Prólogo de Jordi Llovet.
De nuevo Joseph Roth, como hizo con "La cripta de los capuchinos" (Ed. El Acantilado, 2002) toma como hilo conductor a los Trotta (los hombres de la familia, porque las mujeres dejan de existir pronto). El abuelo fue el héroe de Solferino, batalla en la que salvó la vida del joven emperador Francisco José I, un hecho que le cambió la vida. Su hijo, el Jefe del Distrito W (una especie de gobernador civil) encarnará al escrupuloso funcionario de lealtad inquebantable al emperador (un personaje de gran riqueza en su expresividad contenida por las convenciones). El nieto, Carl Joseph, entrará en el ejército y alcanzará el grado de teniente. Ambos cargarán sobre sus espaldas la responsabilidad de estar a la altura del héroe de Solferino. Ambos observarán de cerca el declive de la monarquía y el fin de un enorme Imperio destinado a dispersarse en una multitud de naciones.
La obra entera de Joseph Roth (1894-1939) se ocupa del derrumbamiento del Imperio y, sobre todo, del acabamiento de una forma de vida y de unos valores éticos que le aportaban solvencia. El proceso provoca desconcierto, perplejidad e inseguridad ante el nuevo sinsentido de la vida burguesa en la que han sido educados.
Vargas Llosa, que dirigió la colección en la que se engloba esta novela y un excelente crítico literario, la calificó de obra maestra y no seré yo quien le discuta. La novela se lee con enorme interés y está muy bien escrita. Además, en esta época de cambios que vivimos, en la que intuimos el fin de una época, incluso de un sistema, sin vislumbrar con definición lo que vendrá en su lugar, el lector puede comprender las crisis de los personajes, sentir los miedos hacia el futuro y la zozobra que causa la falta de referencias, la ausencia de liderazgos y la amenaza de los nacionalismos.