451 páginas (en la edición de CdL)
Compré esta novela nada más aparecer , hace algo más de un año, al calor del reciente premio Nobel, pero el comentario poco entusiasta de un amigo al que doy crédito literario me hizo postergar su lectura hasta ahora. Adelanto que la novela me ha interesado mucho, mucho más de lo que esperaba.
Sobre el oficio de Vargas Llosa, no es necesario extenderse porque lo tiene más que demostrado. Una prosa suelta, rica, con ritmo, salpicada de palabras latinoamericanas de tanto en tanto, siempre bien ubicadas y, en este caso, para sustentar una ficción que contiene muchas verdades, ajustándome a su definición de novela, pues se soporta en un vasto trabajo de documentación e investigación.
El eje narrativo es la figura de Sir Roger Casement a quien Vargas Llosa rescata del olvido y trata de poner en su lugar. Fue un hombre contradictorio, solitario, capaz de grandes aventuras, un luchador por la justicia social y los derechos humanos hasta cotas de heroismo y, al mismo tiempo, al final de su vida, un nacionalista radical irlandés, traidor al Imperio Británico durante la primera Guerra Mundial y un nefasto estratega. La vida de Casement, la pública y la privada, es, desde luego, materia de novela al ofrecer las suficientes caras, algunas oscuras, para ser convertido en un atractivo personaje.
Los escenarios de la novela son el Congo, la Amazonía, Inglaterra e Irlanda. Casement como diplomático británico fue enviado, primero al Congo, en 1902, luego al Perú amazónico en 1910, para que observara y luego informara sobre el uso que las compañías caucheras hacían de las poblaciones indígenas para abastecerse de mano de obra. Los informes que se publicaron en Inglaterra con descripción detallada y documentada de las atrocidades perpetradas por las compañías generaron escándalo en la opinión pública y, también, justicia.
La experiencia de comprobar in situ la explotación colonial le hizo tomar conciencia sobre su propia tierra, Irlanda, colonizada también, lo que le condujo a tomar partido a favor de la independencia de Irlanda y al convencimiento de que sólo se conseguría por las armas. Es obvio que esta transformación de Casement de servidor leal a la diplomacia británica a enemigo del Imperio, cultivando un odio hacia Inglaterra desmedido, propia de un hombre poco equilibrado, es lo que más dificultades le ha planteado a Vargas Llosa en la reconstrucción del personaje y el lector lo percibe porque participa de sus dudas al resultar el hecho incongruente, y el texto, en esta parte pierde la fuerza que emanaba de los informes mencionados (a los que, supongo, que Vargas Llosa ha debido tener acceso).
Una novela muy recomendable que pone al descubierto que la codicia del ser humano puede resultar insaciable y provocar maldad en estado puro sin límites.
He leído casi toda la obra de Vargas Llosa que es apabullante por su amplitud y variedad. Asistí también al cambio de percepción en que los lectores lo teníamos situado en un principio, presumiéndole de izquierdas. Sé, porque lo manifiesta en sus artículos de opinión, que es un hombre de derechas, profundamente democrático y, me gusta de él esa honestidad ante los hechos históricos que practica siempre, sin pelos en la lengua, para evidenciar las atrocidades de un capitalismo sin bridas y el respeto con que escucha, o escribe, de los que no piensan como él.
Sobre el oficio de Vargas Llosa, no es necesario extenderse porque lo tiene más que demostrado. Una prosa suelta, rica, con ritmo, salpicada de palabras latinoamericanas de tanto en tanto, siempre bien ubicadas y, en este caso, para sustentar una ficción que contiene muchas verdades, ajustándome a su definición de novela, pues se soporta en un vasto trabajo de documentación e investigación.
El eje narrativo es la figura de Sir Roger Casement a quien Vargas Llosa rescata del olvido y trata de poner en su lugar. Fue un hombre contradictorio, solitario, capaz de grandes aventuras, un luchador por la justicia social y los derechos humanos hasta cotas de heroismo y, al mismo tiempo, al final de su vida, un nacionalista radical irlandés, traidor al Imperio Británico durante la primera Guerra Mundial y un nefasto estratega. La vida de Casement, la pública y la privada, es, desde luego, materia de novela al ofrecer las suficientes caras, algunas oscuras, para ser convertido en un atractivo personaje.
Los escenarios de la novela son el Congo, la Amazonía, Inglaterra e Irlanda. Casement como diplomático británico fue enviado, primero al Congo, en 1902, luego al Perú amazónico en 1910, para que observara y luego informara sobre el uso que las compañías caucheras hacían de las poblaciones indígenas para abastecerse de mano de obra. Los informes que se publicaron en Inglaterra con descripción detallada y documentada de las atrocidades perpetradas por las compañías generaron escándalo en la opinión pública y, también, justicia.
La experiencia de comprobar in situ la explotación colonial le hizo tomar conciencia sobre su propia tierra, Irlanda, colonizada también, lo que le condujo a tomar partido a favor de la independencia de Irlanda y al convencimiento de que sólo se conseguría por las armas. Es obvio que esta transformación de Casement de servidor leal a la diplomacia británica a enemigo del Imperio, cultivando un odio hacia Inglaterra desmedido, propia de un hombre poco equilibrado, es lo que más dificultades le ha planteado a Vargas Llosa en la reconstrucción del personaje y el lector lo percibe porque participa de sus dudas al resultar el hecho incongruente, y el texto, en esta parte pierde la fuerza que emanaba de los informes mencionados (a los que, supongo, que Vargas Llosa ha debido tener acceso).
Una novela muy recomendable que pone al descubierto que la codicia del ser humano puede resultar insaciable y provocar maldad en estado puro sin límites.
He leído casi toda la obra de Vargas Llosa que es apabullante por su amplitud y variedad. Asistí también al cambio de percepción en que los lectores lo teníamos situado en un principio, presumiéndole de izquierdas. Sé, porque lo manifiesta en sus artículos de opinión, que es un hombre de derechas, profundamente democrático y, me gusta de él esa honestidad ante los hechos históricos que practica siempre, sin pelos en la lengua, para evidenciar las atrocidades de un capitalismo sin bridas y el respeto con que escucha, o escribe, de los que no piensan como él.
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