El pasado jueves 11 de febrero tuvo lugar la presentación en GODELLA de la novela Diario de una sombra. Éstas fueron las palabras de Rafa Rivera, arquitecto, columnista de LEVANTE-EMV y vecino del pueblo.
El pasado puede convertirse en una bomba de relojería.
Presentar un libro es algo
siempre especial. Es un acontecimiento, porque se abre una ventana hacia lo
inesperado. Y eso es una buena noticia.
Pero, sobre todo, presentar un
libro no es contarlo, es simplemente anunciar que están ustedes, si lo tienen
delante, a punto de sumergirse en una historia. Y, en este caso, es una
historia cotidiana, se lo advierto, llena de hechos como los de cada día, una
historia que podía haberle pasado a usted y que se desarrolla en un entorno
conocido, donde aparecen los cines Albatros, existe el cineforum, nombra a la
película Peppermint frappé y a la academia Bertliz, y desfila una escenografía
urbana reconocible.
Una historia con personajes que
podemos identificar con una amiga o con un familiar, y que representan la
coreografía de un hilo conductor que nos lleva, de la mano, ahí a donde quiere
que lleguemos. Se está cómodo dentro de la literatura de María, ella nos va
contando y nosotros, ustedes también, ya lo verán, nos dejamos llevar devorando
los capítulos que nos ofrece con las dosis exactas que nos impiden dejar el
libro en la mesita de noche. Se está calentito dentro de sus páginas y da
pereza abandonar la historia sin saber qué va a pasar de inmediato.
Esta es otra vez, la historia de
una mujer que lucha, el relato de una pelea invisible, desapercibida, como el
mundo que rodea a las mujeres en esta sociedad traidora e ingrata; pero eso sí,
es una pelea firme, eficaz, incondicional. Es la historia del poder y de su
antídoto, de la sorpresa y la repulsa que puede llegar a crear, incluso es la
historia de una paternidad que se abre paso demasiado despacio. Es como revelarnos
los misterios del paréntesis del tiempo. Eso es, es la historia de un
paréntesis.
Diario de una sombra me hace
volver a Babas de caracol, donde otra mujer que no está, que se ha ido, que ya
no existe cuando se desarrolla la acción, es la protagonista. Allí es Berta,
aquí es Elsa, que tampoco está, pero lucha por lo suyo desde la ausencia. Y es
que cualquier vida deja rastros, deja huellas, deja trozos de ese escrito roto
en mil pedazos que siempre alguien puede reconstruir (puede ser un hijo, puede
ser un extraño), transformar el pasado en presente y pasar factura por todos y
cada uno de los pecados cometidos, si es que hay pecados. Por eso el pasado
puede convertirse en una bomba de relojería con el detonador activado, y
nosotros delante, sin acabar de decidirnos por cortar el cable rojo o el cable
azul.
Es pues una novela de un pretérito
que se catapulta al presente y hace añicos las conjeturas para poner la verdad
extendida en la mesa, con luz y taquígrafos, dispuesta a ser devorada por el
banquete de la vida. Por eso tiene algo de novela negra, de malos que no son
tan malos y buenos que no son tan buenos. Es cuando los personajes,
maravillosos personajes secundarios (también lo son en nuestras vidas) nos
marcan el itinerario, como las piedrecitas blancas por la noche, en el camino.
Mientras, María ahí está,
mírenla, agazapada detrás del teclado, construyendo unos tipos que son los
encargados de hacer realidad la ficción y transmitirnos los mensajes, uno a
uno, de cada situación, de cada escena. Es que María escribe así, con dos
manos. En una tiene el lápiz de la realidad, de las cosas como son, de tener
los pies en la tierra, del rigor académico. En la otra
tiene el lápiz de la fantasía, de la creación, de no llegara pisar ese suelo, y
que nos quedemos tan solo unos centímetros por encima, casi flotando. Y así,
mezclando sus dos manos, como si fuera ambidiestra, nos lleva donde quiere y no
nos deja dormir. Hay que ser muy atrevido para dejar a medias esta lectura.
Ya no cuento nada más, ahora les
toca a ustedes sumergirse en la historia, en los brazos de María, y disfrutar.
Rafa Rivera. Febrero 16
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