Editorial Anagrama, 2017.
Traducción
de Jaime Zulaika.
217 páginas.
18,90 e, en
papel; 11,99 €, en ebook.
Me encanta la obra de Ian McEwan y procuro no perderme ninguno de sus
libros. Soy una seguidora entusiasta. Sin embargo, Cáscara de nuez, una novela que ha tenido críticas excelentes,
demasiado porque han generado expectativas exageradas, me ha dejado
algo insatisfecha. Por supuesto que la he leído con gusto, porque es imposible
no leer con gusto la prosa de McEwan, traducida de maravilla por Jaime Zulaika,
pero esperaba más del autor de Expiación.
Cáscara de nuez se ha
inspirado en Hamlet, de Shakespeare. En esta obra teatral, Claudio asesina a su
hermano y por primera vez se compara el útero materno con una cáscara de nuez.
En la novela, también hay dos hermanos: el mayor, John, poeta y editor mediocre
de poetas desconocidos, bohemio y poco práctico y Claude, agente inmobiliario,
avispado para los negocios y de moral relajada. Entre ellos está Trudy, esposa
de John y amante de Claude, una mujer guapa de 28 años, deseable a
pesar de su embarazo de ocho meses, frívola, dependiente sexualmente de su
amante, ambiciosa y egoísta. Y en su interior se encuentra el relator de esta
historia, el feto, un feto envuelto en líquido amniótico que tiene la capacidad
de oír lo que ocurre alrededor de Trudy, de sentir, y sufrir, las embestidas
sexuales de Claude y las borracheras de Trudy, de leer los pensamientos de su
madre, de juzgar el comportamiento de sus progenitores, de tomar posición en la
lucha que se establece entre ellos y de filosofar sobre la sociedad a la que en
breve se incorporará. El escenario, nunca mejor dicho porque la novela tiene
ecos teatrales, en el que se suceden los hechos casi en su totalidad, es la
mansión conyugal de Trudy y John, sucia, destartalada, caótica, poco acogedora
y que, sin embargo, en el mercado inmobiliario está tasada en 7 millones de
libras, suficiente cantidad para motivar el asesinato de John, el propietario, planeado
por los los amantes para apropiarse del botín y del que el feto es el único
testigo.
Con estos mimbres, McEwan, escribe una novela satírica que es también
una novela criminal, si bien la investigación posterior está bastante diluida
y, una novela de crítica a las conductas individuales en la sociedad actual. El
humor está presente en muchas páginas. Pero el hecho de que la narración fluya desde el punto de vista de un
feto, un no nacido inocente por completo, casa mal con el relator filosófico,
maduro y estratega que se preocupa por su futuro incierto de hijo no deseado y,
en mi opinión, esta contradicción choca con poca fortuna en la mente del
lector.
A pesar de ello, no seré yo quien no recomiende esta lectura. Me ha
hecho pasar momentos divertidos y he disfrutado con las escenas que describe y
con la prosa.
María García-Lliberós