Duomo Ediciones, 2016
Traducción de Flora Casas.
208 páginas.
16,80 €, en papel.
Me llamo Lucy Barton es un relato en
primera persona que destila aromas de confesión. La protagonista, Lucy Barton,
es la narradora, una mujer en torno a los 30 años, casada y con dos hijas
pequeñas cuando sucedió lo que nos cuenta: la visita que su madre le hizo para
cuidarla, durante cinco días seguidos, mientras ella estuvo ingresada 9 semanas,
de mediados de 1980, en un hospital de Nueva York. El hecho tiene enorme
importancia pues madre e hija llevaban años sin verse y apenas sin hablarse. La
aparición de la madre remueve sentimientos y recuerdos, provoca nuevas
sensaciones y hasta predispone cambios de futuro.
Estamos pues ante un libro
intimista, que bucea en el interior de Lucy, que nos lleva a conocer su infancia, plagada de miseria y ausencias, en una
familia poco estructurada y las relaciones con su padre y hermanos.
El primer capítulo, y
de forma fragmentada en los siguientes, nos pinta un cuadro familiar sombrío: marginados por la pobreza, vivían en un garaje de un pueblo pequeño de
Illinois. Aislados del núcleo urbano. Sin TV,
ni radio, ni periódicos o revistas. La gente del
pueblo los evitaba, los compañeros del colegio se burlaban de ella y sus hermanos, los
profesores se mostraban poco amigables. El padre era intolerante con el hijo gay,
vicioso (sacaba “la cosa” y se masturbaba por toda la casa), y tierno en
ocasiones. Lucy conoció el terror a la oscuridad y el frío. Se quedaba hasta tarde
en el colegio, donde había calor, para estudiar y leer. De sus lecturas nació su deseo de ser escritora.
La madre, para
distraerla, le menciona personas que habían conocido tiempo atrás y asistimos a
la conversación de dos mujeres de pueblo, que son más complicadas
de lo que parecen, confidencias entre madre e hija como nunca lo habían hecho
antes. A Lucy oír la voz de su madre le hace feliz. Y estas conversaciones
configuran con sencillez y eficacia la estructura de la novela: lenguaje
claro de frases breves y directas, capítulos cortos que van y vienen en el
tiempo y actúan como flashes que iluminan el recuerdo de una persona o un
acontecimiento y conducen a una reflexión moral. El estilo propio de tomar un
detalle de vida y extraer consecuencias.
Especial importancia tiene el personaje de Sarah Payne porque a través de esta escritora ficticia que Lucy conoce en una tienda (y que luego irá a sus clases) la autora nos explica lo que pide a la
literatura, como lectora y como escritora, y nos dice cómo interpretar su
novela. Le gustan los escritores que tratan de contarte algo verdadero y
considera que la escritura de ficción debe ayudar a conocer la condición
humana, esto es, quienes somos, qué pensamos y qué hacemos. Por eso escribió
esta novela que no es otra cosa que una historia de amor, la de una madre que
quiere a una hija de una manera imperfecta, la de una hija que ha sufrido la
nostalgia del amor de su madre y anhela sentirlo y gozarlo y hacer las paces
con ella.
Lucy (o Elizabeth)
escribe porque necesita reconciliarse con su pasado. Comprendió que tuvo una
familia malsana de la que huyó en cuanto se le presentó una ocasión, algo que abrió una herida en su conciencia,
porque dejó unas raíces y unos sentimientos anclados en su interior y
condicionan su existencia.
Una novela intensa
para desnudar un alma, escrita con enorme sensibilidad, cuya grandeza se
aprecia más con una segunda lectura. Es importante lo que dice y lo que silencia. El último párrafo es prosa
poética.
María García-Lliberós