sábado, 16 de mayo de 2020

"La virgen de los huesos", de Guillermo Galván.


Ed. Harper Collins, 2020                                                  
461 páginas.

La historia que nos cuenta Guillermo Galván ocurre en 1942, en Aranda de Duero, un municipio que siempre estuvo en la retaguardia durante la guerra Civil pero que no por eso dejó de ser escenario de crímenes ideológicos con causa en la represión franquista desatada contra los perdedores.
El protagonista es Carlos Lombardi, personaje creado por Galván en su anterior novela Tiempo de siega con la que La virgen de los huesos mantiene otros elementos en común. Lombardi fue policía en la época de la República y, represaliado, en 1942 todavía se encuentra en espera de indulto mientras trabaja como investigador privado en la agencia Hermes. Es un hombre duro, detective de raza que no deja cabos sueltos, leal a sus superiores y amigos, de izquierdas, un tanto enamoradizo, crítico con el régimen franquista establecido, realista y resignado a esas circunstancias. El personaje bebe de la fuente de inspiración de Chandler, por ejemplo, a mí me ha evocado a Marlowe y compañía, por su ironía, adaptado a nuestras características patrias que tampoco son tan diferentes.
Guillermo Galván

La historia comienza con la desaparición de un novicio, Jacinto Ayuso, del Monasterio de Santa María de la Vid (la presencia de sotanas, tan poderosas en el régimen de Franco, es otra coincidencia con la anterior novela) y el encargo a Lombardi de esclarecer el caso. La exposición en la puerta de una iglesia de la mano del novicio, cortada a un muerto según el forense, permite transformar el caso de una desaparición en otro de un asesinato. Luego habrá dos más durante un verano sofocante que alteran la tranquila vida de Aranda. Por supuesto que Lombardi sabrá resolverlos.
Lo que importa destacar es que esta novela que la editorial incluye en su colección de policíaca, bien puede calificarse también de ambientación histórica, ya que Galván se sumerge, y nos transmite a los lectores, en la atmósfera decadente, corrupta, caciquil, temerosa, de la España rural castellana de la época y rastrea conflictos domésticos resueltos durante la guerra civil al amparo de ejecuciones sumarias por motivos ideológicos, cuando en realidad respondían a intereses económicos y enemistades vecinales profundas. En este terreno, el del totalitarismo negro en España, como se indica en la portada, Guillermo Galván se está forjando un merecido respeto como especialista. Se lee muy bien, sobre todo la segunda parte que intensifica la tensión narrativa y clarifica con solvencia una trama enrevesada que hunde sus raíces en el pasado.
María García-Lliberós

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