lunes, 23 de diciembre de 2019

"La isla de Arturo", de Elsa Morante.


Ed. Lumen, 2017                                      
Elsa Morante
Traducción de Eugenio Guasta.
Prólogo de Juan Tallón
432 páginas.


Prócida, una isla de cuatro kilómetros cuadrados situada en el golfo de Nápoles que acoge en su parte más alta un hostil presidio, es el escenario de esta historia y un personaje más de la misma. El narrador y protagonista es Arturo, un adolescente asilvestrado que vive sin normas, en absoluta libertad de movimientos. Su madre murió al nacer él y su padre, Wilhelm Gerace, un tipo misterioso, egoísta y taciturno, se ausenta con frecuencia dejándolo al cuidado de un ayo, Silvestro que, con el tiempo será su único amigo. Su mundo, en el que no hay mujeres, se circunscribe a un caserón antiguo y solitario de dos plantas, la playa, los campos, los libros, su perra Inmacolatella y su fantasía.  Arturo nos habla en primera persona y lo hace desde el futuro en relación a lo que nos cuenta, unos sucesos que comenzaron en 1938 cuando él tenía catorce años y acabaron tres años más tarde, con la segunda Guerra Mundial en el horizonte inmediato, tiempo en el que tuvo lugar su transformación en adulto.
Novela de pocos personajes que Arturo nos irá presentando a través de sus recuerdos. El padre a quien tenía idealizado ocupa un espacio importante. Su autoridad era sagrada, lo que decía lo elevaba a categoría de ley, encarnaba la grandeza humana, lo amaba y admiraba a pesar del desdén al que lo sometía y, en cuanto abandonaba la isla, lo convertía en leyenda, protagonista de múltiples hazañas. Alimentó la ilusión de acompañar a su padre en sus viajes en cuanto fuera mayor. La primera parte de la novela gira en torno a la isla y a esa relación desigual entre padre e hijo en un mundo cerrado, extraño, ajeno a lo que sucede a su alrededor. Arturo desnuda su alma infantil, muestra sus sentimientos, su dependencia afectiva, la nostalgia de una madre, su arrogancia, y su soledad.
La aparición de Nunziatta, una joven de 16 años con la que Wilhem se ha casado en Nápoles, vendrá a revolucionar ese apacible interior. Su primer encuentro, lleno de recelo por parte de él y de ingenuidad provinciana por parte de ella, está lleno de encanto. Tiene lugar un diálogo conmovedor, con lenguaje casi infantil. Nunziatta procede de una familia pobre, es una persona ignorante, crédula, religiosa, de convicciones firmes, simple, que acepta resignada el rol de esposa y madrastra, consciente de que ha pasado a ser propiedad del marido. Su primitivismo la hace transparente. Sin proponérselo vendrá a cerrar un triángulo de sentimientos encontrados.
La isla de Arturo nos habla del nacimiento y evolución del amor, del que Arturo, en contra de su voluntad y casi odiándose por ello, sentirá por Nunziatta; del que fluye hacia su padre y los cambios en el mismo cuando consiga desenmascararlo; del de Nunziatta hacia Arturo, una lucha en la conciencia entre la tendencia natural y la represión religiosa, entre el deseo y el pecado; del de Nunziatta hacia su bebé, fuente de una felicidad espontánea y natural; y del de Wilhem, el padre, hacia un oscuro presidiario que le mantiene cautivo.
La novela tiene profundidad psicológica. Arturo, en su proceso de recuerdo, se sumerge en lo más profundo de su alma, y nos muestra su desconcierto ante los nuevos sentimientos a los que aún no sabe dar nombre, sus pasos de la rabia al deseo, del odio al amor, de la crueldad a la compasión, de la alegría al dolor y por encima de todos, los celos, inmensos, por verse desplazado en la escasa atención de su padre, y de la felicidad de Nunziatta producida por su hermanastro convertido en su centro vital.
Elsa Morante muestra una gran habilidad narrativa porque la novela contagia el ritmo lento de la vida en esa bella isla de pescadores y, sin embargo, la tensión literaria no decae en página alguna, es creciente y el lector, gracias al enorme talento de la autora para el intimismo, participa por completo en la guerra interna que enloquece a los protagonistas y los comprende, captura los movimientos de la conciencia con sus errores y arrepentimientos. Porque cada uno tiene sus secretos, sus motivos inconfesables que explican sus conductas. La prosa es rica y visual, mientras leemos vemos la isla de Prócida y sus gentes, imaginamos a los protagonistas con perfiles bien definidos, y hasta participamos del machismo de la sociedad napolitana que impregna también el comportamiento de las mujeres.
Una gran novela.

