario, el de Pippi Calzaslargas “una criatura que estando
sola en el mundo no se presenta jamás como víctima”, una anarquista salvaje y
libre, con la que Lindo mantuvo gran sintonía durante su infancia. En este tipo de
relatos es dónde aflora con mayor nitidez la sensibilidad de la autora.
De alguna manera, la
biografía y personalidad de Lindo está presente a lo largo del libro al
enfatizar los rasgos de sus protagonistas en los que ella se ha sentido
próxima. Nos habla de ella a través de otras mujeres. Así conocemos su
frustrada vocación de actriz y su conexión melancólica con el mundo de los
cómicos cuando se acerca a la figura de María Guerrero. O su condición de niña
especial que no cumplía con las exigencias de la feminidad establecida, al
hablarnos de Elena Fortún, la creadora de Celia.
Especial interés me ha
provocado la figura de Joyce Maynard y su terrible experiencia con J. D.
Salinger, ya famoso por su obra El
guardián entre el centeno, un manipulador misántropo de 53 años ante una
presa inocente de 18. Por contarlo, por evidenciar la resistencia de los
intelectuales a la igualdad de las mujeres y su fascinación por el poder sobre
ellas, Maynard sufrió las críticas más feroces de sus coetáneos.
En definitiva, un libro
interesante del que se aprende mucho, resultado de muchas horas de
investigación y lectura por parte de Lindo, que nos muestra de manera
interpuesta la cara más intelectual de la autora, la más intimista y oculta
hasta el momento. Me ha sorprendido que en su autorretrato dedique atención a
lo que significó en su vida Manolito
gafotas y sus artículos de la serie Tinto
de verano que publicó El País y no diga nada de su faceta como novelista.
Respecto a los artículos, parece como si necesitara justificarse ante críticas
recibidas, no por la calidad literaria de los mismos sino por la sátira que
incluía respecto a “su santo” que confundieron con el entonces director del
Instituto Cervantes en Nueva York. No me ha parecido necesario porque las críticas necias no merecen respuesta. Un pequeño
reproche que no ensombrece los méritos del libro.
María García-Lliberós
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