jueves, 29 de marzo de 2018

Antonio Rey, psiquiatra, presentó en Godella "La función perdida"

Antonio Rey y María García-Lliberós, en Godella


Presentación del libro de
María García-Lliberós. La función perdida (2017).
Ed. Sargantana
[Godella, 8 de marzo de 2018]




En este día, ya histórico, del 8 de marzo de 2018 nos unimos al clamor de todas las mujeres del mundo y su justa petición de plena igualdad de derechos y condiciones de vida.

Al entrar en esta sala de lectura de la Biblioteca de Godella, la
mayoría de vosotros os habréis fijado en el cartel de propaganda del acto, en el que se dice que intervendrán María García-Lliberós. Autora y Antonio Rey. Psiquiatra; y seguro que a continuación os habréis preguntado: ¿y qué pinta aquí un psiquiatra? Yo me he preguntado lo mismo y me he contestado: “nada”. De todas maneras, y para tranquilidad de todos, aclaro que estoy aquí más por viejo que por diablo, o lo que es lo mismo: estoy aquí por amigo de María y no por psiquiatra, ya que ella, como es evidente, no lo necesita para nada. 
He venido a presentar la última novela de María: La función perdida, nada menos que la octava de su producción como novelista. La novela nos ofrece una visión realista y, a la vez, optimista de esa etapa de la vida que se abre tras la jubilación, que nos conduce hacia el final de la vida y que cada uno de nosotros debe hacer que sea lo mas feliz posible. Y lo cuenta a través de su protagonista Emilio Ferrer al que sitúa en un barrio de la ciudad de Valencia, coincidiendo con el inicio de la crisis económica de 2010. Pero en la obra, además de los ya famosos recortes de Zapatero, se habla de muchas otras cosas como la corrupción, la explotación de los abuelos por el cuidado de sus nietos, de Garzón y de la memoria histórica, de la transición y los ‘trepas’, del timo de las preferentes, del acoso escolar, de los recuerdos imborrables, de las relaciones padre-hijos y, por supuesto, de la muerte, de la amistad, del amor, y una cosa que me ha gustado mucho: del daño irreparable que pueden ocasionar los malos psicólogos. María incluso nos regala algunas recetas de cocina. La novela está narrada desde la subjetividad del protagonista, en el espacio de tiempo de 5 años aprox.; la narración es lineal, de progresión cronológica y los personajes principales son, además de Emilio, su entrañable amigo Guillermo, sus hijos, su nieta y tres mujeres: Trini, Merche y Sara. Pero no me corresponde a mi hacer de crítico literario ‘silvestre’ porque eso se lo dejo a los profesionales. Solo me atreveré a analizar, desde mi modesto punto de vista, algunos elementos de relacionados con la novela y la literatura.
Os prometo que seré breve, así que para entrar ya en materia empezaría recordando que la existencia humana está estructurada en base a dos ejes fundamentales: la familia y el trabajo; y los cambios que afectan a cualquiera de estos dos elementos, con la edad elevan el riesgo de aparición de una serie de problemas psicológicos que pueden llegar a ser importantes. En el eje familiar la viudez o la muerte de la pareja, y en el trabajo la jubilación, son los acontecimientos más traumáticos y los que con frecuencia he vivido como profesional de la psiquiatría, destacando las depresiones por jubilación, o que también pueden llamarse depresiones por balance.
Por otro lado, es casi un tópico decir que María, nuestra autora, trabaja muy bien eso que se suele llamar la ‘psicología de los personajes’ o, dicho de otra manera (no sé si más académica), que tiene bastante perspicacia o agudeza psicológica. Es decir, que comprende y describe bien los mecanismos psicológicos que condicionan la conducta de los personajes y hacen que se comporten de una manera o de otra.