María García-Lliberós





martes, 17 de diciembre de 2019

"Adiós a Berlín", de Christopher Isherwood


Traducción de María Belmonte.                                  

Editorial Acantilado, 2019 (2ª edición; 1ª en 2014).
261 páginas.


Cuando empecé a leer este libro pensé que estaba ante una novela ligera, irónica y elegante, mundana, llena de observaciones chispeantes, algo cotilla, que me permitiría pasar un delicioso tiempo en su compañía y me dejaría poca huella. Conforme avanzaba me di cuenta de que esto último no era cierto. Adiós a Berlín tiene más miga de la que parece.
Es el resultado de la mirada de un inglés de buena familia, el mismo Isherwood, sobre la ciudad alemana entre 1930 y 1933, un período en el que se cocía la inminente irrupción del nazismo. Se instaló en Berlín con 26 años, sobrevivió dando clases de inglés, trabó amistades, algunas peligrosas, y fue testigo directo del inicio de las transformaciones sociológicas que tuvieron lugar.
Christopher Isherwood
Algunos consideran Adiós a Berlín como un libro de cuentos, pues se estructura mediante seis relatos que poseen cierta autonomía, pero yo lo veo como una narración continua, mezcla de ficción y realidad, al tener en cuenta los elementos comunes entre ellos y el propósito que contiene como conjunto que no es otro que colocar a la sociedad berlinesa bajo la lupa de una cámara y mostrárnosla. El libro se publicó por primera vez en inglés en 1939 y tuvo bastante impacto pues trataba temas, como la homosexualidad, velados hasta entonces en una sociedad victoriana convencional y pacata.
En el texto tienen una importancia fundamental los personajes y los escenarios. La pensión de Frau Schroeder acoge una población variopinta. La misma Frau Schroeder se divierte, junto con otra inquilina, colocando la oreja en el suelo para escuchar como el vecino de abajo muele a palizas a su mujer judía. La animadversión a los judíos se encuentra en el ambiente, y el autor muestra suficientes síntomas de ello, lo que explica la conducta pasiva de la población cuando estallaron los primeros brotes de brutalidad en los espacios públicos. Isherwood, que se inserta en el relato como un personaje más y es el relator, recrea la atmósfera cada vez más violenta de Berlín, cuenta cómo la maldad se extiende como una enfermedad que infecta el mundo actual, y cómo berlineses de bien, obligados a seguir viviendo allí, se iban aclimatando y aceptando las barbaridades que trajeron los nazis. Estos necesitaron solo 12 años para eliminar la atmósfera de libertad y de vanguardia cultural que poseía mientras fue capital de la república de Weimar.
Un personaje destacado es el de Sally Bowles, quizás porque fue interpretada por una inolvidable Liza Minelli en la película “Cabaret”. Se trata de una mujer despreocupada, que juzga a los hombres por sus habilidades amatorias, sus capacidades para los negocios y por sus riquezas. Una cabeza loca que aspira a tener un amante rico. Me parecen más interesantes los Landauer, familia judía propietaria de unos grandes almacenes, conscientes de la guerra iniciada contra ellos y del final que les aguardaba. Son interesantes las confidencias que el relator mantiene con Bernhard, gerente de los negocios, en torno a la reacción de los judíos frente a los desmanes nazis.
Asimismo, me ha gustado el capítulo dedicado a los Novak, una familia pobre alemana con la que vive un tiempo y que me ha recordado los relatos (cinematográficos) de denuncia social de Ken Loach, trasladados a la Alemania nazi, protagonizados por personas desoladas, hambrientas de amor y sexo, que malviven en un ambiente de desesperanza e ira.
En definitiva, una novela que transcurre con enorme facilidad gracias a esa prosa limpia propia del estilo anglosajón, tan grata al lector, pero que plantea temas profundos y responde, en parte, a esa pregunta que nos hacemos cuando nos acercamos a la Historia de Alemania del siglo XX: ¿cómo pudieron llegar a ocurrir aquellas atrocidades en una sociedad culta y avanzada?

María García-Lliberós