martes, 15 de enero de 2019

"30 maneras de quitarse el sombrero", de Elvira Lindo


Ed. Seix Barral,  2018.       
     
285 páginas.

Colección de 30 micro ensayos en torno a mujeres (y algunos personajes literarios femeninos) que, de alguna manera, por su vida o por sus escritos, han influido sobre Elvira Lindo, de las que ha aprendido algo y con las que se ha sentido identificada. Rasgos comunes son la valentía, la rebeldía, el inconformismo ante las actitudes que la sociedad ha atribuido a las mujeres para que sean como “deben ser”, la tenacidad y el afán de justicia. El trigésimo es un autorretrato de la autora en el que se califica como mujer inconveniente y lo acompaña de un dibujo de ella como una payasa con chistera. Sin embargo, en este libro Elvira Lindo, una escritora que domina los recursos de la comicidad, no busca hacer gracia ni ser graciosa, porque aborda asuntos que no la tienen y que, al contrario, le han provocado indignación o tristeza en su momento por injustos, o admiración, piedad, y empatía por la mujer que los ha protagonizado y sufrido.                                       
Elvira Lindo
En esta obra Elvira Lindo evidencia varias cosas: que posee una amplísima cultura literaria al igual que una enorme capacidad crítica y que sus valoraciones sabe exponerlas con una prosa cuidada y rica. Me ha gustado, especialmente, el ensayo titulado Tristana o el amor libre, por la forma cómo nos presenta el personaje y las conexiones con la biografía de su creador, don Benito Pérez Galdós, reflejado en ese don Lope egoísta, mujeriego, alejado de cualquier compromiso que trata a la mujer como pieza de placer sin importarle su deshonra, y territorio en el que ejercer el dominio, mientras respeta las formas exquisitas de su educación burguesa. Tristana fue escrita en 1891 cuando Galdós mantenía una relación con la joven aspirante a actriz Concha Morell, en quien se inspiró. Incisiva la conexión que hace con la película de Luis Buñuel inspirada en la novela de Galdós y la interpretación que hizo el genial director del deseo erótico de don Lope. Un análisis muy inteligente, de alto valor intelectual y ponderado pues muestra también la parte feminista de Galdós que siempre se preguntó qué habría sido de las mujeres si la sociedad no les hubiera cortado las alas.
El recorrido comienza con otro personaje literario, el de Pippi Calzaslargas “una criatura que estando sola en el mundo no se presenta jamás como víctima”, una anarquista salvaje y libre, con la que Lindo mantuvo gran sintonía durante su infancia. En este tipo de relatos es dónde aflora con mayor nitidez la sensibilidad de la autora.
De alguna manera, la biografía y personalidad de Lindo está presente a lo largo del libro al enfatizar los rasgos de sus protagonistas en los que ella se ha sentido próxima. Nos habla de ella a través de otras mujeres. Así conocemos su frustrada vocación de actriz y su conexión melancólica con el mundo de los cómicos cuando se acerca a la figura de María Guerrero. O su condición de niña especial que no cumplía con las exigencias de la feminidad establecida, al hablarnos de Elena Fortún, la creadora de Celia.
Especial interés me ha provocado la figura de Joyce Maynard y su terrible experiencia con J. D. Salinger, ya famoso por su obra El guardián entre el centeno, un manipulador misántropo de 53 años ante una presa inocente de 18. Por contarlo, por evidenciar la resistencia de los intelectuales a la igualdad de las mujeres y su fascinación por el poder sobre ellas, Maynard sufrió las críticas más feroces de sus coetáneos.
En definitiva, un libro interesante del que se aprende mucho, resultado de muchas horas de investigación y lectura por parte de Lindo, que nos muestra de manera interpuesta la cara más intelectual de la autora, la más intimista y oculta hasta el momento. Me ha sorprendido que en su autorretrato dedique atención a lo que significó en su vida Manolito gafotas y sus artículos de la serie Tinto de verano que publicó El País y no diga nada de su faceta como novelista. Respecto a los artículos, parece como si necesitara justificarse ante críticas recibidas, no por la calidad literaria de los mismos sino por la sátira que incluía respecto a “su santo” que confundieron con el entonces director del Instituto Cervantes en Nueva York. No me ha parecido necesario porque las críticas necias no merecen respuesta. Un pequeño reproche que no ensombrece los méritos del libro.

María García-Lliberós




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