El pasado viernes 27 de abril, en la Feria del libro de Valencia, tuvo lugar una mesa redonda sobre El fenómeno "Patria" de Fernando Aramburu, en la que participe como ponente. Los otros compañeros de mesa fueron José Vicente Peiró, Juan Luis Bedins y Justo Serna. El acto fue organizado por la Asociación Valenciana de Escritores y críticos Literarios (CLAVE).
Está fue mi intervención:
Patria, de Fernando Aramburu lleva 84
semanas aupado en las listas de libros más vendidos. Más de 700.000 ejemplares 29 ediciones, elogiado casi de forma unánime por la crítica
convencional, Premio Nacional de Narrativa 2017, Premio Euskadi, mejor libro
del año por los críticos de EP, etc.
Incluso
fue alabado por Mariano Rajoy que confesó haberlo leído (estoy segura de que
no lee mucha novela). Sin
embargo a Manuela Carmena no le gustó y, preguntada, no quiso recomendarla. Le
disgustó que repitiera clichés en torno al nacionalismo vasco, los etarras y la
actitud de la policía con los presos. Criticó el tratamiento de la mujer,
mostrando madres ignorantes y sentimentales dedicadas en exclusiva al ámbito
familiar.
Lo
cierto es que Patria parece no dejar
indiferente a nadie y, tal vez, a eso, y a una política de marketing excelente
por parte de la editorial Tusquets, se deba su enorme éxito comercial.
A mí Patria, de la que adelanto que no soy una entusiasta, me ha parecido una novela necesaria, porque nos
muestra lo que supuso el terrorismo etarra en el interior de la sociedad vasca,
al poner la lupa sobre la vida de dos familias salpicadas por el horror de ETA
y colocadas por la banda en posiciones antagónicas (cuando nunca lo estuvieron, porque eran
amigas y vecinas). Nos explica algo que los españoles desconocíamos, ni
siquiera nos lo imaginábamos.
El
lector comprende la magnitud del odio anidado en algunos pueblos vascos durante
el imperio, absolutista y excluyente, impuesto mediante la violencia de casi
sesenta años de ETA. Nos muestra a las víctimas invisibles, el interior de las
familias de los etarras y de las de los asesinados por ellos, la inmensa
fractura social generada.
El
narrador se introduce en un pueblo para poner en evidencia la presión insoportable de la banda de
asesinos sobre sus habitantes. El terror está, más que en las bombas o el posible
tiro en la nuca, en los vecinos del pueblo, cómplices y cobardes, seguidores de
consignas, que dejan de saludarte cuando sospechan que ha caído en desgracia
alguien de los tuyos. O incluso invitan, sin compasión ni piedad, a través del
cura don Serapio (¡menudo personaje!), a una viuda de víctima de los etarras, a
abandonar el pueblo porque su presencia les incomoda. Ha sido una sociedad que
ha vivido con miedo a los suyos. Está muy bien reflejados los papeles de las
tabernas y las homilías del cura (no me extraña que los obispos vascos hayan
pedido perdón recientemente por el penoso papel jugado por la Iglesia católica)
en el proceso de radicalización.
Como
he leído a Juan Soto Ivars en su blog literario, Patria ha conseguido derrotar a ETA en la literatura, y eso es
importante, ha aportado un relato potente sobre la verdad de ETA que
arrincona al de la izquierda abertzale (si alguna vez lo tuvo) sobre el
conflicto vasco. Porque Patria se ha
convertido en un fenómeno literario.
No
estoy de acuerdo en que la crítica convencional haya renunciado, casi, a
ejercer su oficio y analizar la novela Patria
como un producto literario, esto es, como una novela. Se ha dejado llevar por
la corrección política. Cuando se reseña una novela hay que juzgar el diseño de
los personajes, la estructura, la prosa, los diálogos y de esto se ha escrito poco.
La
novela descansa en una sucesión de capítulos cortos que giran en torno a 9
personajes principales: la familia del industrial asesinado, el Txato, y su
mujer Bittori, con dos hijos, Xavier y Nerea, que pasa a ser apestada una vez
asesinado el padre por pedir
una relajación en los plazos de pago del impuesto revolucionario; y la familia del etarra Joxe Mari,
formada por los padres Miren y Joxian, y los otros hijos Arantxa y Gorka.
La
relación entre Miren y Bittori forma parte del núcleo esencial de la novela y
constituye, en sí misma, un material novelable de primer orden en el que
Aramburu casi no entra, se limita a narrar su ruptura abrupta, el abandono
brutal de la que había sido íntima amiga, sin ningún rasgo de solidaridad. En mi opinión (y ya se sabe que esto de la lectura es subjetivo) los
personajes adolecen de escasa profundidad psicológica, me han resultado planos.
Por
ejemplo, los jóvenes etarras captados por la banda, obedecen a estereotipos casi caricaturescos.
Son ignorantes, matan por consignas como siguiendo un juego porque
les gusta la violencia en sí misma, la ideología está ausente en la novela, lo
que los reduce a matones sin más. No hay matices ni
grados, lo que hace a la novela un tanto maniquea (unos son muy buenos y los
otros todos muy malos).
El
Premio Nacional de Narrativa se le otorgó, según la justificación del jurado
por la “profundidad psicológica de los
personajes, la tensión narrativa, y la integración de los puntos de vista, así
como la voluntad de escribir una novela global sobre unos años convulsos en el
País vasco”.
Sin
embargo, como ha puesto de manifiesto Ander Zurimendi, periodista vasco, en la
novela o aparece la mayoría de la sociedad vasca. Se refiere a las bases
votantes del PNV, al que sólo hay una ligera mención sobre la tolerancia hacia
ETA, o los votantes del socialismo guipuzcoano. Así que no veo la integración
de los puntos de vista por ningún lado.
Finalmente,
debo decir que la novela de 648 páginas es demasiado larga. Contribuye a ello
algunas tramas colaterales innecesarias como el viaje de Nerea a Alemania que
no aporta nada a la historia principal, distrae la atención del lector y
ralentiza el relato. Probablemente, la novela ganaría en intensidad si la
hubiese suprimido.
Respecto
a la prosa, siendo correcta y eficaz, no me ha emocionado.
En
definitiva, Patria de Fernando
Aramburu, a pesar de estos apuntes críticos, la recomiendo porque es un relato
valiente, porque lo que nos cuenta es importante, porque evidencia la
dificultad para olvidar y la necesidad de perdón pero, como novela (ya que el
autor ha optado por este género y no por un ensayo) no la elevo a los altares
de la excelencia literaria.
María
García-Lliberós