martes, 2 de enero de 2018

"Miedo y deseo. Historia cultural de Drácula (1897)", de Alejandro Lillo

Siglo XXI de España Editores, 2017.  

366 páginas.   
                     

       Vaya por delante el interés que despierta este ensayo extraído de la tesis doctoral del autor, presentada en la Universidad de Valencia. Aborda la novela Drácula, de Bram Stoker, publicada en 1897, con la mirada del historiador cultural que toma esta obra gótica como otra fuente de investigación para analizar las visiones del mundo y los valores sociales imperantes en la Inglaterra victoriana e incluidos en ella. Lo hace con rigor admirable y, lo más importante, con un lenguaje elegante, lleno de amenidad, que convierte un trabajo académico en un texto accesible y atractivo al gran público.                                                        
Alejandro Lillo

     Drácula como personaje no nos resulta ajeno. El cine ha contribuido a ello, lo ha hecho popular y ha definido su personalidad en el imaginario colectivo. Sabemos que procedía de una familia noble de Transilvania, que era el propietario de un castillo siniestro en los montes Cárpatos de la Rumanía profunda, que fue un vampiro temido que con sus eróticos mordiscos sometía a su voluntad a bellas mujeres que, a su vez, con su capacidad de seducción, vampirizaban a otros seres humanos para servir  de alimento a su señor. La fama cinematográfica de Drácula ha dejado en un segundo plano la lectura de la novela original, mucho más rica de matices, como Alejandro Lillo nos muestra en este libro. Vale la pena volver sobre ella.
     La novela de Bram Stocker tiene una estructura compleja, conformada por múltiples documentos: diarios de tres protagonistas, alguno mecanografiado desde un fonógrafo, cartas,  telegramas, recortes de prensa, que Jonathan Harker, el joven pasante de abogado que fue el primero en entrar en contacto con Drácula, decide ordenar y consigue darle forma de relato, un relato sin duda extraordinario. Lillo toma como material esencial de su trabajo los diarios: el de Harker que incluye su experiencia viajera desde Inglaterra al castillo de Drácula y su terrorífica estancia en el mismo; el de la inteligente Mina, su prometida y luego su esposa y víctima del vampiro; y el testimonio de John Seward, un médico psiquiatra que dictará su experiencia a un fonógrafo que Mina trasladará al papel. Desmenuzará el lenguaje utilizado por dada cual, casi de la misma manera en que un científico disecciona un insecto en un laboratorio y deducirá conclusiones. Un trabajo apasionante.
     Nos pondrá en evidencia cómo Harker observa el mundo que se le presenta con una mirada superior, prejuiciada, la del que se sabe que pertenece al mundo occidental donde se encuentra la seguridad y  la certeza, lo que limita sus posibilidades de absorción de la realidad. Tras el encuentro con Drácula, cambiará. Describe al monstruo como un anciano de fuerza prodigiosa, de labios rojos, boca cruel y dientes afilados, orejas puntiagudas, uñas largas en punta (aspectos que el cine ha consagrado) que viste de negro lo que resalta su piel pálida, de comportamiento cortés y que provoca sentimientos encontrados desde la repulsión y el terror a la admiración. Drácula habla con un lenguaje siempre ambiguo y enigmático, sus frases pueden interpretarse de varias maneras, lo que desconcierta a su interlocutor incapaz de captar la riqueza del mismo. En el castillo viven tres mujeres vampiro que le excitan y aterrorizan a un tiempo, le estimulan el deseo sexual y le paralizan, y que pervierten los roles sexuales establecidos porque son activas y él, el varón, muestra ante ellas una impropia pasividad.
     El análisis del diario de Mina es especialmente ilustrativo de la condición de la mujer en la sociedad victoriana, recluida al ámbito de lo doméstico y subordinada al varón. Mina es un personaje complejo que Lillo analiza a través de su relación con su amiga Lucy -interesantes las observaciones sobre el lesbianismo, no reconocido en la sociedad inglesa y, por tanto, no estigmatizado-, con Harker y con el grupo de varones, liderados por los doctores Seward y Van Helsing decididos a luchar contra Drácula. Mina asume una situación de marginación injusta impuesta por el criterio paternalista de los hombres, se comporta como feminista, aunque no lo sepa y no sea una activista, porque reivindica una igualdad que no cabe en el orden social de su época. Tiene que moverse con astucia, entre su anhelo de participar en lo público y el riesgo que entraña. Tiene una enorme capacidad para comprender y sentir piedad por el otro que incluye al propio Drácula.
     Del testimonio del doctor Seward destacaría la comparación que efectúa Lillo entre su personalidad y la del propio Drácula, su entorno profesional en el lóbrego sanatorio y el del castillo de Drácula, su desprecio y crueldad hacia los inferiores, su frialdad en el trato. A través de él pone de manifiesto como la concepción de Drácula sobre las mujeres y su deseo de dominarlas  e instrumentalizarlas es semejante al concepto masculino victoriano de dominio de los varones sobre las féminas. 
     Miedo y deseo. Historia cultural de Drácula (1897) nos ofrece una nueva mirada sobre la archifamosa novela, porque aflora una multiplicidad de discursos que cuestionaban la ideología imperante, los valores que en la segunda mitad del siglo XIX sostenían la civilización occidental. En este sentido Drácula, de Bram Soker, surge a los ojos del lector no sólo como una novela gótica, de vampiros, una pizca detectivesca, con alguna amenaza sobrenatural, sino como un libro contracultural e, incluso, revolucionario.
     Y, por supuesto, este ensayo crea una necesidad imperiosa de volver a leer Drácula, de Bram Stocker,  y constatar  por nosotros mismos esa riqueza discursiva que Alejandro Lillo nos ha mostrado. Es lo que me dispongo hacer a continuación.
     María García-Lliberós
    



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