Galaxia Gutemberg, septiembre 2017
(5ª
edición octubre 2018)
235 páginas.
Mejor
la ausencia es el primer libro que leo de Edurne Portela
(Santurce 1974), y me ha gustado mucho. Es una novela bien construida, valiente, dura, sincera
y, al mismo tiempo, tierna, tal vez porque la voz narradora inicial es la de
una niña que nos habla desde su lógica infantil y no por ello menos
clarividente.
El relato cronológico se
ubica geográficamente en la margen izquierda industrial del Nervión, lo que emite un mensaje claro del escenario degradado en el que transcurre la historia, en un
pueblo cerca de Bilbao, y se estructura en dos partes: la primera cubre el
período 1979–1992, cuando la violencia etarra, ya en democracia, se encuentra
en una fase álgida, al igual que el terrorismo de Estado (el de los GAL, aunque
no se mencione así); la segunda se titula “el regreso” y acontece durante 2009.
Durante la primera parte Amaia, la narradora pasa de los cinco a los dieciocho años
y en la segunda, tras un período alejada del País Vasco regresará con treinta y
cinco cumplidos convertida en periodista, con un fracaso matrimonial a cuestas
y otro profesional, y con la decisión de convertirse en escritora.
Edurne Portela |
Este es el escenario
sociopolítico o el telón de fondo en el que se va a desarrollar la acción. Porque
la novela pone el foco en una familia llena de conflictos y pretende mostrar
cómo la violencia, tanto externa como la que se cuece en su interior, y la
culpa formando parte del aire que respiran, marcan a los individuos y sus
consecuencias. La familia la forma Amadeo, un abogado oscuro, un hombre que ha
pasado de colaborar con un primo suyo gudari
a ser señalado como un un chivato, un padre ausente con negocios turbios que
tiene ataques incontrolados de violencia sobre su mujer. Una madre que,
superada por los acontecimientos, se entrega a la bebida y al alcohol, y que,
inexplicablemente para los hijos, nunca corta la comunicación con su esposo. Y
cuatro hijos, Aníbal, Aitor, Kepa y Amaia que, cada uno a su manera, buscarán
la manera de huir de aquel infierno.
Me ha gustado especialmente
el trabajo que Edurne Portela hace con el lenguaje: el tiempo transcurre y la
voz de Amaia de frases cortas, y con el tiempo cortantes, va madurando. A
través de las mismas vamos percibiendo el proceso de crecimiento de Amaia como
producto de su familia, su embrutecimiento, pues se convierte en una joven
dura, orgullosa, cruel, sin capacidad para perdonar, una persona llena de rabia
que, como el padre, desahogará con violencia. La escritura, en la segunda
parte, surge como una forma de redención y de terapia, de buscar explicación a
esa necesidad de su madre de mantener el vínculo con el padre. Un misterio
lleno de materia novelable.
La historia que nos cuenta es
realista y verosímil. Muestra la intromisión y el control ejercido por los
vecinos. Cuenta con un abanico de personajes bien diseñados, tiene intensidad
emocional y tensión narrativa, sabe crear una atmósfera y obliga al lector a
imaginar y a darse respuestas porque en esta obra es importante lo que no se
dice (¿cuáles son los negocios de Amadeo con Carlos?, ¿quién es Carlos, en
definitiva?, ¿qué hacen en Argentina Amadeo, Carlos y El Gaucho?, entre otras
preguntas).
La única conclusión es que
el terrorismo cuando toca a alguien de una familia consigue destruirlos a
todos. La autora, en unas manifestaciones expresaba la necesidad de conocer el
grado y la forma de participar en el asunto del terrorismo etarra porque toda
la sociedad vasca fue cómplice de alguna manera. Se debe excluir a las víctimas de este aserto.
Es evidente que esta novela
nos trae a la memoria Patria, de
Aramburu que tanto éxito comercial ha tenido y casi resulta inevitable la
comparación entre ellas. (Publiqué una reseña de Patria en este blog en septiembre de 2017). Ambas son necesarias e
importantes porque nos han permitido conocer aspectos ignorados de la
convivencia durante varias décadas con una banda criminal que, al igual que un
topo, iba horadando los pilares de la sociedad. Desde el punto de vista
literario, encuentro Mejor la ausencia,
de Edurne Portela, bastante más redonda.
María García-Lliberós
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