Lo digo, no porque yo sea un experto en temas de psicológicos, ni mucho menos. Me explico; soy psiquiatra de profesión y confieso, que después de más de 35 años de ejercicio, me considero un bicho raro, por la sencilla razón de que el psiquiatra es una persona que ha estudiado medicina, pero no la ejerce, y ejerce la psicología, que no la ha estudiado. Me hice psiquiatra porque, aunque realicé los estudios de medicina y necesariamente soy de ciencias, en realidad, toda mi vida quise ser de letras, y esta era la especialidad que más se aproximaba o eso creía yo entonces. Aunque he sido autodidacta debo añadir que ‘ma non tropo’, porque tuve la suerte durante un año de tener a un experimentado maestro que me llevó de la mano durante esa primera fase de mi formación. Así pues, en quinto curso de carrera y ya decidido a ser psiquiatra (debido a un azaroso acontecimiento casual), un día le pedí que me recomendara textos de psicología, porque estaba convencido que serían importantes para mi formación. Sin pensárselo mucho me dijo que si quería aprender psicología me olvidara de los manuales y de los textos académicos y leyera las grandes obras de la literatura; un buen consejo, sin duda, y además por partida doble porque me inició sin pretenderlo en el hábito casi adictivo de la lectura.
Desde entonces me intrigó el por qué algunos escritores habían desarrollado, sin estudiarla, capacidades de comprensión de la conducta humana, y que esa psicología intuitiva era en la indagación de los personajes muy superior, en muchos casos, a los que podía hacer la psicología llamada profesional. Es evidente que muchos escritores nos han proporcionado valiosas descripciones sobre temas tan transcendentes como el amor, los celos, la infidelidad, los remordimientos o la culpa, las emociones y los sentimientos de venganza y, en general sobre las relaciones humanas, muy especialmente en la novela. Ahí está, sin ir más lejos, el análisis y estudio de la conducta en El Quijote o en La Celestina, antes de la aparición de la psicología como disciplina, por no hablar de las obras de grandes autores como Shakespeare o Balzac. Nadie podrá negar que los mejores estudios de psicología femenina los hizo Flaubert en La señora Bovary o Tolstoi en Ana Karenina, por poner solo dos ejemplos notables.
Esto enlaza con la observación adquirida en mi práctica profesional con respecto a las habilidades naturales que he podido comprobar que poseen determinadas personas que, sin ninguna formación ni conocimiento especializado, tienen una capacidad poco común para comprender los trastornos mentales y manejar a los pacientes.
¿Que tienen esas personas (y algunos novelistas) que no tienen muchos profesionales formados académicamente durante años? He reflexionado algo sobre este tema y ahora que he conocido más de cerca a una experimentada novelista y he podido leer y relacionar su obra con su persona, he llegado a la conclusión de que tienen al menos tres características básicas; en primer lugar, la curiosidad, entendida como una actitud interesada por el ser humano, que es fuente inagotable para la imaginación y la fantasía, y que provee al escritor de un gran caudal de información y experiencia (Dice una persona que admiro mucho que la curiosidad es lo que diferencia al hombre del caballo). En segundo lugar, la empatía, es decir, la capacidad para ponerse en el lugar del otro, la habilidad de poseer un sentimiento de participación afectiva en la realidad que afecta a los otros; y en tercer y último lugar (last but not least) el sentido común, o sea, la poco común capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de una manera razonable. Y me consta que estas tres habilidades, que no se aprenden con el estudio en ninguna academia, las posee de forma natural la autora de estas novelas.
Para terminar, quería deciros que habitualmente cuando le piden a uno que presente un libro se siente muy importante y se accede a la tarea creyendo íntimamente hacer un gran favor. Yo no era ajeno a esta cuestión cuando María me pidió que presentara su nueva novela La función perdida y, lógicamente, me sentí muy halagado como amigo y compañero que somos en el Taller de lectura de la Asociación Amigos de la Nau Gran. Comencé a hojear la novela, debo confesar que, al principio con un poco de displicencia, pero poco a poco y conforme iba leyendo el interés se fue apoderando de mí, de tal manera que me olvidé de mi primitiva función para convertirme en lector entusiasta. Pero ahí me esperaba un merecido castigo, porque una vez acabada la novela no pude dejar de pensar que ojalá fuese María la presentadora y yo el autor.
Gracias a todos por vuestra asistencia e interés, así como a María Castelló, bibliotecaria de Godella, por su eficaz trabajo en la organización del acto. Y os dejo enteramente con la autora, verdadera protagonista del día, y su nueva novela ‘La función perdida’.

Antonio Rey.

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